Un importante volumen de las aguas subterráneas que irrigan la superficie está contaminada por los conocidos como PFAS, el acrónimo que hace referencia a las sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas, hasta el punto de que las consideraríamos inaceptables para el consumo humano. Así lo ha determinado una revisión con datos de 273 estudios que han analizado desde 2004 muestras de aguas superficiales y subterráneas de todo el mundo, y que publica Nature Geoscience.

"Los PFAS son compuestos químicos muy resistentes y termodinámicamente estables, es decir, que no son inflamables", explica Julián Campo, miembro del Grupo de Investigación en Seguridad Alimentaria y Medio Ambiente del Centro de Investigaciones sobre Desertificación (Valencia), en declaraciones a Science Media Centre. Por ese motivo se encuentran en gran cantidad de productos industriales y comerciales, incluyendo utensilios de cocina antiadherentes, envases de alimentos y telas impermeables.

Sin embargo, estos mismos PFAS se consideran "sustancias químicas eternas" extremadamente persistentes en el medio ambiente, altamente tóxicas y con el potencial de "bioacumularse y biomagnificarse" a lo largo de la cadena alimentaria, advierte el especialista. Efectivamente, al ingerir productos alimentarios y el agua que los contenga, esas sustancias irán acumulándose en el organismo de los individuos, en mayor medida cuanto más alto estén en la cadena alimentaria. "Han sido detectados en la vida silvestre, y representan un claro peligro potencial para la salud humana".

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Así, los PFAS se suman a los disruptores endocrinos -sustancias como el Bisfenol A- con efectos tóxicos como "hepatotoxicidad, inmunotoxicidad, toxicidad para la reproducción y efectos tumorigénicos", enumera Campo. El experto recuerda que esto ha llevado a que productos como las dioxinas, furanos, hexaclorobenceno, PCB y pentaclorobenceno quedasen prohibidos por el Convenio de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes.

Para esta revisión, el equipo de Denis O’Carroll de la Universidad de Nueva Gales del Sur (Australia), se ha basado en "un extenso conjunto de datos ambientales globales, incluyendo información de más de 12.000 muestras de aguas superficiales y 33.900 de aguas subterráneas", explica Begoña Jiménez, investigadora científica del CSIC en el departamento de Análisis Instrumental y Química Ambiental del Instituto de Química Orgánica General (IQOG-CSIC).

"Las PFAS, conocidas como 'sustancias químicas eternas' debido a su persistencia en el medio ambiente, son ampliamente utilizadas debido a sus distintas propiedades como repelentes de agua, aceite, manchas, etc...", coincide la investigadora. Una de las conclusiones del trabajo es por tanto que "los programas actuales de monitorización de PFAS pueden estar subestimando la contaminación en el medio ambiente, debido al número limitado de compuestos que comúnmente se analizan". 

"Los resultados son preocupantes, ya que las aguas superficiales y subterráneas pueden ser tratadas por plantas potabilizadoras para generar agua de grifo, donde la presencia de PFAS podría tener implicaciones para la salud humana", valora por su parte Irene Navarro, investigadora de la Unidad de Contaminantes Orgánicos Persistentes y Contaminantes Emergentes en el Medio Ambiente del CIEMAT (Madrid). "Así pues, es esencial señalar la necesidad de mejorar la calidad del agua para preservar los ecosistemas acuáticos y contribuir a la reducción progresiva de las emisiones de sustancias peligrosas al agua".

"Además, se investigaron las concentraciones en productos de consumo e industriales que contienen estos compuestos para mejorar el conocimiento y la comprensión del origen de la contaminación por PFAS", prosigue. Los resultados ponen de relieve que muchos estudios cuantifican un número limitado de PFAS sin medir compuestos importantes y prevalentes como los alcoholes fluoroteloméricos (FTOH, que es un importante PFAS presente en productos de consumo)".

"Este hecho subraya la necesidad de llevar a cabo más investigaciones, especialmente centradas en la cuantificación de una gama más amplia de PFAS en diferentes compartimentos ambientales para no subestimar su futura carga ambiental", concluye la investigadora.