Los científicos tienen un gran prestigio. De hecho, su profesión es la segunda más valorada por los españoles después de la de médico, según la última encuesta de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT). Pero, ¿qué imagen tienen de sí mismos? Pues aún mejor, porque según un estudio publicado en la revista científica Accountability in Research, se consideran más objetivos, más racionales, con mayor apertura mental, poseedores de mayor inteligencia y más íntegros que otros grupos profesionales que también cuentan con educación superior.

Este trabajo de la Universidad de Tilburg (Países Bajos) recoge las opiniones de casi 3.300 personas de 60 países, tanto científicos como no científicos. Las personas ajenas a la ciencia también consideran que los investigadores tienen grandes cualidades, pero no observan una diferencia tan grande con respecto al resto de la sociedad. De hecho, la psicóloga Coosje Veldkamp, autora principal, reconoce su sorpresa ante la imagen idealizada que el colectivo parece tener de sí mismo.

"Según la Teoría de la Identidad Social, todo grupo trata de distinguirse de forma positiva", explica a EL ESPAÑOL Carlos María Alcover, catedrático de Psicología Social de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Esa buena percepción "contribuye a la autoestima tanto individual como colectiva y a establecer una diferenciación en la que, por comparación, se sale ganando".

Además, si estamos hablando de profesiones, el grupo al que una persona se adscribe es especialmente significativo en nuestra sociedad. "Establecemos quiénes somos a partir de la identidad personal y de la identidad social y esta segunda viene marcada sobre todo por el trabajo", señala el experto. "Es cierto que no para todo el mundo tiene la misma importancia y que muchas personas se definen antes por su género o su ideología, pero la mayoría de nosotros destacamos nuestros estudios o nuestro trabajo para presentarnos", agrega.

En el caso de la profesión, una imagen positiva tiene un carácter tanto simbólico como instrumental. "El resultado que se busca es la aprobación social, el poder y el bienestar, así como favorecer el éxito profesional", apunta Alcover. En definitiva, "transmitir una imagen positiva de nuestro gremio supone, en el fondo, buscar más empleo y mejores salarios, así que no es una cuestión meramente psicológica, sino también material".

No obstante, dentro de los científicos hay infinidad de subgrupos que, a su vez, se consideran mejores que el resto. Por ejemplo, los investigadores con una carrera científica más longeva juzgan a los colegas que se encuentran en una situación similar de una forma mucho más benevolente que a los jóvenes que tienen menos experiencia y las mujeres científicas –el género femenino sigue siendo minoritario en muchas disciplinas- tienen un mejor concepto de sí mismas con respecto a sus compañeros.

"Cuanto más reducidos son los grupos, más diferencias tratan de buscar con respecto a los demás", comenta el psicólogo. De hecho, "el científico es un colectivo que está muy lejos de ser homogéneo, cada especialidad intenta ser superior a las demás e incluso dentro de una misma rama hay una jerarquía muy fuerte y, por lo tanto, muchas identidades".

El propio sistema de valoración de méritos de la ciencia favorece esas distinciones. "Se nos mide constantemente por nuestras publicaciones, por los artículos de alto impacto y por el número de citas que tienen, todo se cuantifica y contribuye a formar una identidad cada vez más precisa", subraya el profesor de la Universidad Rey Juan Carlos.

Algunas profesiones tienen unas señas de identidad más difusas, por ejemplo, la imagen de los arquitectos varía entre los que se consideran artistas y los que se ven más como ingenieros, pero en general los investigadores científicos, a pesar de todas las diferencias que puede haber entre un biólogo y un físico, tienen un código muy rígido. "El fraude se percibe de una manera mucho más negativa, las desviaciones con respecto al ideal o los comportamientos atípicos están mucho más tolerados en otras profesiones, pero aquí cualquier falta supone el escarnio público y, por lo tanto, el científico trata de evitar que le excluyan", comenta.

Efectos de la autocomplaciencia

De hecho, las revistas científicas, erigidas en jueces de la excelencia, se muestran cada vez más exigentes, piden a los investigadores que firmen el cumplimiento de normas éticas y aplican herramientas antiplagio.

Y aún así, "el fraude existe igual que en otras ocupaciones", opina Alcover, que no ve ninguna justificación a tanta autocomplacencia. "Se intenta transmitir solo lo positivo y la propia sociedad tiende a ver a los científicos libres de sesgos, pero eso es un error", señala.

Lo peor de esa percepción es que lleva al inmovilismo, impidiendo que los investigadores reconozcan su falibilidad y puedan resolver sus crecientes problemas de credibilidad. Por ejemplo, en las publicaciones especializadas cada vez aparecen más estudios imposibles de reproducir, uno de los aspectos fundamentales del método científico.

Pervivencia de estereotipos

Otras investigaciones también indican que, a pesar del prestigio que atesora la profesión, en el conjunto de la sociedad el estereotipo de científico también tiende a mantenerse: ya saben, un señor loco encerrado en el laboratorio, con bata blanca, gafas y pelos alborotados. Es más, si eres atractivo, es más difícil que seas un buen científico, según la percepción de los participantes en un reciente estudio publicado en PNAS que evalúa la comunicación social de la ciencia.

Generalmente, le damos más credibilidad a los que tienen más fama aunque su trabajo sea de peor calidad e incluso las herramientas de divulgación más serias y elaboradas, como los documentales, no dejan de reforzar las ideas clásicas sobre el sabio poco social.

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