Las claves
nuevo
Generado con IA
"Pienso luego existo", pronunció René Descartes, expresando la paradoja del ser humano: somos el único animal consciente de su existencia más allá de los confines de lo físico, pero ignoramos cómo se produce el fenómeno de la consciencia.
Ignacio Morgado, catedrático emérito de Psicobiología en el Instituto de Neurociencias y en la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona, aborda este misterio intrínseco en su nueva obra, El espejo de la imaginación.
El enigma de la consciencia no es meramente teórico, explica: la falta de sincronización entre la realidad y nuestras percepciones es fuente de estrés y malestar.
¿La conciencia sigue siendo un gran misterio científico? ¿Desconocemos los mecanismos biológicos detrás de este conocimiento de nosotros mismos?
No tenemos una explicación convincente de cómo el cerebro hace posible la conciencia, y cabe preguntarse si es que no tenemos la capacidad para entender algo tan profundo y apasionante. Como si un chimpancé tratase de entender una raíz cuadrada.
¿Nos cuesta asumir como especie que nuestra percepción de la realidad no es tal cual, sino una reconstrucción conformada por nuestro cerebro?
De hecho, podemos decir con toda seguridad que el mundo no es como lo vemos. Percibimos luz, colores y olores, pero el mundo está hecho de moléculas y energía. Todos los sentidos son construcciones cerebrales, basadas en la materia que proporciona la naturaleza.
Aquí entra su campo, la psicobiología. ¿Cuánto en nuestro comportamiento responde al libre albedrío, y cuánto está determinado por los impulsos biológicos?
La pregunta sobre el libre albedrío es una de las grandes cuestiones de la ciencia, y no hay una respuesta convincente. En las especies superiores, entre ellas los humanos, sí que parece existir una cierta libertad general para decidir. Pero a nivel microscópico, cuántico incluso, la libertad se pierde y todo se vuelve determinista. La solución que yo doy siempre es la siguiente: somos libres porque nos sentimos libres. De salir de casa o no, de matricularme en periodismo o en biología, de casarme o no... Los humanos estamos dotados de un sistema cognitivo que nos hace sentir grados de libertad en nuestra vida. Es el libre albedrío condicionado.
La neurociencia nos dice que, cuando reaccionamos, nuestro cerebro ya ha comenzado a dar órdenes al cuerpo antes de que seamos conscientes de lo ocurre.
Lo normal es que la electricidad pase primero por el cable antes de que se encienda la bombilla. ¿Cómo podemos explicar que la bombilla se encienda antes? El procesamiento cerebral activa una serie de procesos físico-químicos que preceden a la sensación consciente de la decisión. La conciencia, como explico en mi libro, tiene una función de espejo. El proceso de deliberación no es instantáneo, se toma su tiempo y el trabajo de las neuronas empieza de forma inconsciente.
Me gustaría detenerme en el concepto de qualia. ¿Qué son estas unidades de conocimiento que nos permiten descifrar el mundo?
Es el nombre que le damos a cada experiencia consciente: la 'rojez' del rojo o lo 'chillón' de un chillido son qualia. Vivimos rodeados de millones de experiencias sensoriales perceptivas, y cada una tiene un modo particular de sentirse. Los qualia integran una enorme cantidad de información que no es preciso recopilar conscientemente para decidir sobre ella. Cuando vemos un canario, el qualia me dice que es un ave, que cantan, que vuelan... Y también contiene la información de lo que no es: que no estás viendo un submarino nuclear. Así que cuando te paras a decidir si quieres o no un canario, ya tienes mucho del camino andado.
¿No somos conscientes de la cantidad de problemas que está resolviendo nuestro cerebro constantemente en 'segundo plano'?
Si no lo hiciera, no podríamos conducirnos con eficacia y con acierto por el mundo. El cerebro aprende, guarda información y la usa de manera implícita continuamente para que no tengamos que darle 1000 vueltas a cada cosa. Ha evolucionado con una capacidad enorme de procesar información tanto de manera explícita y consciente como de manera implícita e inconsciente.
¿La epidemia de malestar psicológico que sufre España tiene que ver con la sobreestimulación? ¿Responder constantemente a estímulos muchas veces inconsecuentes?
