Cuenta el Códice Calixtino que Carlomagno descubrió la tumba de Santiago con la ayuda del propio apóstol, que se le apareció en sueños para indicarle la ruta mediante un camino de estrellas en el cielo. Durante siglos, la leyenda sirvió a los peregrinos para buscar su ruta hacia Santiago de Compostela siguiendo el brochazo lechoso en el cielo. Lo cierto es que la Vía Láctea no es general una orientación muy fiable, pero hoy el Camino de Santiago está desarrollado como atracción turística y señalizado para que los peregrinos nunca se pierdan.

Lo cual es una suerte, porque el plano de nuestra galaxia, con sus cientos de miles de estrellas, es cada vez menos visible en el firmamento: la tercera parte de la humanidad ya no puede contemplarlo. En Europa esta proporción llega al 60%, todo ello según un nuevo atlas mundial del brillo del cielo nocturno publicado en la revista Science Advances por un equipo de investigadores de Italia, Estados Unidos, Alemania e Israel.

El atlas es un completo estudio de la contaminación lumínica global, una lacra que no solamente dificulta la investigación astronómica y nos desconecta de la naturaleza de nuestros cielos, sino que además ocasiona trastornos a la fauna. Los autores han actualizado y extendido un trabajo de 2001 que recogía datos tomados al atardecer, por limitaciones del satélite disponible entonces. Según explica a EL ESPAÑOL el director del estudio, Fabio Falchi, del Instituto de Ciencia y Tecnología de la Contaminación Lumínica de Italia, en esta ocasión se han podido tomar datos a horas más tardías gracias a la nueva sonda Suomi NPP, de la NASA y la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EEUU, a lo que se suman miles de mediciones para calibración recogidas in situ por científicos y voluntarios. Los resultados se presentan también en forma de mapamundi interactivo.

España, país de contrastes (lumínicos)

No es extraño que las áreas más desarrolladas y a la vez pobladas del mundo sean en general las más polucionadas por la luz, sobre todo Europa occidental y la mitad oriental de EEUU. Pero cuando los investigadores recopilan los datos por países y los comparan, surgen las sorpresas: de los miembros del G20, España es el quinto con mayor proporción de habitantes, más de un 40%, expuestos al máximo nivel de contaminación lumínica. Por delante de España están Arabia Saudí, Corea del Sur, Argentina y Canadá. Cuando la clasificación se extiende a todos los países del mundo, España ocupa el puesto 18.

En cuanto a extensión geográfica de las áreas más contaminadas, tampoco salimos muy bien parados: España está en la sexta posición de los países del G20, por debajo de Italia, Corea del Sur, Alemania, Francia y Reino Unido. Cerca de la mitad del territorio español está sometida a los mayores niveles de polución lumínica. Curiosamente, y debido a la desigual distribución de la población, España es al mismo tiempo uno de los pocos países de Europa occidental que aún retienen algunos cielos relativamente oscuros, junto con Suecia, Noruega, Escocia y Austria.

Las manchas oscuras más amplias de la España peninsular se encuentran entre Cuenca, Guadalajara y Teruel, y en el área fronteriza entre Toledo, Ciudad Real y Extremadura. Y ni siquiera estos cielos son del todo prístinos; según el estudio, si miramos directamente hacia arriba disfrutaremos de un firmamento con un brillo debido a la luz artificial menor del 8% del fondo natural. Pero si bajamos la vista, la cosa cambia: "incluso en estos lugares, cerca del horizonte hay un resplandor significativo", dice el estudio. España posee también el cielo más oscuro de Europa occidental en el Roque de los Muchachos, en la isla de La Palma.

La farola de occidente

Estas aparentes contradicciones se deben a que "España tiene una tradición de iluminar más que otros países de nuestro entorno", explica a EL ESPAÑOL Jaime Zamorano, astrofísico de la Universidad Complutense de Madrid. De hecho, "España es líder en emisiones [lumínicas] de área construida de la Unión Europea", agrega Alejandro Sánchez de Miguel, del Instituto de Astrofísica de Andalucía.

Zamorano y Sánchez de Miguel son dos de los coautores de un estudio de la contaminación lumínica de Madrid cuyos datos han contribuido también a la creación del nuevo atlas. Al hecho de que en España la población vive más concentrada se une que "usamos las farolas más potentes de Europa", dice Sánchez de Miguel. El resultado es que España tiene un gasto en alumbrado público mayor que países más poblados como Alemania, Francia o Reino Unido.

Esto se refleja en datos llamativos: comparando Madrid y Berlín, ambas con una población similar en su núcleo urbano (3,1 millones y 3,4, respectivamente) y en su área metropolitana (6,6 millones y 5,95), la capital española brilla 3,4 veces más, una diferencia que salta a la vista en las imágenes tomadas desde la Estación Espacial Internacional. "Madrid es la capital más brillante de Europa", señala Sánchez de Miguel. "O era", puntualiza: la transición actual de las clásicas lámparas de sodio a luminarias LED está cambiando el panorama.

A la izquierda, contaminación lumínica actual. A la derecha, con la expansión del LED. Falchi et al.

Pero este cambio no es necesariamente a mejor. Aunque la adopción de luces LED reduce el consumo energético, una cuestión diferente es su impacto sobre la contaminación lumínica. "La mayoría de los LED que se están instalando emiten luz blanca", expone Zamorano. "En su espectro hay una componente de color azul muy importante; la luz se dispersa más en la atmósfera y la contaminación llega más lejos". Falchi advierte de que el cambio generalizado a luz LED en Europa podría multiplicar por 2 o 3 el brillo nocturno. "Hoy los LED blancos dan la mayor eficiencia energética, pero no podemos mirar a esto como el único santo grial", dice.

Sánchez de Miguel pone como ejemplo la ciudad italiana de Milán, donde el cambio a LED ha aumentado la polución lumínica en un 60%. Más cerca de nosotros, en la localidad madrileña de Rivas Vaciamadrid, "los datos disponibles indican que la transición a LED ha tenido un efecto negativo en sus emisiones contaminantes lumínicas", dice el astrofísico. Y por si fuera poco, la luz azul influye negativamente en los ritmos circadianos al suprimir la producción de la hormona melatonina. ¿La solución? Los astrónomos dicen sí a las luces LED, pero a las de tipo ámbar, e insisten en controlar su intensidad y dirección. Falchi subraya que en algunos países, como Italia y Eslovenia, ya se están adoptando leyes que protegen el cielo nocturno, y que otros deberían seguir el ejemplo: "No es necesario reinventar la rueda, sólo copiar y pegar".

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