Los casos de cáncer entre los seres humanos han crecido notablemente durante los últimos siglos. Esto tiene un claro componente ambiental, ya que en muchos casos el estilo de vida actual nos pone en contacto con agentes agentes carcinógenos.

No es la única razón, sin embargo. El incremento de la esperanza de vida conlleva en paralelo el aumento cuantitativo de los casos de cáncer, ya que un individuo que viva más años experimentará más divisiones entre sus células, lo que aumenta las probabilidades de que terminen mutando y dando lugar a la proliferación descontrolada que origina los tumores.

Por lo tanto, cabría esperar que el cáncer hiciera estragos entre los elefantes, una especie animal cuya longevidad se acerca a la del hombre y que al mismo tiempo es de gran tamaño, con el consiguiente ingente número de células en su cuerpo. Pero la realidad contradice totalmente esta teoría, dando lugar a la paradoja de Peto, bautizada en honor a Richard Peto, el epidemiólogo que la formuló en 1977.

Elefantes esquivando el cáncer

Peto planteó la paradoja después de comprobar que la inmensa mayoría de los elefantes en cautividad que morían de viejos no había contraído cáncer. Sólo un 5% de casos parecía haber padecido la enfermedad, en oposición al 10% de los humanos que desarrollan un carcinoma en algún momento de su vida. Desde entonces esta resistencia al cáncer ha sido objeto de investigación con la esperanza de que pueda extrapolarse a los seres humanos.

Ya en 2015 un estudio publicado en la revista de la Asociación Americana de Médicos establecía que uno de los factores implicados en este fenómeno podría ser la presencia de hasta veinte copias del gen p53, encargado de promover el suicidio de las células con ADN dañado antes de que originen tumores. El genoma humano sólo contiene una de estas copias, por lo que estaría en clara desventaja.

Ahora, un nuevo estudio publicado por investigadores de la Universidad de Chicago en bioRxiv.org ha encontrado un nuevo gen, que actuaría en colaboración con el p53. Se trata del LIF6, que se halla duplicado también en parientes de los elefantes como los cerdos hormigueros o los manatíes. Pero no todas estas copias son funcionales, ya que proceden de pseudogenes o genes antiguos que han mutado, perdiendo su funcionalidad y conservándose en el genoma por casualidad.

La única excepción es la sexta copia, que sólo se ha conservado en los elefantes y no en el resto de sus parientes. De hecho, se considera que dicha copia en realidad también era uno de estos pseudogenes, pero volvió a evolucionar hace unos 30 millones de años, cuando aumentó notablemente el tamaño de los antiguos elefantes. Esto le ha valido el apelativo del gen zombi, pues resucitó de entre los muertos para salvar a los elefantes. No todos los zombis son malos.

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