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Las claves

Gran parte del mundo es hoy un lugar más pacífico, saludable y próspero que en cualquier otro momento de la historia. Sin embargo, la felicidad no ha avanzado al mismo ritmo. El psicólogo de Harvard Steven Pinker analiza esta paradoja y apunta a que la ansiedad y la insatisfacción podrían ser el precio inevitable del gran legado de la Ilustración, la libertad individual.

El planteamiento de Pinker, desarrollado en su libro En defensa de la Ilustración: por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso (Paidós), desafía la idea de que la modernidad ha erosionado el bienestar humano. Frente a la nostalgia por los valores tradicionales, el autor sostiene que el malestar contemporáneo implica una nueva forma de conciencia moral y social.

El especialista subraya que la felicidad subjetiva se ha estancado en algunas de las sociedades más prósperas del planeta. Por ejemplo, Estados Unidos, pese a su riqueza, aparece como un país "rezagado" frente a otros del primer mundo, y los niveles de satisfacción vital se estabilizaron precisamente durante su siglo de mayor crecimiento económico.

Uno de los casos más reveladores es el de las mujeres. Como señala el propio Pinker, "las mujeres estadounidenses se han vuelto más infelices justo cuando han logrado avances sin precedentes en ingresos, educación, logros y autonomía". Este aparente retroceso del bienestar femenino, paralelo a su emancipación, es fundamental para comprender su tesis.

Para Pinker, la modernidad no genera infelicidad de forma directa, sino una carga de responsabilidad inédita en la historia. "Una dosis moderada de ansiedad puede ser el precio que pagamos por la incertidumbre de la libertad", afirma. Por tanto, contempla la ansiedad como el reverso psicológico de la autonomía personal.

En este contexto, la ansiedad equivale a vigilancia, deliberación y búsqueda constante de sentido. La persona moderna ya no sigue un camino predeterminado. Al contrario, está obligada a elegir entre múltiples metas posibles: carrera, familia, pareja, dinero, ocio, amistad o compromiso social. Según Pinker, esta abundancia genera "muchas cosas de las que preocuparse y muchas formas de sentirse frustrado".

Otro factor clave es el triunfo del pensamiento crítico sobre la fe incuestionada. A medida que aumenta la educación, se debilita la comodidad de las certezas religiosas tradicionales. "Cuando las personas se vuelven más escépticas frente a la autoridad recibida, pueden sentirse insatisfechas con las verdades religiosas y desorientadas en un cosmos moralmente indiferente", advierte Pinker.

El autor sostiene que la desilusión de generaciones como los baby boomers no fue accidental, sino el resultado de abandonar el “paraíso de los ingenuos” que representaba la confianza ciega en las instituciones de la posguerra. Ser conscientes de problemas globales como la desigualdad o el cambio climático aumenta la ansiedad, pero también impulsa la acción colectiva.

La gestión de los desafíos

Sin embargo, frente a quienes idealizan las costumbres tradicionales y critican el individualismo moderno, Pinker es contundente. "Quienes sienten nostalgia por las tradiciones han olvidado lo duro que lucharon nuestros antepasados por escapar de ellas", recuerda. La añoranza, sostiene, suele omitir la opresión estructural del pasado.

Curiosamente, Pinker considera la ansiedad como un indicio positivo. "Las personas que sienten que llevan una vida con sentido son más propensas al estrés, la lucha y la preocupación". La ansiedad, en este sentido, sería una señal de implicación vital, propia de una existencia adulta y comprometida, no de un mal funcionamiento emocional.

Desde esta perspectiva, el problema no es eliminar el malestar, sino aprender a gestionarlo. Pinker habla de un creciente "portafolio de estrategias" para afrontar la incertidumbre moderna, que incluye el contacto humano, el arte, la meditación, el mindfulness o la terapia cognitivo-conductual. Herramientas imperfectas, pero útiles para convivir con una libertad que exige decisiones constantes.

Este planteamiento conecta con una revisión más amplia del concepto de felicidad. La presión por “ser feliz” a toda costa puede resultar contraproducente. Son muchos los psicólogos que señalan que sentirse mal en contextos adversos es normal, y convertir el bienestar en una obligación individual tiende a aumentar la frustración y la sensación de fracaso personal.

El médico y psicoterapeuta Antonio Ríos lo expresa con una claridad clínica difícil de ignorar: "En la vida no se tiene el 100%". Asumir una cuota estable de frustración no niega los momentos luminosos, pero evita que cada contratiempo se viva como un error global o una derrota personal.

La psicología contemporánea refuerza esta idea. Lejos de prometer bienestar constante, los enfoques centrados en la tolerancia al malestar y la flexibilidad psicológica señalan que aprender a convivir con emociones incómodas permite seguir actuando con sentido. No se trata de resignación, sino de dejar de exigirle a la realidad una perfección incompatible con la vida adulta.