Pierre y Marie Curie forman el matrimonio más famoso de la historia de la ciencia. En 1906, solo tres años después de haber ganado juntos el Premio Nobel de Física por sus investigaciones sobre la radiación, la muerte les separó en las calles de París: un coche de caballos se llevó por delante a Pierre.

La viuda solo tenía 38 años y una extraordinaria reputación al haberse convertido en la primera mujer en recibir un premio Nobel. Su carrera científica seguía dando frutos extraordinarios, tanto que en 1911 se habría de convertir en la primera persona en recibir dos galardones de la Academia Sueca, esta vez, el de Química "por el descubrimiento del radio y el polonio, el aislamiento del radio y el estudio de la naturaleza y compuestos de este destacable elemento químico".

Sin embargo, todo estuvo a punto de torcerse antes de recibir este reconocimiento y las razones no tienen nada que ver con la ciencia. Marie Curie mantenía una relación con Paul Langevin, un físico que había sido alumno de su marido y que estaba casado.

Aunque intentaron mantener la relación en secreto y alquilaron un apartamento para sus encuentros, la mujer de Langevin conocía la infidelidad y decidió hacerla pública ofreciendo como prueba cartas que se habían intercambiado los amantes. La esposa ultrajada quería el divorcio, la custodia de los niños y dinero.

La noticia fue una bomba en la prensa de la época. En su libro Radioactivo, la escritora Lauren Redniss cuenta cómo la prestigiosa Curie se transformó enseguida en la mala de la película por haber seducido a un hombre casado. Comenzaron a atacarla por su origen polaco e incluso circuló el rumor de que era judía. Por si fuera poco, hasta tuvo que soportar una manifestación a las puertas de su casa.

El comité del Nobel ya había decidido, pero quiso dar marcha atrás para evitar el escándalo. La ceremonia de entrega de los premios y la cena con el rey de Suecia podían convertirse en algo demasiado embarazoso para la puritana sociedad de la época.

La reacción en Estocolmo

Así que Svante Arrhenius, un sueco que había ganado el Nobel de Química años antes, le escribió una carta a Marie Curie pidiéndole que se quedara en Francia. "Nadie puede calcular lo que podría pasar aquí", argumentaba. Y le hacía una recomendación muy explícita: "Espero que mande un telegrama", le pedía, "que diga que no quiere aceptar el premio antes de que en el juicio de Langevin se demuestre que las acusaciones en su contra no tienen fundamento".

En cambio, su amigo Albert Einstein estaba de su parte: "¡Ve a Estocolmo! Estoy convencido de que debes despreciar este alboroto. Si la chusma sigue molestándote, deja de leer esas estupideces. Déjaselas a las víboras para las que fueron escritas".

Así que la galardonada mandó otra carta a Suecia para dejar las cosas claras con una respuesta tan lógica como contundente: "El premio me lo dieron por el descubrimiento del radio y el polonio. Creo que no hay ninguna conexión entre mi trabajo científico y los hechos de mi vida privada". Así que Marie acudió a la ceremonia, en su discurso alabó la figura del difunto Pierre y la cena transcurrió con total normalidad.

Langevin se divorció, pero el daño ya estaba hecho y la relación amorosa no pudo continuar, aunque siempre mantuvieron el contacto y la amistad.

Noticias relacionadas