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Dolor, hinchazón, enrojecimiento y calor local —cuatro señales tan corrientes que cualquiera podría achacar a un golpe, a una caminata o a mala circulación—, a veces, son la antesala de un problema más serio.

Los hematólogos lo conocen como un coágulo en una vena profunda (trombosis venosa profunda, TVP) que, en un pequeño porcentaje de casos, es la primera pista de un cáncer oculto, con especial relación con el páncreas.

Identificar ese patrón a tiempo salva vidas porque la TVP puede complicarse con una embolia pulmonar, y porque el páncreas acostumbra a esconder síntomas hasta fases avanzadas.

La dimensión del problema explica la alerta. Para 2025, la American Cancer Society calcula que en Estados Unidos habrá 67.440 diagnósticos de cáncer de páncreas (34.950 hombres y 32.490 mujeres) y 51.980 fallecimientos (27.050 hombres y 24.930 mujeres).

En términos proporcionales, supone aproximadamente un 3,3% de todos los nuevos cánceres y alrededor de un 8,4% de las muertes oncológicas, una desproporción que resume su agresividad y la necesidad de no pasar por alto signos precoces, aunque sean inespecíficos.

Lo cierto es que parte de la dificultad en cuanto al diagnóstico es anatómica y clínica: el páncreas está situado en un lugar profundo en el abdomen y los tumores iniciales dan señales difusas.

Las guías para pacientes y los centros oncológicos señalan que la ictericia (piel y ojos amarillos) puede aparecer sin dolor abdominal, y acompañarse de orina oscura, heces claras o grasas y prurito; también son frecuentes el cansancio persistente, la pérdida de apetito o de peso sin explicación y molestias sordas en abdomen o en la espalda.

Son síntomas que, por separado, caben en mil diagnósticos, pero juntos deben hacer sonar la alarma clínica.

Este aviso en la pierna llega en forma de TVP: un coágulo que se forma en venas profundas, habitualmente la pantorrilla o el muslo, y que provoca dolor o sensibilidad, edema, calor y rubor en la zona afectada.

Esas cuatro manifestaciones son tan comunes que pueden confundirse con lesiones musculares o celulitis, pero cuando surgen sin desencadenante claro (una cirugía, una inmovilización, un traumatismo, hormonas) merecen una evaluación rápida, porque a veces revelan una hipercoagulabilidad asociada al cáncer (trombosis asociada al cáncer) y, entre los tumores sólidos, el adenocarcinoma pancreático es el que más intensamente predispone a trombos.

En muchos cánceres de páncreas, las células producen más factor tisular y liberan mucinas y microvesículas que activan la coagulación, por lo que la sangre se vuelve propensa a formar coágulos en todo el cuerpo.

Esa tormenta bioquímica explica que el trombo sea, en ocasiones, el primer síntoma visible de un tumor todavía asintomático. Estudios recientes coinciden en el mecanismo y en que el páncreas encabeza el riesgo de tromboembolismo entre los tumores sólidos.

El peligro inmediato de esta trombosis no es solo local: el coágulo puede fragmentarse y viajar a los pulmones, causando una embolia pulmonar con disnea súbita, dolor torácico pleurítico, tos (a veces con sangre) o síncope.

Esto obliga a no demorar la consulta ante un cuadro de pierna roja, caliente y dolorosa, y a extremar la vigilancia si, además, aparecen síntomas respiratorios.

Indicios silenciosos

¿Qué hacen los médicos cuando esta trombosis es no provocada? Las guías actuales desaconsejan un cribado oncológico indiscriminado con baterías de TAC por su bajo rendimiento y posibles daños; recomiendan, en cambio, una valoración minuciosa (historia clínica, exploración, analítica y pruebas dirigidas) y mantener al día los cribados por edad y sexo.

Es decir: no se trata de asustar a todos los pacientes con esta patología, sino de pensar en cáncer cuando el contexto lo sugiere y de investigar con criterio.

Si la sospecha de un tumor pancreático se activa (por signos como ictericia, pérdida de peso, dolor persistente o alteraciones en pruebas de laboratorio), el estándar diagnóstico pasa por una tomografía computarizada con protocolo pancreático o una resonancia magnética, complementadas por ecografía endoscópica y punción en casos seleccionados.

La ecografía abdominal puede usarse como primer vistazo 'por fuera', pero tiene limitaciones para ver el páncreas en profundidad; las guías europeas priorizan tomografía computarizada o resonancia magnética para estadificar y planificar tratamiento.

Otros indicios silenciosos a los que conviene prestar atención son el adelgazamiento involuntario, el cambio en el ritmo intestinal con heces grasas (esteatorrea) y, muy especialmente, la diabetes de nuevo diagnóstico en mayores de 50 años.

Estudios recientes subrayan que la diabetes de aparición reciente multiplica por 3 el riesgo respecto a la población general y puede preceder al diagnóstico oncológico por meses o años; es un marcador de riesgo útil para estrechar la lupa, no una sentencia.

El perfil de riesgo tampoco es arbitrario. Fumar duplica el riesgo y se estima que alrededor de una cuarta parte de los casos están ligados al tabaco; el exceso de peso, la pancreatitis crónica, determinados síndromes hereditarios; e incluso los antecedentes familiares también cuentan.