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Vivimos en una sociedad acelerada, hiperdemandante y tecnológicamente conectada, pero emocionalmente exhausta. El estrés crónico se ha convertido en uno de los grandes enemigos silenciosos de la salud pública: afecta al sistema inmune, acelera el envejecimiento, altera el sueño y deteriora nuestra capacidad de concentración y recuperación. Y lo más preocupante: lo hemos normalizado.

Según el Estudio Global de Bienestar 2023 de Cigna, el 87% de las personas a nivel mundial se sienten estresadas, y un 62% declara estarlo de forma frecuente o intensa. En España, este porcentaje coincide: 6 de cada 10 personas se consideran bastante o muy estresadas, según datos del Grupo AXA de Salud y Bienestar Mental. El trabajo, la incertidumbre económica, la sobrecarga digital y el cuidado de otros son las principales fuentes de presión cotidiana.

Las preguntas sobre esta epidemia del siglo XXI, como lo ha definido la OMS son muchas: ¿qué pasa realmente en nuestro cuerpo cuando estamos en ese estado constante de alerta? ¿El estrés es siempre malo o hay circunstancias en el que puede ser algo positivo? ¿Podemos revertir sus efectos si ya estamos atrapados en esa espiral? La ciencia médica y los expertos en longevidad, como el reputado y prestigioso cardiólogo Eric Topol, aportan algunas respuestas.

Entrés y enfermedad

Según la Fundación Española del Corazón (FEC), el estrés es la tensión provocada por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos, a veces graves. Aunque en pequeñas dosis puede tener un efecto adaptativo -por ejemplo, ayudarnos a responder con mayor energía ante un reto puntual-, cuando se cronifica, se convierte en un factor de riesgo silencioso para la salud física y mental.

El Dr. Eric Topol, ha explicado en una entrevista reciente que “cuando alguien está estresado, agotado y en tensión constante, el cuerpo funciona en modo sobrecarga, y ese estado acelera el envejecimiento”. En este estado de hipervigilancia prolongada, el sistema nervioso permanece hiperactivado, se incrementa la inflamación en el organismo, se debilita la respuesta inmunológica y se acelera el deterioro de órganos clave como el corazón, el cerebro o los vasos sanguíneos.

Además de afectar al sistema circulatorio, el estrés tiene un impacto directo sobre el proceso de envejecimiento biológico. Gracias a nuevas herramientas como los relojes epigenéticos -capaces de estimar la edad real de nuestros tejidos a partir de marcadores moleculares-, sabemos que quienes padecen estrés crónico presentan signos de envejecimiento prematuro. “Esa inflamación sostenida -explica Topol- altera el sistema inmune y acelera el reloj biológico”.

Sin embargo, no todo el estrés es perjudicial. El propio Topol aboga por un enfoque más matizado y defiende la idea de “estrés adaptativo”. Por ejemplo, señala que “si el estrés te motiva a hacer más ejercicio, puede ser positivo”. El problema aparece cuando ese estado se perpetúa, cuando el cuerpo funciona -en sus palabras- “a todo gas”, sin pausas ni recuperación. Por eso, más que eliminar el estrés totalmente, el reto está en aprender a regularlo y transformarlo.