A su paso por Bilbao para recoger el Premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA en la categoría de Cambio Climático, Kerry Emanuel, catedrático de Ciencias Ambientales del MIT, hablaba de las transformaciones que ha experimentado el negacionismo del calentamiento global en los últimos 30 años. Del "no está pasando" al "está pasando pero no es para tanto" hasta admitir finalmente el problema, pero culpando primero a los demás antes de cambiar de hábitos con respecto, principalmente, al consumo de combustibles fósiles.

Esta postura ha encontrado un inesperado acicate en la erupción del volcán de Cumbre Vieja en La Palma, el acontecimiento que captura la atención mediática de todo el mundo. Cuentas de Twitter populares en la órbita negacionista sostenían que "un volcán contamina más que millones de coches" y que el clima lleva cambiando "desde que el mundo es mundo" sin contar con la mano del hombre. Se apoyan en declaraciones como la del ingeniero José Luis González Vallvé en Telemadrid, equiparando un día de emisiones de CO2 del volcán con las de 240.000 coches que hicieran 40 kms.

Una constante de las redes sociales es el éxito de los mensajes simplistas y parciales que confirman el sesgo de interpretación de un público ya entregado. La comparación de González Vallvé, realizada en pos del didacticismo, resalta en realidad todo lo contrario: la ínfima contribución del vulcanismo actual a los gases de efecto invernadero. El Programa Global de Vulcanología del Instituto Smithsonian (EEUU) calcula que puede haber unos 1.360 volcanes activos en todo el mundo en estos momentos, mientras que circulan 24,5 millones de turismos solo en España según datos la DGT. La inmena mayoría, con motores de diésel y gasolina.

"Las grandes y violentas erupciones volcánicas en ocasiones pueden igualar la tasa de emisiones de los seres humanos en las pocas horas que duran, pero son muy poco frecuentes y muy breves en comparación a las emisiones humanas anuales. Se calcula que en 2019 la emisión antropogénica de CO2 fue de unas 30 gigatoneledas, una cantidad casi 70 veces superior a la que aportaron los volcanes", explica a EL ESPAÑOL Mario Picazo, meteorólogo de Eltiempo.es y Profesor de Meteorología y Cambio Climático en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA).

Con todo, las teorías conspirativas tienden a anclarse en algún hecho probado que posteriormente manipulan torticeramente. En el caso del cambio climático, es cierto que nuestro planeta -igual que otros que conocemos cada vez mejor, como Marte- lo ha sufrido con gran intensidad antes de la aparición del ser humano o incluso de la vida. "En el pasado, cuando la Tierra pasó por periodos de gran actividad volcánica, el dióxido de carbono sí contribuyó de manera significativa a aumentar la temperatura global del planeta", confirma Picazo.

El calentamiento global que experimentamos actualmente cuenta sin embargo un factor inédito: la contribución de las emisiones provocadas por los combustibles fósiles o los incendios forestales, explica el meteorólogo, al fenómeno natural. No cabe despreciar la descarbonización por ese motivo, declara Picazo: para cumplir los objetivos del Acuerdo de París, que aspiran a que el aumento de la temperatura global no supere los 1,5 grados, "cualquier gramo de CO2 que podamos eliminar de la atmósfera ya es algo positivo".

El volcán no calienta, enfría

Frente a la consternación generalizada por la catástrofe, el meteorólogo sorprendía esta semana apostando por un enfoque optimista, recopilando los efectos positivos que dejará la erupción del Cumbre Vieja. Y uno de ellos pone el clavo en el ataúd del negacionismo: en la actual coyuntura, los volcanes no contribuyen al calentamiento, sino que provocan un descenso de las temperaturas en grandes áreas afectadas por la dispersión de partículas.

"Erupciones como las del volcán de La Palma generan gases como el dióxido de azufre que llegan a lo alto de la atmósfera y se extienden por todo el hemisferio norte", explica. "Posteriormente pueden interaccionar con el vapor de agua y formar partículas que reflejan la radiación solar e impiden que ésta llegue a la Tierra". Esto se comprobó con la potente erupción del Pinatubo en Filipinas en 1991. Pero hay precedentes históricos como 1816, el "año sin verano" que inmortalizó la escritora Mary Shelley, por la erupción del monte Tambora en Sumbawa, Indonesia.

Únicamente las erupciones excepcionalmente poderosas tienen efectos tan marcados a nivel planetario, pero Picazo confirma que incluso un evento menos catastrófico como la erupción de La Palma se hara notar: se producirá "un enfriamiento regional" en las zonas afectadas, que posteriormente repercutirá "en la temperatura media global".

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