Las patatas fritas son el acompañamiento estrella de denominada 'Dieta occidental', que ha desbancado a la variedad de alimentos frescos que caracterizan la dieta mediterránea. Así, en España este alimento sirve de guarnición a una gran mayoría de segundos platos, siendo especialmente popular entre los niños.

España no tiene ‘fish and chips’, pero sí el filete con patatas que se siente casi tan tradicional como el salmorejo. Aunque esta no es la única forma en que se consumen: fritas también en aceite, pero más finas, las patatas fritas de bolsa vienen acompañadas de una serie de añadidos que pueden ser dañinos para la salud a largo plazo.

En primer lugar, los inconvenientes que puede tener el consumir patatas fritas todos los días radica en su forma de preparación, es decir, en el frito. "La patata en sí no presenta ningún inconveniente, el problema es que esté frita en aceite. Además, depende mucho de la calidad del mismo, no es lo mismo el aceite de oliva virgen extra que el de girasol", explica Bárbara Sánchez, dietista y nutricionista que trabajó con el Atlético de Madrid femenino durante más de 8 años y Madrid Club de Fútbol femenino.

Una patata de 150 gramos puede aportar hasta el 15% de la cantidad recomendada de vitamina C, relacionada con el correcto funcionamiento inmunológico y la formación de tejido conectivo en dientes y articulaciones. En el caso de freírla o asarla, una sola patata puede contener hasta un 33% de la cantidad diaria recomendada de potasio, esencial para el funcionamiento celular, recomendado para fortalecer los músculos.

También es rica en vitamina B6 que, entre otras cosas, ayuda a descomponer proteínas e interviene en la formación de glóbulos rojos y anticuerpos. Una sola patata puede aportar el 25% de la cantidad diaria recomendada en adultos. Asimismo, este alimento por si solo contiene colina, necesaria para regular la memoria y el estado de ánimo, además de para el control muscular. También está involucrada en la producción de fosfolípidos, un componente que forma parte de las membranas celulares del cuerpo, algo así como los ladrillos.

Este nutriente es precursor de la acetilcolina, un neurotransmisor vital en el sistema nervioso periférico, es decir, los nervios que no están ni en la médula espinal ni el cerebro. Una sola patata contiene alrededor del 10% de la cantidad diaria recomendada de esta importante molécula.

El alto contenido en almidón también es otra de las ventajas de este tubérculo. Conocido como un prebiótico más, estimula el crecimiento de las bacterias sanas del intestino, las que ayudan a regular el organismo. Sin embargo, tomado en forma de patatas fritas se transformaría en un ingrediente insano.

En un artículo publicado por The New York Times, Eric Rimm, profesor de nutrición de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard, EEUU, afirmó que las patatas fritas son bombas de almidón. Rimm, autor de un estudio reciente, señala que media docena debería ser el límite de una ración de patatas fritas.

Aumento de peso

Después de repasar los beneficios base de consumir patata todos los días, toca centrarse en el método de elaboración, la fritura. “Las patatas fritas son al final grasas saturadas”, afirma Raquel Ramírez, dietista nutricionista, especialista en acción metabólica.

Este tipo de grasa puede elevar el colesterol en sangre, aumentando la probabilidad de sufrir enfermedades del corazón y cerebrovasculares. También elevan los niveles de 'colesterol malo' (LDL) y reducen los niveles del 'colesterol bueno' (HDL). De forma general, esto favorece un aumento de peso.

La Asociación Americana del Corazón recomienda una dieta que no supere del 5 al 6% de calorías provenientes de este tipo de grasa. Es decir que, de 2.000 calorías diarias, como máximo 120 pueden tener este origen, que serían alrededor de 13 gramos.

Hiperpalatables

Aunque el problema no sólo radica en el aceite donde se fríen, un estudio de la Universidad de Deakin, Australia, descubrió que como las patatas fritas suelen llevar mucha sal, promueven el consumo excesivo de alimentos grasos. Lo que sería la explicación a su fama de adictivas, en la cual el glutamato también tiene mucho que ver. Esta sustancia que estimula el apetito se encuentra en las patatas fritas de forma natural.

En el caso de las patatas fritas de bolsa y no de freidora, existen investigaciones que relacionan su textura crujiente con la adicción. El crujido en la boca podría producir una satisfacción similar al ASRM que provocaría que el consumidor continuara la ingesta a pesar de sentirse saciado.

Diabetes y cáncer

En un análisis publicado por la revista Journal of Clinical Nutrition, se analizó la dieta de distintos individuos a lo largo de los años, centrándose en el consumo de comida rápida y fritos. La investigación concluye que consumir de forma habitual este tipo de alimentos se asoció significativamente con el riesgo de incidencia de diabetes tipo 2 y enfermedad coronaria.

Las patatas fritas también contienen acrilamida, un compuesto sobre el que recaen indicios de ser cancerígeno, según el Instituto Nacional del Cáncer. Esta sustancia puede producirse cuando los alimentos que contienen el aminoácido asparagina, como las patatas, se calientan a altas temperaturas en presencia de algunos azúcares.

En algunos estudios con animales se ha encontrado que la exposición a la acrilamida incrementa el riesgo de varios tipos de cáncer, ya que en el cuerpo, esta sustancia se convierte en un compuesto llamado glicidamida, la cual causa mutaciones y daños al ADN.

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