En España, más de 4.500 hombres llevan una pulsera telemática para comprobar que cumplen con la orden de alejamiento. Las incidencias que se están conociendo estos días sobre su funcionamiento han provocado que las víctimas se sientan "desprotegidas".
El sentirse protegidas es fundamental para las víctimas: "Si viven con miedo, no pueden trabajar en una verdadera reparación psicológica", señala a EL ESPAÑOL Bárbara Zorrilla, psicóloga especializada en violencia de género.
"Las secuelas no se pueden trabajar sin protección", la cual también se intenta mejorar porque la sintomatología de muchas víctimas es compatible con el trastorno de estrés postraumático (TEPT).
Uno de estos síntomas es el conocido como hiperactivación fisiológica; es decir, permanecer en un estado de alerta, pues "han aprendido que no pueden estar seguras y tienen que estar continuamente protegiéndose".
Estarán en continua alerta
El tratamiento que les ofrecen los profesionales consiste en "recuperar los parámetros de seguridad". "Es lo primero", enfatiza Zorrilla, "porque si no se da, no podemos empezar a trabajar todo lo demás".
Una de las herramientas que ayuda a favorecer la sensación de seguridad son precisamente las pulseras de control telemático, dispositivos que se utilizan en España desde el año 2009.
En un principio se instalaban para proteger a víctimas de violencia de género, pero con la ley de 'solo sí es sí' también se puede utilizar para controlar la ubicación exacta de agresores sexuales.
En terapia las víctimas también trabajan sobre la confianza que depositan en estos dispositivos. Siempre se intenta hacer "de manera realista".
"No les podemos decir 'tranquila, no te va a pasar nada' porque no es cierto. Mientras el agresor esté en la calle, ellas están en riesgo. Esa es la realidad".
Por ello la psicóloga entiende que "los responsables de proteger a estas mujeres somos nosotros como sociedad, y más la administración pública".
El objetivo es "que se sientan lo más autónomas e independientes posible", pero también tienen derecho a que tanto ellas como sus hijos estén protegidos.
Cuando uno de esos medios de protección está fallando, como ha sucedido con las pulseras, no sólo sienten miedo, sino que el resto no va a poder funcionar porque van a estar continuamente en alerta.
"No van a poder bajar la activación que tienen", lo cual desencadena en "una desregulación de funciones básicas como el sueño o la alimentación".
De esta forma, "no se les permite que puedan hacer el trabajo terapéutico de recuperación de las secuelas de la violencia de género" que han sufrido.
Cómo devolver la seguridad
Cómo puedan afectarles las incidencias de las pulseras dependerá sobre todo de lo avanzada que estén en el proceso de recuperación.
Éste va a depender, a su vez, del tiempo de exposición y tipo de violencia del que hayan sido víctimas, así como de los apoyos con los que cuenten.
La manera de trabajarlo, explica Zorrilla, es "como lo que ha sido: Se trata de un fallo, no significa que estés en riesgo continuamente ahora".
Como los dispositivos pueden fallar o las órdenes de protección se las pueden saltar, estos escenarios "se ensayan en consulta con planes de seguridad".
A las víctimas se las prepara para actuar cuando no encuentran protección: "Si vas por la calle y notas que alguien te está siguiendo, ¿qué harías? Llevar el teléfono en marcación rápida o entrar en algún lugar", ejemplifica Zorrilla.
Aun así, es posible que haya algunas mujeres en las que pueda persistir la desconfianza generada incluso si se les garantiza que las disfunciones en los dispositivos han sido corregidas.
Y es que "muchas de ellas están tan afectadas que a nivel cognitivo su capacidad de reacción en situaciones de riesgo está totalmente anulada".
A aquellas víctimas que no han sufrido los problemas observados en los dispositivos también les puede afectar la situación "por identificación y empatía con el resto de las víctimas".
Las consecuencias del miedo
Algunos estudios sugieren que las consecuencias psicológicas de la violencia ejercida contra la mujer por la pareja "son las más duraderas y graves".
La sintomatología se puede cronificar si hay factores que contribuyen a recordar la experiencia traumática (en el ámbito profesional se conoce como reexperimentación).
Los fallos en las pulseras antimaltrato pueden acentuar los recuerdos de estos incidentes traumáticos, provocando que las víctimas sufran estrés crónico, deterioro de la autoestima o un sentimiento de aislamiento social y desprotección.
Una investigación reciente sobre el bienestar psicológico en víctimas de violencia de género concluyó que la ausencia de protección institucional puede reforzar el estrés psicológico e impedir la recuperación emocional.
Estos errores pueden llevar a una doble victimización, ya que la persona no solo sufre por el agresor, sino también por la falta de protección estatal adecuada, elevando los niveles de ansiedad y depresión.
Vivir con miedo y en permanente amenaza también causa la activación crónica del eje hipotálamo-hipofisario-adrenal, que se asocia con alteraciones cardiovasculares, endocrinas y autoinmunes.
