Las auroras polares, llamadas boreales si ocurren en el hemisferio norte y australes si ocurren en el sur, siempre han fascinado al ser humano. Hoy en día sabemos que se forman cuando partículas solares chocan contra la magnetosfera de la Tierra, provocando fantásticos efectos lumínicos en el cielo nocturno.

Las imágenes son tan bellas que no es de extrañar que haya grupos de aficionados que se dediquen a fotografiar el fenómeno y a compartirlo en redes sociales. En Facebook encontramos el grupo canadiense Alberta Aurora Chasers, que reúne a cazadores de auroras boreales y que acaba de realizar una curiosa contribución a la ciencia.

Generalmente, las auroras polares son verdes, con ciertos tonos rojizos y púrpuras, pero entre las imágenes de estos aficionados apareció algo que no se correspondía con ningún tipo de aurora conocida: un rayo de luz de color púrpura que destacaba extraordinariamente en el firmamento.

El profesor Eric Donovan, de la Universidad de Calgary, se puso en contacto con el grupo y decidió estudiar lo que sucedía a la vez que ellos intentaban recopilar más instantáneas de este nuevo fenómeno, que llamaron Steve. Para ello recurrió a los datos de uno de los tres satélites de la misión Swarm de la Agencia Espacial Europea (ESA).

Así comprobó que mientras desde la Tierra se veía la franja púrpura de Steve, a unos 300 kilómetros de la superficie la temperatura saltaba a 3.000 grados centígrados y se formaba un arco de 25 kilómetros de ancho de gas fluyendo hacia el oeste a 6 kilómetros por segundo. "Steve es muy común, pero no lo habíamos notado antes", afirma en la web de la ESA.

Es más, este descubrimiento habría sido imposible hace 20 años. "En 1997 teníamos un solo punto en toda Norteamérica para observar las auroras boreales desde el suelo" y ya era una suerte conseguir una sola fotografía que coincidiera con las observaciones de un satélite. Hoy en día se obtienen más de 100 imágenes por noche, que se comparten en webs como Aurorasaurus.

Probablemente, a partir de ahora esta historia se convertirá en uno de los mejores ejemplos de ciencia ciudadana, un concepto que se podría resumir como "la participación del público general que aporta valor a la investigación", explica a EL ESPAÑOL Fermín Serrano, miembro de la Fundación Ibercivis y responsable del Observatorio de Ciencia Ciudadana de España. Aunque el hallazgo de Steve surgió de forma espontánea, este tipo de contribución en forma de ideas y de recursos por parte de personas ajenas al sistema científico puede convertirse en esencial para algunos proyectos hasta el punto de que "se hacen con la gente o no se pueden hacer".

Los ciudadanos aportan todo tipo de datos, sus observaciones sirven para monitorizar el medio ambiente y la biodiversidad, permiten llegar a todos los rincones geográficos y al ámbito privado, aportan creatividad, generan nuevas preguntas e incluso proponen temas de investigación a través de fórmulas como las science shops. Además, pueden poner a disposición de la ciencia materiales propios, como ordenadores y móviles, algo que nunca está de más en tiempos de crisis.

Riega las fresas y sabrás qué respiras

Sin embargo, a veces no es necesario saber absolutamente nada de tecnología para colaborar, como demuestra el proyecto Vigilantes del Cierzo, que se desarrolló en Zaragoza hasta el pasado mes de marzo. "Repartimos 1.000 macetas con fresas y pedimos a los ciudadanos que las colocaran en sus balcones, las regaran durante tres meses y después nos enviaran una hoja para analizarla", comenta Fermín Serrano. La idea era estudiar los contaminantes metálicos del aire a través del análisis del material vegetal. De esta forma consiguieron tener cientos de pequeñas estaciones de medición de la calidad ambiental de una forma muy sencilla.

El Observatorio de Ciencia Ciudadana ha registrado unos 150 proyectos en todo el país y buena parte de ellos están relacionados con el medio ambiente. De hecho, la ornitología ha sido pionera en ciencia ciudadana, antes de que nadie le diera este nombre. "A veces se duda de la rigurosidad de los aficionados, pero para los ornitólogos la principal fuente de información han sido los voluntarios, ya no sorprende que conozcan las especies de pájaros y que realicen fotografías de gran calidad. Al final, la validación de las investigaciones sigue los canales tradicionales y todo esto puede ser extrapolable a otras ramas de la ciencia", señala el experto.

Las plantas 'inmigrantes' de Texas

De hecho, un proyecto desarrollado en Texas demostró que los científicos ciudadanos son perfectamente capaces de recopilar información acerca de las especies de plantas invasoras y que sus datos pueden ser usados por científicos profesionales, aunque el estudio recomienda que los voluntarios tengan una formación adecuada. La monitorización de la presencia de plantas foráneas por esta vía resulta muy fiable en comparación con los datos exclusivamente científicos.

Mi ordenador, una estación sísmica

En otras ocasiones, la colaboración con la ciencia puede ser mucho más pasiva. La Quake Catcher Network es una red internacional formada por ordenadores particulares en los que se instala un sensor de movimiento y un software para obtener más información sobre los terremotos. La sensibilidad de los sensores es baja, de manera que sólo sirven para grandes temblores, pero el proyecto permite que se multiplique el número de estaciones sísmicas con un coste bajísimo y logra caracterizar un seísmo de forma instantánea y enviar desde cada punto los datos esenciales.

Inteligencia colectiva en situaciones críticas

Empezamos con Facebook y acabamos con Facebook. Las redes sociales no solo pueden servir para hacer ciencia, sino que también pueden ser un instrumento que proporciona información útil y de calidad en situaciones críticas. Así lo explica una investigación sobre lo que sucedió en la masacre de Virginia Tech hace 10 años, el tiroteo que ha causado más víctimas mortales en una universidad de Estados Unidos, con 33 fallecidos.

Ante la falta de información oficial, los usuarios de Facebook crearon diversos grupos para comunicar que estaban bien, confirmar que otros lo estaban y, finalmente, identificar a las víctimas con una precisión absoluta. Para los autores del análisis, este ejemplo demuestra que la interacción social puede convertirse en una herramienta de "inteligencia colectiva" para la solución de problemas de manera distribuida, especialmente cuando ocurre una catástrofe.

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