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"Me he convertido en una enferma crónica", denuncia Lara Gil, paciente de cirugía bariátrica. Esta intervención modifica la anatomía del sistema digestivo para limitar la cantidad de alimentos que se pueden ingerir y la cantidad de nutrientes que se absorben para lograr la pérdida de peso del paciente.

Lo que Lara no sabía en ese momento es que esa decisión condicionaría el resto de su vida hasta el punto de tener que dejar de viajar. Se operó en 2007, con 19 años y desde que salió del quirófano, las secuelas comenzaron a aparecer y no la han abandonado casi 20 años después.

Ahora, la antropóloga y activista contra la gordofobia cuenta su experiencia en su primer libro, Manual para romper un cuerpo (Aguilar, 2025), donde denuncia, no solo, el laberinto que atraviesa, sino la falta de información para muchos pacientes que han pasado por lo mismo que ella.

La operación a la que se sometió la autora fue un bypass gástrico, aunque en el texto se refiere a ella como "mutilación", ya que esta intervención reduce el estómago a una capacidad de entre 20 y 50 mililitros (el tamaño de una nuez).

Teniendo en cuenta que, en condiciones normales, el órgano tiene una capacidad de entre 1 y 1,5 litros, esa bolsa que se crea en la parte superior del estómago supone menos del 5% de su capacidad.

Las primeras secuelas aparecieron "casi de inmediato". Al poco tiempo se le empezó a caer el pelo, se le debilitaron las uñas y experimentó un déficit de vitaminas. "Empiezas a tener anemia, carencia de [vitamina] B12 [necesaria para procesos esenciales como producir glóbulos rojos] y de ácido fólico".

Su vida se convirtió en un recorrido por herbolarios y farmacias buscando suplementos vitamínicos para equilibrar la falta de nutrientes por la reducción de absorción de su intestino a causa de la operación.

Más tarde, apareció el síndrome de dumping o vaciamiento gástrico. Esta dolencia provoca que, al comer, el paciente sienta "mucho cansancio, malestar y mareo", describe la antropóloga. "Al principio pasa mucho y luego se va regulando. Vives con ello", dice con cierta resignación.

También son parte de su día a día los vómitos causados por otros problemas como que se le atasque la comida en el esófago. "Las personas como yo convivimos con ello habitualmente".

La última secuela a la que se ha enfrentado Lara es una estenosis del estómago, un estrechamiento anormal de órgano, que ha hecho que tenga que pasar de nuevo por quirófano. "Me dijeron que se me había quedado una apertura de solo 3 milímetros", cuenta a este periódico.

El caso de Lara "no es aislado", indica José María Balibrea del Castillo, secretario del comité científico de la Asociación Española de Cirugía (AEC) y jefe de la unidad de cirugía endocrina, metabólica y bariátrica del Hospital Germans Trias y Pujol, en Barcelona.

"He visto muchos testimonios de este tipo", remarca el cirujano y explica que la cirugía bariátrica que se hacía a principios de los años 2000 "no tiene mucho que ver con la que se hace ahora". Incluso, dice, los objetivos han cambiado.

Balibrea defiende que en ese momento el objetivo era únicamente la pérdida de peso y ahora es tratar la obesidad, que según la Organización Mundial de la Salud y las sociedades científicas se considera una enfermedad metabólica.

El portavoz de la AEC defiende que esta operación puede servir para "prevenir o curar" enfermedades como la diabetes o el hígado graso. En el caso de la primera, el cambio metabólico que provoca la intervención favorece la producción de insulina y el control de la glucosa, como explica la literatura científica.

No obstante, los datos también indican que cerca del 50% vuelven a padecer la patología. Eso sí, de una manera más leve y controlable.

Frente a afirmaciones como estas, Lara se plantea: "¿Qué problema de salud puede ser tan grave para que la solución sea mutilar el estómago y el intestino?". Incluso, remarca que antes de la operación estaba completamente sana: "No cogía ni un resfriado".

Balibrea destaca la importancia de la honestidad con el paciente antes de la operación, algo que Lara no tuvo hace 18 años. En las consultas previas a la operación no le explicaron claramente qué le iban a hacer, cuáles podían ser los riesgos o cuáles serían las consecuencias.

Tras la cirugía, se volvió a casa con muy pocos datos. El informe que le dieron con el alta en el hospital privado ni siquiera indicaba específicamente el nombre del procedimiento realizado. Para saberlo, tuvo que hacer un puzle entre la poca información que tenía y búsquedas en internet.

