Catástrofes climáticas que se consideraban "imposibles" hace unas décadas, como sequías de hasta cinco años de duración en Europa, han pasado a ser "plausibles" a partir de 2030 por el calentamiento global. Es el aviso que lanzan la española Laura Suárez-Gutiérrez, especialista en extremos climáticos del ETH Zürich (Suiza) y el IPSL de París, y sus compañeros del Instituto de Meteorología Max Planck (MPI) de Hamburgo (Alemania). Publicada en Communications Earth & Environment, su investigación concluye que el inminente aumento de 2ºC en las temperaturas mundiales precipitará condiciones que no se esperaban hasta finales de siglo.

Uno de los aspectos más interesantes del trabajo es la combinación de factores que impactan a la salud y el bienestar: no se trata solo de la temperatura máxima, sino de la sequía o las noches tropicales.

Esto es un tema en el que muchos estamos trabajando. Tenemos que investigar los impactos que sufren la gente y los ecosistemas para cuantificar realmente la importancia de cada factor. En temas de salud humana estamos logrando grandes avances. El calor nocturno, por ejemplo, no deja al cuerpo recuperarse y hace que más gente sufra efectos adversos cuando al día siguiente se enfrentan al calor extremo. Pero aún queda mucho por investigar, para conocer por ejemplo qué limites provocan impactos irreparables en los diferentes ecosistemas.

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¿Necesitamos mejores marcadores del impacto del cambio climático en las personas para concienciar y prevenirlo mejor?

Nosotros nos enfocamos en el tema de los años sucesivos con calor y sequía extremos, cuando ocurre un año y se repite al siguiente. Es crucial entender los impactos que provoca esta situación extrema repitiéndose en un área ya vulnerable por haberlo sufrido recientemente. A medida que avanza nuestro conocimiento sobre cómo se están alcanzando estas condiciones y qué efectos están causando, es importantísimo avanzar también en las medidas de adaptación, en la comunicación a la población de los riesgos, y en los consejos sobre cómo sobrellevarlos.

Según el MPI-M, el escenario "más optimista" pasa por mantenernos en los niveles de 2010-2019, que sigue siendo la década más cálida registrada. 

En este caso, nos referimos a que, bajo un mismo nivel de calentamiento global, el rango de condiciones para 2040-2049 sería, en lo más optimista, similar a 2010-2019, la década más calurosa desde que hay registros. La más pesimista sería exceder las condiciones de calor extremas que serían las tipicas al final de este siglo, asumiendo un nivel de calentamiento global de 2ºC. Este rango estará determinado por el caos en el sistema climático, que consiste en combinaciones e interacciones entre diferentes componentes del sistema, como por ejemplo la variabilidad del Atlántico Norte.

¿Hay posibilidades de contener el peor de los escenarios y quedarnos en este rango más tolerable aunque el aumento de más de 2ºC se dé por seguro?

No podemos predecir a día de hoy si acabaremos en un extremo, en otro o en un punto entre medias. Todo lo que podemos hacer hoy es definir este rango lo mejor posible para saber a qué podríamos enfrentarnos y cómo prepararnos.  Nuestro estudio está basado en una trayectoria equivalente a limitar el calentamiento global para que únicamente exceda los 2 grados de incremento global. Por supuesto, si conseguimos reducir la emisiones antes y a mayor escala, podríamos hacer que este rango caiga hacia las condiciones menos extremas.

Sin embargo, hemos de entender que a día de hoy solo podemos definir este rango de extremo a extremo, con la mejor información y modelos climáticos. Puede ser que tengamos la mala suerte de aterrizar en el extremo más alto de ese rango de posibilidades. Por eso es importantísimo definir estas condiciones extremas: están pasando de virtualmente imposibles a plausibles en cuestión de décadas.

La investigadora Laura Suárez-Gutiérrez. Cedida.

El principal cambio que ha sorprendido a los meteorólogos este año es el aumento sin precedentes de la temperatura del agua del Atlántico Norte, lo que ha trastornado a Europa en forma de eventos extremos. 

Estamos trabajando en entender la variabilidad en el Atlántico Norte y cómo cambia bajo el calentamiento global. A medida que las temperaturas aumentan, los océanos se calientan. Pero las diferentes zonas oceánicas tienen una "variabilidad interna", cambiando de estados más cálidos a más fríos en periodos de años y décadas, de forma similar a el Niño/la Niña en el Pacífico. En el caso del Atlántico Norte parece tratarse de un espectro que se ve afectado por mecanismos internos del océano y de la atmósfera, además de por el calentamiento global. Este año ha llegado a niveles sin precedentes, y estoy segura de que veremos estudios de atribución para cuantificar el efecto que el Atlántico Norte ha tenido en los diferentes extremos de 2023.

¿Tenemos indicios como para considerarlo irreversible, o hay factores que podrían revertirse y recuperar su capacidad de absorber el exceso de calor?

Es probable que este océano muestre variabilidad en una dirección u otra en las próximas décadas. Es un aspecto bastante previsible del clima, mucho más que, por ejemplo, la probabilidad de eventos extremos en los próximos diez años. Estudios como el nuestro, que establecen este vínculo entre el efecto del Atlántico Norte con los eventos extremos en Europa, son muy importantes para prepararnos. Las prediciones para la próxima década de la agencia estatal meteorológica alemana muestran que el Atlántico Norte tiene posibilidades altas de ser más cálido de lo normal.

2023 será con casi total seguridad el año más cálido en España, superando a 2022 que ya batió el récord. ¿Se acelera el ritmo previsto del calentamiento?

Si, 2023 está siendo un año que bate récords, pero creo que por desgracia no será el último. El calentamiento previsto para el final del siglo XXI no se ha acelerado: lo que estamos viendo es que los casos extremos que serían típicos del final de siglo pueden empezar a ocurrir muy pronto. Por así decirlo, si la suerte juega en nuestra contra, podemos experimentar estas condiciones ya en las próximas décadas. Estamos muy seguros de que se están incrementando los extremos de calor, y seguirán haciéndolo a medida que aumente el calentamiento global. Para los extremos de sequía por déficit de precipitación, como estudiamos en nuestro artículo, hay más incertidumbre.

Si sigue esta tendencia: ¿la probabilidad de tener una megasequía cada diez años a partir de 2030 podría incrementarse aún más?

Está claro que, a mayor temperatura, mayor evaporación de agua. Y este efecto también contribuirá a empeorar las condiciones de sequía en el futuro. Nuestro modelo determina que, entre 2000 y 2024, la probabilidad de sufrir déficits de precipitaciones tipicos del final de siglo a más de 2ºC de calentamiento global durante dos años consecutivos ha sido aproximadamente del 5%. Para 2024-2049, es casi un 15%. Para el periodo de 2050-2074, sufrir un déficit de precipitaciones durante cinco años consecutivos pasa de ser prácticamente imposible a una probabilidad de más del 3%. Aunque sea una probabilidad baja, el mero hecho de que una megasequía de esta magnitud ya no sea imposible demuestra lo importante que es estar preparados.