La inmensa mayoría de estudiantes de la Universidad Complutense y la Politécnica de Madrid que acuden cada día a la Ciudad Universitaria ignoran que, hace ahora medio siglo, el suelo que pisan fue el escenario de uno de los más graves accidentes nucleares de la historia de España. No terminó de hacerse público hasta mediados de los noventa, cuando quedó patente el esfuerzo que puso el franquismo en encubrir el incidente a costa de incurrir en flagrantes negligencias.

Es, de hecho, el segundo de los excesos del sueño nuclear de Franco que todavía nos pasan factura, según el comunicado del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) sobre los seis puntos de España bajo vigilancia por contaminación radiactiva. Uno de ellos es Palomares, Almería, a resultas del accidente aéreo que provocó que  armamento termonuclear estadounidense cayese a la playa y que motivó el famoso baño de Manuel Fraga como acción de propaganda.

El escape radiactivo del 7 de noviembre de 1970 ocurrido en la Junta de Energía Nuclear, en cambio, no requirió de demostraciones efectistas para tratar de calmar a la población, porque sus efectos se fueron descubriendo más lentamente. El Centro Nacional de Energía Nuclear Juan Vigón había sido inaugurado por el dictador en 1958 y desde 1968 mantenía activo el reactor nuclear Coral-1, proporcionado por EEUU, para la formación de los técnicos que operarían las centrales que construía el régimen. 

Era sábado, y los trabajadores procedían a una operación rutinaria de trasvase de 700 litros de desechos radiactivos desde el tanque de la planta del reactor a un depósito en otra planta aneja, en el que se procesarían. Se trataba de Estroncio-90, Cesio-137, Rutenio-106 y partículas de plutonio. Pero, por inverosímil que parezca, durante la operación de llenado del depósito se produjo una filtración a través de una válvula abierta hacia el alcantarillado. Durante cinco minutos, más los que se tardaron en interrumpir el proceso, decenas de litros de líquido irradiado terminaron vertiéndose al Manzanares.

En aquella época, las riberas del río estaban jalonadas por huertas que suministraban verdura directamente a la capital. Pero en ningún momento se alertó a sus propietarios: terminado el trasvase, los trabajadores se fueron de fin de semana. A partir del lunes 9, la Junta abordó el problema. Para entonces la contaminación afectaba a los ríos Jarama y Tajo -y en consecuencia a sus canales de regadío- e incluso habría llegado a Lisboa camino de desembocar en el Atlántico.

Se ordenaron muestreos de los campos de cultivo afectados, pero estos fueron espaciados y puntuales para evitar levantar sospechas. Finalmente, en enero de 1971, la comisión de Seguridad del JEN conminaba a "impedir el consumo de los vegetales que crezcan en las parcelas contaminadas" e "impedir el riego con agua de los canales y ríos que contengan agua o fangos contaminados". Pero no se activó jamás una alerta; de hecho, este informe no se conoció hasta 1994 cuando lo publicó El País.

La prensa del régimen se limitó a lanzar "notas tranquilizadoras" y los hortelanos recibieron visitas de técnicos que compraban o incautaban sus cosechas: a unos les decían que "trabajaban en un nuevo pienso", a otros que se investigaba "un vertido con gasoil". La realidad es que se habían detectado hasta en las inmediaciones de Toledo dosis de radiación hasta 10.000 veces superiores a las permitidas. En una zona de Aranjuez fue 75.000 veces más alta y, con todo, se siguieron consumiendo toneladas de verduras afectadas.

El resultado son las ocho zanjas conocidas como las Banquetas del Jarama en las márgenes del Canal Real de este río, que hoy todavía controla el CSN y que contienen, según las últimas estimaciones, restos de Cesio-137 y Estroncio-90 en niveles que no son nocivos para el ser humano. La Junta de Energía Nuclear es hoy el complejo del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT) y de ahí sale el dato de que, a resultas del accidente de 1970, la radiación en la Avenida Computense es, sin suponer un riesgo para la salud, superior a la que se registra en las inmediaciones de una central nuclear