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El perfeccionismo afecta a entre el 2,1% y el 7,9% de la población española y se ha convertido en un rasgo cada vez más visible en una sociedad obsesionada con el rendimiento y los logros. Aunque a menudo se asocia con personas altamente exigentes, constantes y orientadas a la excelencia, este patrón de pensamiento tiene también un lado oscuro. Y es que, la búsqueda constante de perfección puede derivar en consecuencias emocionales profundas, como la ansiedad o la depresión, cuando el control se convierte en una necesidad rígida e inalcanzable.

Sobre este fenómeno ha reflexionado recientemente en uno de sus vídeos en redes sociales el psicólogo Ángel Rull, especializado en trauma, apego, disociación y colectivo LGTBIQA+. Desde su experiencia clínica, el experto alerta sobre una creencia muy extendida, pero equivocada: la idea de que el perfeccionismo ayuda a calmar la ansiedad. "El perfeccionismo es un mecanismo de falso control. Nos ayuda o creemos que nos ayuda a regular la ansiedad, pero realmente se convierte en un bucle de obsesión y necesidad de que todo esté en orden y de la manera en que nosotros queremos", explica Rull.

Ese aparente autocontrol, en lugar de liberar, termina atrapando a la persona en una dinámica de rigidez mental, que le impide tolerar la imperfección, el error o la incertidumbre. Rull insiste en que esta estrategia es más perjudicial de lo que parece: "Ese perfeccionismo ni es útil, ni es necesario pero nosotros consideramos que si dejamos de ser perfeccionistas algo malo va a ocurrir".

El problema, según detalla el psicólogo, tiene raíces profundas en experiencias pasadas y en aprendizajes emocionales que a menudo arrastramos desde la infancia. "¿De dónde viene ese mecanismo de control? ¿Qué hemos aprendido en el pasado que nos hace necesitar ese control y esa rigidez?", plantea Rull. En lugar de protegernos o acercarnos al bienestar, el perfeccionismo puede convertirse en un obstáculo para la vida cotidiana, las relaciones y el crecimiento personal.

"Este mecanismo no nos conduce al éxito, no nos hace mejores, sino que nos convierte en personas completamente bloqueadas y rígidas", concluye el experto. Reconocer cómo opera este patrón, de dónde viene y qué función intenta cumplir es, según Rull, el primer paso para empezar a desmontarlo y avanzar hacia formas más sanas de afrontar la ansiedad y el malestar.

Un ciclo vicioso

El perfeccionismo no solo actúa como un falso mecanismo de control, como explica Ángel Rull, sino que puede generar un ciclo de malestar difícil de romper. Uno de los primeros síntomas habituales es la tendencia a establecer estándares excesivamente altos e inalcanzables. Esta exigencia constante, ya sea en el entorno laboral, académico, social o incluso físico, termina generando frustración cuando las metas no se alcanzan y alimenta una sensación persistente de fracaso o insuficiencia.

A esta autopercepción distorsionada se suma una autocrítica severa: el perfeccionista rara vez se permite reconocer logros, enfocándose únicamente en los errores como si fueran defectos personales. Este patrón de pensamiento tiende a alimentar síntomas depresivos y ansiedad constante. Además, el miedo a fracasar se vuelve tan intenso que, en muchos casos, provoca evitación o procrastinación, lo que incrementa la presión y multiplica el malestar a medida que se acerca un objetivo o una fecha límite.

Este círculo vicioso se ve agravado por la comparación constante con los demás, la dificultad para ser flexible y la imposición de los mismos estándares irreales a quienes le rodean, generando también conflictos relacionales y aislamiento. En este escenario, el perfeccionismo actúa como una barrera frente a la conexión social: las personas que lo padecen suelen tener dificultades para mostrarse vulnerables, ya que temen que revelar sus imperfecciones conduzca al rechazo.

A todo esto se suma una preocupación crónica por no fallar, por no cumplir con lo esperado, que muchas veces desemboca en trastornos de ansiedad. Por todo ello, identificar este patrón mental no solo ayuda a comprender el malestar emocional que genera, sino que también permite comenzar a desmontarlo desde la compasión y la búsqueda de un equilibrio más realista y humano.