Las llamas han transformado el paisaje español en los últimos diez días y han hecho de 2025 no solo el peor año de los últimos 30 sino también el cuarto con mayor superficie quemada desde que empezaron a registrarse en los años 60.
El sistema europeo de vigilancia por satélite Copernicus calcula que hasta el 18 de agosto han ardido 348.238 hectáreas en nuestro país, el 0,69% del territorio nacional.
Hay que remontarse a 1994 para superar esa cifra. En aquel año los incendios afectaron a 437.602,5 hectáreas, según la Estadística General de Incendios Forestales del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico.
A decir verdad, solo tres años han registrado mayor superficie quemada que 2025 y tuvieron lugar en el decenio que va desde mediados de los 80 a mediados de los 90.
Es 1985 el año que más monte vio arder: las llamas consumieron 484.475,2 hectáreas de monte. Cuatro años después, en 1989, se registrarían 407.122,1 hectáreas arrasadas.
Hasta hace diez días era 2022 el año negro en lo que llevamos de siglo: 306.555 hectáreas quemadas, según el Sistema Europeo de Información de Incendios Forestales, que utiliza los datos de Copernicus.
Este sistema solo recoge los incendios que afectan una superficie mayor a 30 hectáreas, pero da una idea rápida y fiable del alcance de las llamas.
Estos diez días infernales han marcado la diferencia superando la superficie afectada en 2022 con la mitad de incendios: 228 frente a los 493 de hace tres años.
Han sido megaincendios como el de Molezuelas de la Carballeda (Zamora, 39.714 hectáreas afectadas), Chandrexa de Queixa (Orense, 17.500 hectáreas) o Jarilla (Cáceres, 12.000 hectáreas) los que han cambiado el panorama.
La superficie quemada hasta este martes multiplica casi por seis la media en el mismo periodo de tiempo y supera en un 20% el máximo de hectáreas quemadas de los últimos 20 años.
Según el meteorólogo de Meteored Francisco Martín León, no hay un único factor al que poder achacar la excepcionalidad de este año, aunque "ya avisamos de que se estaba creando un caldo de cultivo perfecto para grandes incendios".
La clave hay que buscarla en la primavera excepcionalmente lluviosa que hemos vivido, "la quinta en cantidad de precipitación en la historia reciente de España".
Marzo acumuló un 250% más de precipitaciones de lo normal, y abril un 111% más. Esto generó un "crecimiento exuberante de la vegetación, que sería material de primera para grandes incendios, en cuanto se secara".
Los 16 días de ola de calor de agosto, con varias jornadas de temperaturas excepcionalmente altas incluso por las noches, hizo el resto.
Una situación parecida se vivió en 2022, con una primavera con precipitaciones por encima de la media registrada en los años 1981-2010 y un verano seco.
Martín León apunta que ha habido otro factor más, el de las 'tormentas secas', con "fuertes vientos en superficie, pocas precipitaciones y muchos rayos", que suponen "el 10% del inicio de ciertos incendios", lo que ha multiplicado el riesgo.
El tamaño de la superficie arrasada por las llamas retrotrae a una época en que la sequía y los incendios estaban entre las grandes preocupaciones nacionales.
En la década de los 80 se registraba una media de 70 grandes incendios forestales (los que afectan a más de 500 hectáreas) al año, con un pico de 159 incendios en 1985, el peor año registrado.
En comparación, la media del último decenio se sitúa en 13 grandes incendios, con un pico de 41 en 2022. Hasta el 17 de agosto se han registrado 49 incendios de este tipo en 2025.
La fuerte sequía que hubo en nuestro país entre 1978 y 1984 contribuyó a alimentar el fuego en la "década negra de 1980", como la define para EL ESPAÑOL Ignacio Pérez-Soba, decano del Colegio Oficial de Ingenieros de Montes de Aragón.
"Esto causó una gran impresión que hizo aumentar la inversión para adaptarse al reto: se logró una mayor profesionalización y más presencia de medios aéreos, se crearon las Brigadas de Refuerzo en Incendios Forestales (BRIF), las unidades helitransportadas, etc."
El sistema logró una "eficacia altísima" para que la mayoría de conatos no llegue a incendio. La consecuencia, en los últimos 20 años, fue que "todos los indicadores forestales hayan ido mejorando excepto en un aspecto: la superficie quemada".
Entre 2015 y 2024, el número de incendios forestales ha caído un 35%, pero no ha pasado lo mismo con la superficie quemada, pues solo lo ha hecho un 5%, según la organización ecologista WWF.
Pérez-Soba reconoce que el cambio climático juega un papel importante, sobre todo cuando se dan "temperaturas muy altas las 24 horas del día y durante muchos días seguidos", pero apunta más allá y denuncia el país solo hizo la mitad del trabajo en estos años.
"La mejora del sistema de extinción desde la década de 1990 ha dado sus resultados y es muy de agradecer, pero no se ha dispuesto de un sistema paralelo de gestión forestal integral: no se ha considerado que la política forestal sea un pilar del estado".
El ingeniero de montes señala que la superficie forestal en España está aumentando y "eso es una buena noticia", pero "no se está invirtiendo lo que necesitarían los 28 millones de hectáreas forestales que tenemos".
La gestión, apunta, debe ser integral, sin diferenciar monte público y privado, pues "de nada sirve tener bien gestionados unos montes si ni siquiera sabemos qué ocurre con los que lo rodean. Hay que dar un salto de calidad en la política forestal".
Pérez Soba lamenta la "desvinculación cultural entre la sociedad y los montes. Es sorprendente que en amplios sectores sociales nos encontremos con prejuicios e ideas contrarias al aprovechamiento sostenible de la madera, por ejemplo".
Por ello advierte de que ver los montes solamente como un potencial de ocio puede ser contraproducente. "Si los montes mejoran sus ecosistemas y tenemos trabajando personas allí, serán más resilientes a los incendios. Pero la sociedad solo se acuerda del monte cuando arde".
