Toda leyenda tiene un origen, y aunque es cierto que se tergiversan bastante hasta llegar a nuestros oídos, muchas veces el chispazo que les dio vida a las historias más fantásticas y rocambolescas tiene una explicación científica sólida detrás.

Zombies, vampiros, sirenas, hombres lobo... nos hemos pasado toda la vida concienciándonos de su no existencia después de cada pesadilla protagonizada por ellos; y realmente no existen como tal, pero sí que es verdad que hubo un día que algo totalmente real inspiró las historias que hoy conocemos, desde enfermedades hasta animales inocentes que se confundieron con lo que no eran.

Los vampiros y la porfiria

Sin duda el vampiro es una de las criaturas fantásticas más explotadas en la historia del cine, la literatura y las hogueras de campamento.

Aunque adquirió su fama con la historia del Conde Drácula, basado realmente en el conde Vlad Tepes, la leyenda pudo originarse mucho antes a partir de un conjunto de enfermedades, conocidas como porfirias.

Se trata de afecciones hereditarias caracterizadas por la ausencia de una proteína responsable de la síntesis de una parte concreta de los glóbulos rojos y se caracteriza por síntomas comunes como anemia, náuseas, hipertensión o insomnio y otros bastante más peculiares, como palidez, fotosensibilidad o un crecimiento de las encías que hace parecer los colmillos mucho más grandes de lo normal.

Además, en la antigüedad los sanadores consideraban que la mejor forma de ayudar a los pacientes a recuperarse de la anemia era darles a beber sangre, por lo que tenían que tomarla a menudo y, ¿quién sabe?, puede que finalmente terminara gustándoles.

Todo esto, unido a que el consumo de ajo empeora los síntomas de la enfermedad convirtió a los porfíricos en carne de leyenda. Y así hasta nuestros días.

Los zombies y la rabia

Otro personaje que sigue estando muy de moda en las historias actuales de ficción es el zombie, que en cierto modo se acerca bastante a la realidad en las versiones en las que afirman que "no son zombies, son infectados".

Cada vez son más los jóvenes que se inician en la zombificación. siska maria eviline Flickr

Pero no infectados por un curioso virus liberado accidentalmente del laboratorio secreto de un gobierno ficticio, ni tampoco por una bacteria apocalíptica, sino por un virus sobradamente conocido por todos nosotros: el virus de la rabia.

Se trata de un microorganismo cuya infección en humanos ha sido prácticamente erradicada en la inmensa mayoría de países desarrollados, gracias a la vacuna que aún hoy sigue administrándose a los perros, considerados como uno de sus principales vectores de transmisión. Sin embargo, aún puede encontrarse en algunos murciélagos, por lo que es necesario acudir rápidamente en busca de ayuda médica en el caso de sufrir el mordisco de alguno de estos animales.

¿Pero qué tiene que ver esta enfermedad con los zombies? Pues prácticamente todo, ya que se introduce en el cerebro de los pacientes infectados, induciéndoles a un comportamiento similar al de los muertos vivientes de las películas.

Esto se debe a que, una vez en el organismo, el virus busca reproducirse lo más rápido posible, por lo que pasa a la saliva de su huésped y, desde su cerebro, le induce a tener comportamientos violentos y morder a otras personas, con el fin de pasar de unas a otras.

Además, también induce en los infectados una gran aversión hacia el agua, ya que si la bebieran su saliva podría diluirse y su transmisión se haría menos eficaz.

Las sirenas y el manatí

Aunque a bote pronto las sirenas puedan parecer criaturas fantásticas inofensivas, sus leyendas también encierran versiones oscuras, como la que llevó al Ulises de la Ilíada de Homero a atarse a un mástil de su barco para evitar que el canto de las ninfas del mar le atrajera hasta lo más profundo del océano.

Figuritas de sirenas, un toque de distinción para su sala de estar. Iburiedpaul Flickr

Sin embargo, el animal que se cree que pudo dar pie a estas historias es bastante inofensivo, pues se trata del manatí, un mamífero marino del orden de los sirenios (no, no es casualidad), caracterizado por poseer en sus aletas delanteras unas estructuras óseas similares a los dedos y en su cuello una articulación que le permite girar la cabeza de forma parecida a como lo hacemos los humanos.

Además, acostumbra a introducirse en el agua elevando la cola sobre la superficie del mismo modo en que se representan las sirenas, por lo que parece ser que cuando personajes históricos, como Cristóbal Colón, afirmaron haber visto sirenas durante sus travesías marinas, en realidad habían observado a estos simpáticos animales. Y posiblemente el cansancio del viaje les nublaba un poco el raciocinio, todo hay que decirlo.

El licántropo y el síndrome del hombre lobo

Para terminar, no podría faltar el hombre lobo, protagonista también de cientos de temibles historias, desde las leyendas de la Grecia Clásica hasta el fornido licántropo que tantos suspiros ha arrancado entre seguidores de la saga Crepúsculo.

Un hombre lobo pasea por el campo. PJ Nelson Flickr

La historia real también es bastante antigua, pues ya en el imperio Bizantino se documentaron casos de un curioso trastorno psiquiátrico que lleva a quien lo padece a creer que se está convirtiendo en lobo, llegando incluso a emitir los gruñidos y sonidos característicos del animal.

También puede darse con otros animales, aunque el más común es el caso de los lobos, de ahí que dicho trastorno se conozca como licantropía clínica.

Lamentablemente hoy se conoce el origen de todas estas extrañas condiciones, ¿pero quién sabe cuántos enfermos irían en un tiempo lejano a la hoguera por el simple hecho de tener una condición clínica peculiar? Dan escalofríos sólo de pensarlo.

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