Los científicos han evaluado el impacto de las campañas de educación ciudadana para reducir el hábito de dar de comer a estas aves. Los resultados demuestran que las poblaciones de palomas disminuyen un 40% sin comida. Además, la limitación de comida provoca también que las palomas restantes sean en promedio mayores.

Cuatro investigadores del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona y de la Agencia de Salud Pública de Barcelona acaban de publicar un artículo donde alertan del perjuicio que dar de comer causa a la ciudad y a sus habitantes, pero también a las palomas.

El estudio, publicado en Pest Management Science, tenía como objetivo evaluar el impacto de las campañas de información para reducir el hábito de dar de comer a las palomas y, finalmente, en las poblaciones de estas aves.

Los investigadores constataron, en primer lugar, que la presencia de las palomas salvajes (Columbia livia) se incrementó mucho en varias ciudades europeas y norteamericanas durante la segunda mitad del siglo XX. Esto ha provocado graves problemas, como el deterioro de la arquitectura urbana y la transmisión de enfermedades infecciosas. Estos daños son proporcionales al número de palomas y, por tanto, estas poblaciones deben reducirse.

De los diversos métodos utilizados para hacer disminuir las poblaciones de palomas, los más efectivos y de efectos más duraderos, según diversas experiencias, parece ser reducir el acceso a la comida. El método se probó con éxito en la ciudad suiza de Basilea en los años 80 y en Venecia en épocas más recientes.

Barcelona y sus palomas

Pero los científicos se preguntaron si esto funcionaría también en Barcelona. En Basilea había una densidad de 840 palomas por kilómetro cuadrado. En Barcelona, en el momento del estudio, era de 4.242 palomas por kilómetro cuadrado, es decir cinco veces más.

Las dos ciudades también se diferenciaban en los movimientos de las palomas entre diversas áreas, lo que puede hacer variar el número de estos pájaros en algunas zonas, pero aumentarlo en otras.

Para averiguarlo, los científicos plantearon una prueba, que se llevó a cabo en 2009. Delimitaron, en primer lugar, unas zonas donde realizar campañas informativas para reducir el acto de dar de comer a las palomas. Eligieron cuatro barrios del distrito de Sant Andreu y dos de Horta-Guinardó, en la parte este de la ciudad. Una zona del distrito de Nou Barris sirvió de control. Para hacer un seguimiento del impacto de la experiencia, dividieron estas zonas en cuadrados de 250 metros de lado. En total había 44 cuadrados donde llevar a cabo el ensayo y 12 que servirían de control.

Durante poco más de un año (del 1 de febrero de 2009 al 22 de febrero de 2010) se llevó a cabo una campaña informativa. Personal municipal repartió folletos donde se explicaba el efecto negativo de la presencia de palomas y se ofrecían explicaciones adicionales. Sobre todo, se intentaba incidir en personas que estaban dando de comer a las palomas. Durante todo este periodo se realizaron tres campañas de captura de palomas.

Una vez analizados todos los resultados se constató que en los barrios donde se había realizado el experimento la cantidad de palomas había disminuido un 40%, pero en la zona de control no había variado. Esta disminución se produjo entre febrero y junio, pero se mantuvo hasta febrero del año siguiente. Esto significa que una vez reducida la población, no se producía una recuperación. En la zona de control tampoco se produjo ningún aumento.

Los autores atribuyen el descenso de la población a la disminución de la disponibilidad de comida, que podría haber forzado a algunas palomas a huir a otras zonas, pero que también habría reducido el éxito reproductivo. En el momento de criar los polluelos, los padres habrían encontrado menos comida para alimentarlos.

Pero también observaron otro efecto: aplicando estos métodos, el promedio del tamaño de las cabezas y de las longitudes de las alas aumentaba, mientras la masa corporal disminuía. Aunque puede haber varias causas que hayan contribuido, los investigadores se decantan porque la menor disponibilidad de comida acaba favoreciendo individuos mayores –que tendrán ventaja para obtener comida–, pero también acaba provocando que, en general, las poblaciones se adapten reduciendo el peso de cada pájaro.

Excrementos

Para Juan Carlos Senar, investigador principal del estudio, "más de 15 años de estudio han permitido llegar a la conclusión de que la mejor manera de controlar cualquier especie de ave es incidir en los factores clave, llamados limitantes, y esto produce unos resultados mejores y más duraderos a largo plazo".

En el caso de las palomas, dos de estos factores eran la edad de los edificios, ya que los más viejos tienen más agujeros donde pueden hacer nido, y la presencia de gente mayor, que suele ser la que les da de comer. "Ya que tapar los agujeros es caro, había que incidir en la educación de la gente para que no diera de comer a las palomas", señala Senar.

Para el investigador, esta experiencia también es una muestra más de cómo la cooperación entre la Agencia y Salud Pública de Barcelona y el Museo de Ciencias Naturales ha permitido solucionar problemas en la ciudad. En cuanto a la inversión que requiere una actuación así, Senar afirma que el beneficio es claro: "Se calcula que cada paloma produce entre 5 y 10 kilos de excrementos corrosivos cada año. En base a esto se ha estimado que los daños producidos por cada paloma en el área urbana cuestan unos 30 euros al año. Si lo multiplicamos por el número de palomas de Barcelona, que en 2006 superaba el cuarto de millón, comprenderemos fácilmente que es una inversión con un gran beneficio económico y en salud".

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