Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) son uno de los problemas mentales que más amenazan la vida. Según cifraba la presidenta de la Sociedad de Psiquiatría de Madrid, Marina Díaz Marsá, en un acto celebrado el pasado mayo, la anorexia —una de las patologías que engloba este paraguas— multiplica por cinco el riesgo de mortalidad. La bulimia lo hace por dos. Al drama de estos datos, hay que sumar el hecho de que son problemas cuya prevalencia ha aumentado notablemente en los últimos 50 años, como advertía una revisión publicada en The Lancet. Por todo ello, la comunidad médica busca desesperada una solución.

Prestar atención a las señales de riesgo de estos trastornos es una de las armas más potentes que se pueden utilizar. Cuanto antes se detecte el peligro, más fácil es cortarlo. Este es, precisamente, el mensaje que lanza una nueva investigación publicada en JAMA —la más grande hasta la fecha— y que avisa de que uno de cada cinco niños y adolescentes en el mundo sufre de desórdenes alimentarios, la primera luz roja de un TCA. Entre ellos se incluye la falta de control con la comida, vómitos autoinducidos, perder una gran cantidad de peso en un tiempo relativamente corto de tiempo o mostrar una excesiva preocupación por la imagen corporal.

"Cuando un desorden alimentario perdura en el tiempo, las probabilidades de desarrollar un trastorno de la conducta alimentaria son muy altas", detalla a EL ESPAÑOL José Francisco López-Gil, investigador de la Universidad de Castilla La-Mancha y autor principal del estudio. "Nos dimos cuenta de que no había literatura científica que recogiese la proporción global de niños y adolescentes que estuvieran en riesgo de padecer un TCA y, de ahí, la investigación", prosigue.

[El laberinto de la anorexia, un drama más allá de la 'belleza': "Es una relación tóxica con un monstruo"]

Los hallazgos son desalentadores. Como reza el documento, tras analizar datos de más de 63.000 niños y adolescentes de 16 países, se ha comprobado que un 22% tiene una alta probabilidad de terminar con un TCA. "Casi una cuarta parte de los participantes presentaban conductas alimentarias alteradas, por lo que estos resultados ponen de relieve un ámbito que durante mucho tiempo ha recibido poca atención y ha sido ignorado", esgrime en declaraciones a SMC España Trevor Steward, investigador principal de la Facultad de Ciencias Psicológicas de la Universidad de Melbourne.

Una aportación "muy importante"

El experto, que no ha participado en el trabajo, corrobora las palabras López-Gil: "Las alteraciones de la conducta alimentaria durante la infancia y la adolescencia evolucionan con frecuencia hacia trastornos de la conducta alimentaria. La aplicación de estrategias de intervención precoz podría reducir este riesgo". Por todo ello, valora el estudio como una aportación "muy importante".

Hay que destacar que, más allá de arrojar luz sobre la proporción de niños y jóvenes con estos problemas, la investigación también añade datos interesantes respecto al sexo, edad y perfil de las persorsonas con alteraciones alimentarias. En relación a lo primero, coincidiendo con la literatura preexistente, las niñas tenían más probabilidades de sufrir un desorden alimentario, con un 30% frente al 17% de ellos.

[Ni anorexia ni bulimia: el desconocido trastorno alimentario que reduce la calidad de vida]

Si bien, López-Gil, al igual que refleja el estudio, destaca que, aunque las jóvenes sean el perfil más preocupante, los datos demuestran que ellos también son vulnerables y, por ende, no deberían pasar desapercibidos de las señales de alerta. "Se presume que los niños no reportan el problema debido a la percepción social de que estos trastornos afectan principalmente a las niñas", apostilla el documento, que pone el ojo en actitudes que se suelen observar en este tipo de población y que son igual de problemáticas, como someterse a grandes esfuerzos para ganar masa muscular o el aumento de peso con el objetivo de mejorar la satisfacción propia con la imagen corporal.

Mientras, con la edad ha sucedido lo mismo que con el sexo: cuánto mayor era la edad de los sujetos (de 7 a 18 años), mayor era la probabilidad de que hubiera un desorden alimentario, coincidiendo con las creencia previa. "Muchos autores sitúan la incidencia de estos casos entre los 13 y 14 años", confirma el investigador.

Adolescencia, edad crítica

La adolescencia se convierte así en un periodo en el que se debería prestar una gran atención a estas luces rojas. Máxime cuando son la población más sometida a los riesgos de las redes sociales, como denunciaba un estudio publicado en PLOS ONE y que advertía que el 44% de los vídeos vertidos en la red social TikTok sobre alimentación versaban sobre pérdida de peso. Es más, tan sólo la etiqueta #PérdidaDePeso poseía más de 10.000 millones de visitas.

Bajar de kilos para mejorar la imagen personal —aunque no es el único— suele ser un importante desencadenante de un desorden alimentario. Por eso, la investigación se ha topado con otro dato relevante y que, a diferencia de los otros dos, rompe el patrón de las preconcepciones: estas conductas son más frecuentes en personas con un índice de masa corporal (IMC) alto. "Tenemos la imagen preconcebida de que esto es algo que solo afecta a personas con delgadez, por lo que las personas con exceso de peso se quedan fuera del radar", recalca López-Gil.

El investigador desea que este estudio sirva como la evidencia de que actualmente hay personas en riesgo y de que hay señales de alarma que se pueden utilizar para iniciar los protocolos. También pide que no se olvide que, aunque no se llegue al desarrollo de una enfermedad mental, estas conductas acarrean todo tipo de problemas de salud, como malnutrición y carencias alimentarias. "Esto hay que tenerlo en cuenta, porque estos procesos hacen que la salud se vaya deteriorando", sentencia.