El domingo 3 de junio de 2018, a las dos de la tarde, Marco Antonio Pamal, natural de Escuintla (Guatemala), se sentaba a comer con su familia. El cercano Volcán de Fuego emitía una columna de humo desde las primeras horas de la madrugada, pero para las comunidades acostumbradas a habitar en las faldas de uno de los volcanes más activos del mundo, no había motivo para interrumpir su rutina. Entonces escucharon un estruendo: cuando salieron a la calle, la avalancha de ceniza, arena y lodo ya enterraba su pueblo. Marco Antonio perdió a 17 familiares aquél día; más de 300 guatemaltecos murieron en una erupción que dejó afectados en todo el país.

Aunque la cultura popular asocia la destructividad del vulcanismo a la lava, los flujos piroclásticos -nubes de gas ardiente y material rocoso que recorren grandes distancias muy rápidamente- son mucho más peligrosos. Frente a la erupción de tipo estromboliano que se dio el 19 de septiembre de 2021 en La Palma, la del Volcán de Fuego alcanzaría la categoría de 'vesubiana', en recuerdo al fenómeno que sepultó a Pompeya sin dar tiempo a sus habitantes a escapar.

"La mayoría de volcanes entra en erupción tanto de forma efusiva como de forma explosiva, siendo este último comportamiento el responsable de la mayoría de pérdidas de via humanas", explica un nuevo artículo publicado en la revista Nature Geoscience, del grupo Nature. Sus autores, del centro de investigación ETH Zurich en Suiza, consideran que la primera gran pregunta de la vulcanología, "¿Cuándo será la próxima erupción de un volcán?", ya puede contestarse de forma relativamente precisa. La monitorización de la actividad sísmica en La Palma, como preludio a la erupción en Cumbre Vieja, lo ha demostrado, sostienen.

Por tanto, se han planteado responder a la segunda: "¿Será una erupción más efusiva, con emisión de lava viscosa, o explosiva, con kilómetricas columnas de ceniza arrojadas a la atmósfera?". Es un "dolor de cabeza" para los investigadores, confiesa Oliver Bachmann, profesor de Petrología Magmática en el instituto suizo. Si bien los fenómenos explosivos no han sido los más característicos en fechas recientes en lugares como Canarias o Hawái, hay ejemplos devastadores más allá de Volcán de Fuego. En Filipinas, la erupción del Monte Mayón mató a 1.200 personas en el siglo XIX, y la del Pinatubo en 1991 fue tan potente como para alterar el clima mundial.

La dificultad para prever el comportamiento de un volcán es una constante, como han transmitido los vulcanólogos en La Palma. Pero Bachmann y sus colegas partían de una base: la importancia de los gases disueltos en el magma dentro de la cámara. Si la cantidad es elevada, la reducción de la presión durante el ascenso hasta emerger como lava facilitaría la aparición de burbujas de gas, "como ocurriría al sacudir una botella de champán y descorcharla", explican. Al no poder escapar de otra manera, estos embolsamientos favorecerían una erupción explosiva. Un magma en el que se ha disuelto menos gas, en cambio, llevaría a una producción más "tranquila" de lava, como fue definida la de Cumbre Vieja en los primeros días.

Para comprobar la hipótesis, los investigadores analizaron datos de 245 erupciones volcánicas, reconstruyendo la temperatura del magma en la cámara, la cantidad de cristales sólidos presentes y qué proporción de agua disuelta, responsable de la formación de burbujas de gas, se podía encontrar. Concluyeron que a partir de un 3,5% de agua disuelta en el magma, la posibilidad de una erupción explosiva pasaba a ser "muy alta". La ausencia de cristales también se asoció con este riesgo, ya que forman canales en la chimenea que ayudan al gas a escapar. 

Una sorpresa final

La lógica llevaría a pensar que, a mayor contenido de agua, mayor explosividad. Pero nada relativo a los volcanes es sencillo o previsible. Así, descubrieron que a partir de una concentración de un 5,5% de agua disuelta, el riesgo de una erupción explosiva volvía a descender. Lo que ocurriría entonces es las burbujas de gas ya se estarían formando en la cámara magmática antes de ascender por la chimenea, actuando de "amortiguadores" de la presión que se acumula bajo tierra. 

El investigador posdoctoral Răzvan-Gabriel Popa, coautor del trabajo, lo explica así: estas burbujas de gas se verían comprimidas por el material emergente desde abajo, conteniendo y ralentizando el aumento de presión en la cámara magmática. Al mismo tiempo, esto permitiría a la lava absorber más calor. La lava tendría entonces una mayor temperatura al emerger y sería menos viscosa, lo que permitiría al gas escapar con mayor facilidad y atenuaría la explosividad de la erupción.

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