Los árboles refugian biodiversidad, alivian el calor, purifican el aire de las ciudades y las hacen más agradables y habitables… Pero, ¿se debe plantar cualquier árbol y en cualquier sitio? Fenómenos extremos como la borrasca Filomena han demostrado que no.

Solo en la capital de España, la tormenta del pasado enero dañó 700.000 árboles, según las primeras estimaciones, dejando en evidencia que algunos de ellos no estaban plantados en el lugar adecuado, explica en una entrevista con EFE Marino Sánchez, jefe de arbolado del Real Jardín Botánico (RJB) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

Buena parte de los árboles perecidos en Madrid eran pinos, cedros o encimas plantados en pradera, un lugar “erróneo”, según este experto, porque el agua y el mantillo del césped que los cubre genera árboles “vagos” que, al obtener sus recursos de forma fácil, desisten de profundizar tierra abajo y echan raíces superficiales.

“Si a una raíz le das lo que necesita para qué se va a ir 40 centímetros abajo. Eso sí, cuando le caen doscientos kilos de nieve encima el árbol vuelca, porque no está bien sujeto”, añade este experto, presidente de la Asociación Española de Arboricultura.

Otra lección a aprender: no plantar especies que requieren sol directo para su desarrollo, como las heliófilas (el aligustre, por ejemplo) en calles estrechas donde da la sombra casi todo el día. “Cuando este tipo de árboles no reciben la luz que necesitan, la buscan y en lugar de crecer en grosor lo hacen de manera vertical, es decir, no gastan energía en que la rama engorde y se haga fuerte sino en crecer hacia arriba para buscar la luz”, añade. Al caerles la nieve, las ramas que estaban debilitadas por falta de grosor se fueron doblado hasta partirse; “por eso nunca se deben plantar este tipo de árboles en calles estrechas”.

Especie y lugar adecuado

El éxito para contar con árboles sanos y resilientes en las ciudades radica en colocar la especie adecuada en el lugar adecuado, en primar la calidad de los futuros árboles frente a la cantidad, en dar a cada ejemplar su propio espacio para que pueda expandirse y abrir buenas copas, sin “invadir” a sus vecinos ni a los edificios cercanos”, resume Sánchez.

Otra clave fundamental es la diversidad: el mismo tipo de árbol no debe estar presente en una ciudad en una proporción superior a entre un 7 y un 10%, porque, entre otros, daría lugar a que una potencial plaga que le afecte fuera devastadora, o porque aumentaría el riesgo de alergias –como ocurre en Madrid con el plátano de sombra, que supone aproximadamente el 17% del arbolado-.

Además, el cambio climático plantea otra pregunta fundamental antes de plantar: ¿Este árbol aguantará la climatología del año 2100?

Para abordar esta cuestión las ciudades deben crear zonificaciones urbanas por temperatura y humedad, ver cuál es la evolución prevista en un contexto de cambio climático y escoger las especies que mejor aguantarán en esas zonas.

“En Madrid ya vemos que especies antes muy comunes en la ciudad, como el castaño de Indias o el tilo, no soportan ya las cada vez más altas temperaturas, a no ser que los plantes en condiciones muy especiales, rodeados de otros árboles que les den sombra”, apunta.

Para garantizar la diversidad biológica y la adaptación al cambio climático, Sánchez considera “imprescindible” que las ciudades combinen la plantación de especies autóctonas y alóctonas que no presenten riesgos de ser invasoras o hibridables, así como que especies propias de latitudes más bajas, como Andalucía, se planten en latitudes más altas.

“Todas las especies autóctonas han sido alóctonas alguna vez, los naranjos los trajeron los árabes a la península”, recuerda Sánchez, quien desde el máster Arboricultura y gestión del bosque urbano de la Universidad Complutense inculca a sus alumnos un abordaje más respetuoso del árbol, poniendo el foco en los beneficios que aportan a la ciudad y sus habitantes.

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