A veces, una misma sustancia puede matarte, eliminar tus arrugas y quitarte un dolor de cabeza. Un buen ejemplo de este tipo de compuestos es el bótox, una toxina producida por la bacteria Clostridium botulinum. A pesar de ser la causante de una grave intoxicación alimentaria, llamada botulismo, desde 1977 se ha utilizado con diferentes fines médicos, desde tratar el estrabismo hasta paliar algunos tipos de migraña. Además, también es muy típica en medicina estética, por su uso para estirar las arrugas faciales. Todo esto se basa en su capacidad para producir parálisis muscular por denervación química.

Pero su capacidad para llegar hasta sus neuronas podría conferirle otras aplicaciones, como la que un equipo de investigadores de la Universidad de Sheffield acaba de publicar en Science Translational Medicine.

A día de hoy, los opiáceos son los medicamentos más utilizados para tratar dolores severos y crónicos. Por lo general funcionan muy bien, pero cuentan con efectos secundarios importantes, como la posibilidad de crear adicción.

Por eso, estos investigadores, dirigidos por el bioquímico Bazbek Davletov, han decidido aprovechar la neurotoxicidad del bótox para llevar hasta las neuronas algunas moléculas capaces de bloquear los receptores del dolor.

Estudios anteriores con ratones y perros de compañía habían demostrado que un conjugado entre la sustancia P, implicada en la percepción del dolor, y la neurotoxina vegetal saporina, es capaz de bloquear el dolor, gracias a su unión al receptor de neurocinina-1 (NK1R).

Sin embargo, este conjugado afectaba gravemente a las neuronas espinales, por lo que los científicos encargados del estudio decidieron sustituir la saporina por el bótox, modificado a su vez para que no altere las neuronas encargadas de controlar los músculos, como comúnmente hace.

La toxina botulínica está compuesta de dos cadenas, una pesada y otra ligera. La primera es la encargada de unirse a los receptores neuronales, facilitando que la segunda pueda atravesar la membrana de los endosomas, a los que migra NK1R para seguir llevando a cabo su función. Esto facilita que el bloqueo pueda desarrollarse durante más tiempo, dando lugar a una inhibición muy duradera del dolor.

Como resultado, después de inyectar el conjugado SP-BOT en la médula espinal de un grupo de ratones de laboratorio, comenzó a paliar su dolor a los tres días, permaneciendo el efecto durante las tres semanas que duró el experimento.

Se probó tanto en ratones que sufrían dolor por daño en los nervios, como en los que lo padecían a causa de la inflamación provocada por otro tipo de lesión. En ambos se obtuvieron resultados muy positivos.

A continuación los investigadores probaron un nuevo conjugado, DERM-BOT, formado esta vez por la unión entre el bótox y la dermorfina, un opioide natural secretado por la piel de una rana arborícola sudamericana.  De nuevo, se consiguió paliar el dolor de los ratones con daño nervioso y de los que sufrían dolor de carácter inflamatorio.

Para comprobar cómo afectaba el dolor a los ratones tratados con alguno de los conjugados, los científicos utilizaron el test de Frey, consistente clavar en sus patas una serie de filamentos de plástico, de diferentes tamaños. Los ratones con dolor retiraron las extremidades al ser ensartados con los más finos, mientras que los que habían sido tratados sólo lo hicieron cuando llegaron a los de más grosor, igual que ocurrió con los sanos.

Finalmente, inyectaron el tratamiento a los ratones sanos, con el fin de comprobar si sufrían algún efecto secundario, especialmente a nivel muscular. No se dio tal caso, por lo que la droga podía considerarse segura.

Cabe destacar que el fármaco sólo se ha probado en ratones, por lo que es demasiado pronto para afirmar que se puedan obtener resultados similares en humanos. Sin embargo, si experimentos futuros apoyaran esta teoría, el bótox podría gozar de otra gran aplicación en la medicina, más allá de la muerte por intoxicación. He ahí la magia de la ciencia.

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