Mientras en España nos preguntábamos si el repunte iniciado a mediados de marzo era o no era una cuarta ola, el País Vasco se veía arrastrado irremediablemente hacia una quinta. Sí, como suena. Observando su trayectoria de contagios y hospitalizados, tal y como se puede apreciar en el gráfico inferior, saltan claramente a la vista cuatro picos notables en agosto y noviembre del año pasado, más febrero y abril de este. El quinto sería, obviamente, el de marzo y abril de 2020, el tsunami original. De hecho, la división de la incidencia por grupos de edad deja claro que, si esta quinta ola no ha ido más lejos, es porque gran parte de los mayores de 80 ya están vacunados y la curva de casos ha ido decreciendo con las semanas en ese grupo de edad.

Si nos centramos en esta quinta ola -fenómeno que en España también podemos observar en Aragón y Navarra, aunque con mucha menor intensidad-, nos encontramos con unos máximos incomparables con el resto de España. El pico de incidencia, que, afortunadamente, parece que hemos dejado atrás, quedó en los 529,4 casos por 100.000 habitantes del pasado 26 de abril. Recordemos que en ningún momento de este cuarto repunte nacional, la media española ha superado los 250. El problema, en cualquier caso, está en los hospitales: la semana pasada se alcanzó la mayor cifra de nuevos ingresos semanales desde que se inició su contabilidad en julio de 2020: casi 100 de media por día, lo que colocó a su vez la ocupación UCI muy por encima del 35% de casos con clínica Covid sobre el total ampliable, umbral que supone en la práctica la saturación del sistema hospitalario.

Aunque el ministerio de Sanidad informara el pasado viernes de una ocupación de 171 pacientes críticos con clínica Covid, el propio gobierno vasco eleva el número a los 189. Eso rozaría el 40% del total, contando como UCI casi cualquier cosa que haga mal que bien esa función. Desde mediados de abril del año pasado no veíamos algo parecido y nos da una idea de lo virulenta que está siendo esta quinta ola en la comunidad vasca. Puede que en algo influya la errática campaña de vacunación: sabemos que la mayoría de los ingresos en UCI se producen en el grupo de edad de 60 a 79 años, y si miramos los datos del ministerio, nos encontramos con que el País Vasco tiene los peores porcentajes en ese grupo de edad tanto en una dosis como en pauta completa.

Ahora bien, eso explicaría el caos hospitalario, pero no el aumento de incidencia de por sí. ¿Cuáles son las razones para que el País Vasco sea tan vulnerable teniendo en cuenta que desde el principio han hecho multitud de tests y las apelaciones a la prudencia han sido constantes desde el gobierno vasco? Es muy difícil saberlo y solo cabe apelar a algunos factores que pueden tener relevancia aunque ninguno explique por sí mismo estos rebrotes. Prueba de esa incertidumbre es que el único presidente autonómico que se ha pronunciado abiertamente a favor de una prórroga del estado de alarma ha sido el propio Íñigo Urkullu.

De entrada, como se ve, hay algo cíclico en los aumentos de incidencia, como si fueran, hasta cierto punto, inevitables. En el País Vasco se han tomado medidas bastante restrictivas en torno a la hostelería y el comercio, algunas de las cuales han sido directamente tumbadas por los tribunales en decisiones cuando menos polémicas. Este cuidado aparente por evitar la transmisión comunitaria no ha servido para evitar que la base de contagios haya estado siempre demasiado alta, por encima de los 100 casos por 100.000 habitantes desde mediados de agosto. Eso es un peligro muy serio… pero su situación en ese sentido es similar a la de Madrid o Cataluña sin que en estas dos últimas comunidades hayamos visto cinco repuntes de tanta intensidad.

También va variando el foco de los contagios: la primera ola empezó en Vitoria, por ejemplo. Bilbao y sus alrededores han sido el epicentro de varios de los rebrotes posteriores… pero esta quinta ola se ha centrado en Guipúzcoa. ¿Puede tener que ver su proximidad con Navarra, cuyas cifras también han doblado la media nacional en el último mes? Tampoco parece razón suficiente. Ahora mismo, la incidencia en esta provincia es de 709,13 casos por 100.000 habitantes, exageradamente por encima de lo que vemos en Vizcaya y Álava.

La coincidencia de este incremento con la final de Copa del Rey entre el Athletic de Bilbao y la Real Sociedad ha hecho pensar a muchos en una relación causa-efecto, pero no parece probable. Aunque vimos imágenes ciertamente innecesarias -más en Bilbao que en San Sebastián, curiosamente-, sabemos que los contagios al aire libre cuando la gran mayoría de la gente lleva mascarillas son muy poco habituales y desde luego no explicarían por sí mismos un rebrote de estas características a nivel provincial e incluso regional. Sigue siendo más peligroso tirarse desde una farola que animar al Athletic junto a cientos de aficionados, aunque ninguna de ambas prácticas sea mínimamente aconsejable.

Todos estos motivos pueden explicar parcialmente la excepción vasca pero no resuelven por completo la duda de qué ha podido pasar en Guipúzcoa y el País Vasco en el último mes y medio ni cómo evitar que vuelva a suceder. Esto último se conseguirá aumentando el ritmo de vacunación y asegurando que la gente no se sigue reuniendo en interiores. El País Vasco tiene una larga tradición de reuniones familiares y de amigos en torno a sociedades gastronómicas y similares. Aunque estas cumplan todos los parámetros exigidos de seguridad, es posible que haya reuniones no controladas en las que se disparen los contagios, pero en realidad es difícil asegurarlo. ¿Por qué el País Vasco y no Cantabria o Asturias? Resulta chocante. Solo queda esperar que este cambio de tendencia de los últimos días se consolide y nos lleve por debajo de esa peligrosísima base de transmisión constante. De conseguirlo, la siguiente ola quedará algo más lejos.