Sin duda. La conciencia es un procesador en serie: se centra en una única cosa, divide en partes la información y trabaja paso a paso. Pero el inconsciente es un procesador en paralelo. Eso quiere decir que el cerebro puede estar trabajando inconscientemente en cosas diferentes al mismo tiempo. Y esta invasión actual de los dispositivos es tremenda, nos impide profundizar. Trabajar en un ordenador mientras te están saltando notificaciones con informaciones nuevas no es nada bueno. El cerebro humano no ha evolucionado lo suficiente para procesar tantos estímulos a la vez, como sí lo ha hecho la tecnología.
¿Cómo se traduce este agotamiento cerebral en el día a día?
Los avances en inteligencia artificial han sido increíbles, mientras que el cerebro evoluciona muy lentamente, le cuesta adaptarse a los cambios. Es como ir a por unos pantalones a un centro comercial y encontrar 200 opciones. Hemos evolucionado para elegir entre A o B, ir a la izquierda o a la derecha, entre comer o ser comido. Para eso somos muy buenos, pero el resultado actual es un estrés grandísimo al que estamos sometidos los humanos por la dificultad para procesar tanta información a la vez.
Ignacio Morgado. Foto: Gemma Miralda
¿Eso nos lleva al dilema entre placer y felicidad? Comprar una de esas 200 opciones me puede dar un chute de dopamina placentero efímero, pero no sienta las bases para ser feliz.
Bueno, la verdad es que la felicidad no es un concepto científico. Es preferible hablar de bienestar antes que de felicidad cuando nos referimos a cómo debe sentirse una persona, y cómo debe trabajar su mente para no enfermar de estrés. Alcanzamos el bienestar cuando no estamos sintetizando cortisol, esa hormona tan macabra que puede bañar al cerebro, al sistema inmunológico, al corazón... La clave del bienestar -y si quieres de la felicidad- está en que nuestros sentimientos encajen con nuestros razonamientos.
Suena un poco a epicureísmo.
Es exactamente eso. Como científico, mi concepto de felicidad sería ése: el momento en el que lo que queremos coincide con lo que nuestra cabeza nos dice que debemos querer. Querer más de lo que podemos genera el desequilibrio entre emoción y razón. Cuando lo que deseas es lo que realmente está a tu alcance es cuando funcionan las cosas.
¿Tenemos un problema de gestión emocional? ¿De no haber madurado por qué nos sentimos como nos sentimos y por qué queremos lo que queremos?
Sí. La llamada inteligencia emocional es algo tan antiguo como el hombre mismo. Su padre fue el emperador Marco Aurelio cuando escribió sus Meditaciones. Contiene una frase que es la clave: la vida de un hombre es lo que sus pensamientos hacen de ella. Es decir, podemos movilizar nuestros sentimientos para que encajen en nuestros razonamientos. Si te despiden de un trabajo, no depende de ti sino del jefe. Pero puedes modificar tus sentimientos al respecto. Puedes haberte librado de algo que en el fondo no te gustaba y que ahora te da la oportunidad para encontrar algo que te guste más, aplazando de este modo el estrés.
¿Es necesario poner en valor la memoria, en una época en la que recurrimos masivamente a los dispositivos?
Es cierto que la tecnología nos aporta recursos que nos despreocupan de usar la memoria, y hay quien dice que esto va a hacer que el cerebro pierda capacidades. Ciertamente, lo que no se usa se atrofia. El cerebro se termina adaptando a las nuevas situaciones y hemos adquirido una enorme capacidad para encontrar datos. Pero no es bueno perder toda la capacidad para trabajar la información consciente. Yo por ejemplo intento no poner el GPS para ir a los sitios, prefiero estudiarme primero el mapa. Los recursos tecnológicos están aquí para quedarse, y lo que hay es que educar para no caer en el abuso.
¿Es por tanto positivo mantener aspectos de la enseñanza tradicional como los dictados, el cálculo mental y la escritura a mano?
Absolutamente. No hay que dejar de escribir a mano y de realizar cálculos mentales en la educación básica, y tampoco es bueno perder esas capacidades que adquirimos de niños porque de adultos recurrimos a las maquinitas. Pero hay muchas cosas inevitables. La única forma de que los niños no vean televisión es no tener televisor en casa. Si la educación que se les da a los niños en casa es divergente de la que se les da en la escuela, van a entrar en conflicto. Si se les prohíbe usar un móvil pero lo ven todo el rato en manos de sus padres, se sienten mal. Habría que empezar por ponernos todos de acuerdo.
