Barcelona, 17 de junio de 1543. El capitán de mar Blasco de Garay va a mostrar a otros navegantes enviados por Carlos V un navío sorprendente, llamado La Trinidad, capaz de navegar con la mar en calma, sin remos ni velas.

La prueba fue un éxito, la embarcación era rápida y de movimientos ágiles, pero ¿qué tipo de máquina fue capaz de conseguir tal proeza? El barco contaba con ruedas de paletas, como las que nos imaginamos navegando por el río Misisipi. Por eso, ya en el siglo XIX se difundió la idea de que en realidad Blasco de Garay había inventado la navegación a vapor aunque nunca pudo desarrollarse por falta de infraestructura industrial y de apoyo, como tantas veces ha ocurrido en España. Sin embargo, nunca hubo planos ni dibujos de la época que respaldaran esta afirmación.

En efecto, Blasco de Garay fue un ingeniero brillante que aportó grandes avances a la navegación de su tiempo –y hay quien dice que por su mente pasó la idea de aprovechar el vapor como fuente de energía–, pero las ruedas que movieron el barco en el puerto barcelonés estaban impulsadas por hombres, aunque con la ayuda de un complejo sistema mecánico, que fue su auténtica invención.

El origen de la confusión parece situarse a comienzos del siglo XIX en el Archivo de Simancas, cuando su director Tomás González Hernández le envió una carta al historiador Martín Fernández Navarrete. De la documentación que había encontrado el archivero se deducía, según él, que el ilustre marino tuvo que inventar algún sistema de propulsión a vapor. "Nunca quiso Garay manifestar el ingenio descubiertamente, pero se vio al tiempo del ensayo que consistía en una gran caldera de agua hirviendo y en unas ruedas de movimiento complicadas a una y otra banda de la embarcación", señalaba la misiva.

Lo que en realidad sucedió, según interpreta Alejandro Polanco en su libro Made in Spain, es que Tomás González confundió dos inventos distintos. Por una parte, el fabuloso ingenio que permitía a La Trinidad moverse en mares en calma. Por otra, "entre los documentos sobre ingenios de Blasco aparece un sistema depurador de agua del mar capaz de ofrecer agua potable a bordo de navíos gracias a una caldera de vapor".

En realidad, el entuerto fue desecho poco tiempo después por el historiador del siglo XIX Modesto Lafuente, que se dispuso a investigar el asunto en el Archivo de Simancas y, tras examinar minuciosamente toda la documentación, sentenció que en las crónicas sobre las distintas demostraciones de Blasco de Garay –también las hizo en Málaga y en Nápoles– "no se habla una sola palabra de calderas, ni se menciona el vapor, ni con este nombre, ni con otro que pudiera significar este admirable motor, sino completamente de ruedas movidas por hombres y dispuestas con cierto artificio".

Sin embargo, muchos no dejan que la realidad estropee una buena fantasía patriótica, ni hoy en día ni entonces, así que la historia sobre la invención de la navegación a vapor corrió como la pólvora durante los siglos XIX y XX incluso entre las publicaciones más serias, como la revista Madrid Científico.

El tema adquirió tanta popularidad que el francés Honoré Balzac escribió una obra de teatro que se estrenó en París en 1842, titulada Les Ressources de Quinola, que se centra en este argumento, aunque lo sitúa unas décadas más tarde en el tiempo: después del desastre de la Armada Invencible, un español inventa la máquina de vapor para revolucionar la navegación.

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