La historia dio la vuelta al mundo en 2020: en plena pandemia, un médico francés de 99 años todavía en ejercicio se negaba a dejar de atender a sus pacientes pese al riesgo que el coronavirus le suponía a su edad. Pero para Christian Chenay, que ha cumplido los 104 este año sin dejar de pasar consulta, ni el Covid-19 ni haber sido recibido con honores en el Elíseo por Emmanuel Macron son el epílogo de su historia. "No tengo intención de dejarlo: si te paras, te vienes abajo", confesaba recientemente.
Chenay nació en 1921 en Angers, en el seno de una familia humilde. Su padre era un agente de aduanas de origen irlandés que emigró por sus vínculos con el comunismo, y su madre, ama de casa, le legó los genes de la longevidad a los que atribuye su larga carrera. Comenzó como soldador en los astilleros navales de la región, donde le sorprendieron los bombardeos de la II Guerra Mundial. "Me notificaron como desaparecido a mis padres", recuerda.
Bajo la ocupación, fue reclutado para ir a trabajar a Dresde: saltó del tren en marcha y se rompió una pierna, pero se salvó del bombardeo que arrasó la ciudad alemana. "Murieron todos los que habían ido", rememora. En la posguerra, entró como interno de Psiquiatría en un hospital de la región del Sena. Continuaría sus estudios en EEUU para regresar y asentarse en Chevilly-Larue, en las afueras de París. El principal motivo para seguir ejerciendo, explica, es la falta de médicos. "Cuando empecé, éramos 12 para 12.000 habitantes. Hoy somos tres médicos para 19.000".
Chenay no tiene reparos en condenar uno de los emblemas sociales de Francia, la jubilación a los sesenta años. "Es edadismo", sentencia. "Mire en Estados Unidos, en Japón, en Alemania: verá más médicos de 100 años, ahí ni se lo plantean. Lo de retirarnos a los sesenta es una especialidad francesa". Se da la circunstancia de que uno de sus hijos, también llamado Christian e igualmente médico, se jubiló décadas antes que su padre. "Yo ya estaba harto", confesaba el vástago a Le Parisien, "pero él necesita el contacto con sus pacientes".
La rutina de Chenay pasa por atender sin cita a los treinta primeros pacientes que acudan a su consulta, muchos de ellos conocidos de toda la vida. A cerca del 30% los atiende sin cobrar. "Mi padre es muy generoso, se han llegado a aprovechar de él", comenta críticamente Christian hijo. Para evitar abusos, han establecido una hora al día de consulta caritativa, que Chenay padre dedica sobre todo a personas en riesgo de exclusión y de origen inmigrante. De gran espiritualidad, también colabora en el hospicio de religiosos con alzhéimer.
El médico centenario admite que físicamente ya no es tan rápido, "pero me muevo mucho entre consultas, y eso ayuda". Asegura que duerme poco, "pero me echo una cabezada entre paciente y paciente". Una sorpresa: confiesa dedicar un montón de tiempo a Internet para estar al día de las publicaciones científicas. "Tiene su reverso malo, ahora los pacientes consultan los medicamentos que quieren y se han vuelto exigentes. Me piden antibióticos, porque si son caros, serán buenos. Y si no se los doy, se me quejan".
En ese sentido, Chenay se muestra sorprendido por el resurgimiento de problemas de salud que se consideraron superados en su época, como las enfermedades de transmisión sexual. También por problemáticas nuevas, como el auge de los trastornos mentales y el suicidio entre adolescentes. En cualquier caso, es contrario a la medicalización de la vida. Aunque ahora está monitorizado por un cardiólogo, asegura que llegó a los 65 años sin haber tomado "más de una caja de paracetamol" en toda su vida.
Varios de sus pacientes son centenarios como él, explica, y "no todos han llevado una vida sana", matiza. Hay algunas recomendaciones básicas, matiza, que son alimentarse al estilo mediterráneo y evitar el tabaco y mantener una vida activa. Pero lo que tienen en común es que, al igual que él, vivieron épocas extremadamente turbulentas pero lograron superar el estrés crónico. "Sobreponerse al estrés es la clave", insiste. "Una mentalidad de 'hoy es hoy, mañana será otro día".
También considera que la capacidad para mantener la autonomía es imprescindible para la longevidad. "Cuando ingresan en residencias de mayores, se vienen abajo enseguida", asegura. Por su parte, no tiene ninguna intención de "detenerse". "Y lo seguiré haciendo hasta que venga alguien a reemplazarme, pero no ha venido nadie aún. No puedo dejar a mis pacientes. Es una cuestión moral".