La prudencia con la que Dinamarca ha gestionado la crisis sanitaria de la Covid-19 ha sentado precedente a nivel mundial. Dando prueba de una disciplina y rigor que han llegado a faltar incluso entre algunos de sus vecinos escandinavos, los daneses optaron por el autoconfinamiento tres días antes del dictado oficialmente en marzo de 2020, una acción temprana que permitió incluso terminar presencialmente el curso escolar cuando el resto de Europa aún debatía la reapertura. Algunas de sus medidas pioneras, como la suspensión de la vacuna de AstraZeneca o el 'pasaporte Covid', han terminado replicadas en cascada por el resto de países comunitarios. 

Es por ese motivo que el anuncio del levantamiento de las últimas restricciones sanitarias contra el coronavirus para dentro de dos semanas, el próximo 10 de septiembre, resulta enormemente significativo. No es el primer país que ha tratado de abrazar un retorno a la "antigua normalidad" animado por el avance de la vacunación masiva: Israel ya lo intentó antes de que la prevalencia de las variantes del coronavirus SARS-CoV-2 obligasen a dar marcha atrás. En Europa, Reino Unido ya declaró su 'freedom day' en junio, con una incidencia acumulada de más de 600 casos por 100.000 habitantes. A lo largo del verano, ha llegado a superar los 800.

Sin embargo, Dinamarca ha llegado a adelantar tres semanas la derogación de la figura de 'enfermedad crítica para la sociedad', una cobertura legal en la línea del estado de alarma en España para aprobar restricciones a la movilidad y a las reuniones. A día de hoy, el país todavía impone aforos para grandes eventos, obliga a presentar el coronapas -certificado de vacunación- para acceder a algunos comercios o establecimientos. A mediados de agosto desapareció la imposición de llevar mascarilla y mantener la distancia de seguridad en el transporte público.

El fin de todas estas medidas estaba previsto para el 1 de octubre, pero la debilidad política del gobierno socialdemócrata ha acelerado los plazos. "Tenemos cifras récord de vacunación. Por eso podemos eliminar algunas reglas que fue necesario adoptar en la lucha contra la Covid-19. El Gobierno había prometido no mantenerlas más tiempo del necesario", justificaba el ministro de Sanidad, Magnus Heunicke. En su comunicado, no obstante, advertía que "la pandemia no ha terminado" y que el Ejecutivo "no vacilará" en caso de rebrotes que "amenacen importantes funciones de nuestra sociedad".

Dos factores avalan el fin de las restricciones para Copenhague. En primer lugar, se ha alcanzado la vacunación del 70% de la población danesa con la pauta completa, el umbral considerado hasta ahora como el garante de la 'inmunidad de rebaño'. Por el otro, la incidencia a 14 días ha descendido a los 232,18 nuevos casos por 100.000 habitantes, de acuerdo con el Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades (ECDC). En comparación, España encara los últimos días de agosto rozando pero sin alcanzar el objetivo del 70% con doble dosis, y con una incidencia de 264,13. ¿Sería factible una medida aquí como la danesa?

Supresión 'versus' mitigación

Se ha escritos ríos de tinta sobre los posibles factores que han facilitado que Dinamarca haya pasado la pandemia con una de las tasas de mortalidad más bajas de Europa -44,13 por 100.000, la cuarta parte que la española- y sufriendo uno de los menores retrocesos económicos. De la elevada responsabilidad personal de sus ciudadanos a la amplia implantación del teletrabajo, pasando por su escasa densidad de su ya de por sí pequeña población -menos de seis millones- o factores culturales que favorecen las pequeñas comunidades íntimas frente a las grandes aglomeraciones.

Epidemiológicamente hablando, sin embargo, todos los estados han tenido que apostar por dos vías a grandes rasgos. Por un lado, la supresión del coronavirus mediante cierres de fronteras, rastreos de contactos y confinamientos selectivos. Esto ha permitido a países de Asia y Oceanía disfrutar de una "normalidad" sin mascarillas y sin vacunas, interrumpida por cierres estrictos en caso de detectarse brotes. La mitigación, por otra parte, responde a la "nueva normalidad" que se ha tratado de sostener en Europa y EEUU: evitar nuevos confinamientos con medidas restrictivas que no eliminan los contagios pero los mantienen en niveles manejables pare evitar el colapso hospitalario.

En España, únicamente el avance de la vacunación, especialmente entre los colectivos más vulnerables, ha permitido que esta mitigación haya terminado siendo efectiva. El coste, sin embargo, es alto: la quinta ola ya ha dejado más de 3.300 muertos. Sin embargo, Dinamarca siempre ha apostado por combinar ambas vías. Cuando en nuestro país todavía se debatía sobre "salvar las navidades", Copenhague aprobó restricciones para las celebraciones que se prolongaron en Año Nuevo, cortando en seco una tercera ola que fue durísima en España.

Ahora, Dinamarca se lanza a la reapertura total con un cobertura vacunal del 70% que España considera, en palabras de la ministra Carolina Darias, insuficiente porque "el virus va a seguir mutando", según declaraba en Onda Cero. ¿Con que otras armas cuentan los daneses? Copenhague ha anunciado que proporcionará ya en septimebre una tercera dosis de la vacuna contra la Covid-19 a personas con inmunidad "muy reducida" por una enfermedad o tratamiento (trasplantes, quimioterapia), algo que otorgará una protección adicional a colectivos de alto riesgo. Pero Darias también ha insinuado esta medida para nuestro país, por lo que la diferencia no hay que buscarla ahí.

Como al comienzo, habría que volver a los incios de la pandemia y en los tres factores sanitarios sacados de la estrategia de supresión en los que Dinamarca destaca: test masivos (se han realizado 40,5 millones de PCRs para 5,8 millones de habitantes según datos oficiales), rastreo de contactos y secuenciación de pruebas en contagiados. A esto se suma una alta disponibilidad de ocupación hospitalaria y que las restricciones a la entrada y salida del país seguirán en vigor, ya que dependen de otra normativa.

A día de hoy, las autoridades danesas pueden detectar con precisión cuándo y dónde se produce un rebrotes, y qué variantes están involucradas. España decidió no librar esa batalla, y a día de hoy lo fía todo a un porcentaje de vacunación lo más extenso posible.

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