Balibrea explica que es imperante contarle toda la información a los pacientes para que tomen la decisión siendo plenamente conscientes de lo que puede suponer. "Hay que ser honesto y decirles que vas a cambiar la anatomía y la fisiología de su aparato digestivo".

También se les debe advertir de que van a tener que cambiar su alimentación, tanto la frecuencia de las comidas, como la cantidad y el tipo. Además, tras la intervención, los pacientes necesitan que se les haga un seguimiento "de por vida" con un equipo multidisciplinar, añade el experto.

De esta manera, se pueden ir abordando los problemas que surjan y evitar que el paciente se desnutra o, incluso, se deshidrate.

A Lara tampoco le explicaron eso. Le dijeron que reduciría la ingesta de comida, pero no que sería porque dejaría de tolerar una gran cantidad de ellas. De hecho, paradójicamente su estómago no soporta la mayoría de alimentos que se consideran más sanos.

No puede tomar verdura ni frutas en crudo o cereales integrales. "Mi estómago no lo digiere". Como consecuencia de esto, su dieta se ha vuelto muy escasa: "Vivo procesos de hambre. Muchas veces me sienta mal el desayuno y ya no puedo comer en todo el día".

Tampoco recibió un gran seguimiento. El precio de la operación incluía revisiones durante un año. Esto consistían únicamente en pesarla y hacerle analíticas. Tras ese periodo, es ella la que tiene que acudir anualmente a su médica a solicitarle análisis de sangre para comprobar sus índices de vitaminas o de hierro.

Cinco años de espera

A pesar de preocuparse por su salud y buscar atención médica no conseguía que la derivaran a la consulta de un especialista que le explicara qué le estaba ocurriendo y si se podía solucionar.

En 2020 su situación empeora, comienza a sufrir fiebres recurrentes, desmayos y diarrea casi crónica. "No podía hacer vida normal". Insistía para que le hicieran pruebas, pero fue un proceso bastante complicado.

No ha sido hasta cinco años después que ha conseguido que le hagan una gastroscopia y vieran que tenía una estenosis y tenía que ser intervenida.

Terror

Aunque no recibió información antes de operarse, lo que sí que hicieron los médicos que vieron a Lara fue instaurar el miedo en ella y en sus familiares, denuncia. "Prácticamente, se les decía que no iba a sobrevivir con ese peso", rememora en conversación con este periódico.

En aquel momento, pesaba 130 kilos y le llegaron a decir en consulta que se le podían romper los tobillos en cualquier momento, solo por eso. Aunque ella se operó en un hospital privado "porque no había tiempo", la sugerencia se la había hecho su médica de cabecera, cuenta.

Además de los problemas de salud que le ha generado, la operación no sirvió para nada porque ha vuelto a ganar el peso que le prometieron que perdería. No es algo raro, según la literatura científica, les ocurre a entre el 15% y el 40% de los pacientes que se someten a este tipo de intervenciones.

Todavía no se sabe por qué ocurre, explica Balibrea, portavoz de la AEC. El especialista indica que esto demuestra que faltan muchos factores por conocer sobre la obesidad. Entre ellos, la capacidad del intestino para aumentar poder de absorción, ejemplifica.

Balibrea es rotundo y afirma que es un gran error "ofrecer la cirugía bariátrica como un tratamiento inocuo, infalible y como la única salida. Eso es mentira".

También asegura que Lara es un ejemplo de lo que ocurre cuando las cosas no se hacen bien. "Si los pacientes de cirugía bariátrica van mal, es porque la indicación no estaba bien hecha."

Gracias a que ha contado su experiencia, Lara ha podido ver la magnitud de este problema. "Todos los días recibo mensajes de gente que me dicen que su historia es similar a la mía", cuenta.

Aun así, la divulgación en español sobre esto es escasísima y la única persona hispana, aparte de ella, que lo está contando en redes sociales es Mariana den Hollander, una escritora latinoamericana que ha pasado por lo mismo que Lara.

Balibrea reconoce que hasta el 15% de la carga de trabajo en su unidad consiste en atender pacientes que se hicieron cirugías de este tipo en la misma época que Lara y que ahora luchan contra las secuelas.

La antropóloga reconoce que le genera "una rabia y una pena inmensa" conocer datos así. Corrobora que han jugado con el cuerpo y la salud de personas como ella solo para lograr la delgadez. "En aquella época, muchos profesionales se aprovecharon de nosotras solo para enriquecerse", concluye.