La detección de un planeta en la zona habitable de la estrella más cercana, SETI investigando una señal candidata captada por un telescopio ruso y ahora el estreno mundial de La Llegada, una superproducción de Hollywood con las aventuras y desventuras de una lingüista en su misión de comunicarse con extraterrestres… parece que en las últimas semanas las noticias se han confabulado para animarnos en la infatigable búsqueda de compañeros cósmicos más allá de nuestro Sistema Solar.

Aún así, por encima de este empeño casi generalizado en contactar con ET, siguen alzándose voces autorizadas que plantean la posibilidad de que existan escenarios mucho más inquietantes que ese idílico encuentro entre especies galácticas. Los detractores, encabezados por el siempre mediático Stephen Hawking, recuerdan las consecuencias negativas que estos encuentros entre culturas han dejado en nuestra propia hºistoria.

Los científicos, a pesar de tratarse de un tema enormemente especulativo, también han elaborado sus hipótesis y, desde los años ’50 hasta nuestros días, podemos encontrar docenas de estudios y artículos analizando las posibles soluciones a una de las paradojas más complejas a las que nos hemos enfrentado: Si el Universo está lleno de vida… ¿Dónde está todo el mundo?

Para Juan Ángel Vaquerizo, astrofísico en el Centro de Astrobiología CAB-INTA-CSIC y coordinador del proyecto PARTNeR, la clave de la paradoja de Fermi radica en dos aspectos fundamentales: tiempo y distancias. Acostumbrado a utilizar la antena parabólica de 34 de NASA situada en Robledo de Chavela para estudiar objetos situados a miles de millones de años luz de la Tierra, el astrofísico es proclive a pensar que los encuentros entre civilizaciones son tremendamente difíciles. "La emergencia de un fenómeno tan complejo como es una inteligencia capaz de comunicación requiere demasiado tiempo para desarrollarse; en el caso del ser humano ha llevado prácticamente toda la historia de la Tierra, y su duración es tan fugaz en términos de edad del Universo, que probablemente nunca encontremos una civilización extraterrestre. Es muy difícil que dos civilizaciones avanzadas se solapen en el tiempo y a una distancia que permita el contacto". Como suele decir Manuel Toharia: "Seguramente existan, pero estamos demasiado aislados".

Las posibilidades son mínimas, sí, pero no iguales a cero. Para anticiparnos a este remoto caso sería interesante saber de antemano con qué podríamos encontrarnos. Juan Ángel Vaquerizo nos pone sobre la pista de la Escala de Kardashov, una clasificación ideada a mediados de los años sesenta que divide las civilizaciones (en tipo I, II y III) según su grado de tecnología energética.

Venimos en son de paz

Las civilizaciones de tipo I habrían alcanzado una tecnología que les permite aprovechar eficientemente toda la energía de su planeta, las de tipo II podrían usar toda la energía de su estrella y, finalmente, las civilizaciones tipo III estarían en disposición de utilizar los recursos de una galaxia entera. Actualmente, el ser humano aún no ha llegado siquiera al tipo I, y la escala nos sitúa en un modesto 0,73.

Algo que podemos suponer sin temor a equivocarnos es que, como ocurre en tantas películas de ciencia ficción, si una civilización extraterrestre es capaz de desplazarse por el espacio hasta llegar a la Tierra, su nivel tecnológico se situará muy por encima de nuestro pobre 0.73, por lo que la siguiente pregunta debería ser: ¿qué pueden querer de nosotros?

Miguel Santander, astrofísico en el Instituto de Ciencia de Materiales de Madrid (CSIC) y reconocido autor de novelas de ciencia ficción, nos describe algunas opciones. "En la mayoría de obras y películas de ficción los extraterrestres invaden la Tierra para apropiarse de nuestros recursos, principalmente el agua, pero resulta muy difícil creer que una civilización tipo III, capaz de aprovechar los recursos de una galaxia y que además puede desplazarse grandes distancias en el espacio, necesite algo material de nosotros", aunque añade: "Pero podría tratarse de una civilización nómada que vaga por el Universo aprovechando los recursos de planetas que se encuentran por el camino… en este caso sí deberíamos preocuparnos porque,tanto nosotros como nuestro Sol, seríamos una especie de gasolinera en su viaje".

Muchos científicos, como la fundadora y exdirectora del proyecto SETI, Jill Tarter, consideran que el avance tecnológico de una civilización trae aparejado una disminución y finalmente un abandono de la violencia, por lo que cuanto más desarrollada es una sociedad más pacífica se muestra con su entorno y el resto de especies. El ejemplo, avalado por los datos del psicólogo experimental Steve Pinker, lo podemos encontrar en nuestra propia civilización que, a pesar de las apariencias y guerras que vivimos, es más pacífica que en otros momentos de su Historia.

"Sin embargo, es terriblemente antropocéntrico pensar que nuestra ética y valores sociales son aplicables directamente a cualquier lugar del Universo", explica Santander. "No sabemos qué ha guiado la evolución moral de otras posibles especies en otros planetas, ni siquiera podemos asegurar que tengan algo remotamente parecido a lo que nosotros consideramos lógico", añade. El astrofísico se refiere a Solaris, obra de ciencia ficción filosófica del legendario Stanislaw Lem, en la que la inteligencia no ha emergido en un soporte corporal sino en un planeta entero.

Fotograma de la película Solaris Twentieth Century Fox Film Corporation

Otra de las corrientes en este campo es la posibilidad de que esas civilizaciones simplemente nos están evitando. Hace apenas unos días, el 1 de septiembre, el astrofísico Duncan H. Forgan de la Universidad escocesa de Saint Andrew, ha publicado un estudio explorando la Hipótesis del Zoológico como respuesta a la paradoja de Fermi.

Esta solución propone que una civilización tecnológicamente avanzada evitaría deliberadamente un contacto con la Tierra atendiendo al principio de "no intervención". Miguel Santander recuerda que en Star Trek, una saga que estos días cumple 50 años y que en muchos aspectos ha sido visionaria y adelantada a su tiempo, existía una férrea disposición de no inmiscuirse en los asuntos de especies y planetas que aún no habían alcanzado un cierto nivel de desarrollo tecnológico. "Es algo que en la astrobiología actual también se toma muy en serio: recuerda que cada vez que enviamos una sonda a la superficie de Marte, la esterilizamos a fondo y ponemos mucho cuidado para no interferir con el entorno y las condiciones de ese planeta".

Más vale prevenir

Por supuesto esta hipótesis de estar vigilados, aunque no interferidos, también tiene sus inconvenientes. En la novela de ciencia ficción El juego de Ender se lanza un ataque preventivo contra un planeta para destruir una civilización a la que se considera una amenaza" destaca Santander,. "La hipótesis del Zoo implica que nos siguen la pista, observan nuestras evoluciones tecnológicas y quizá si nuestro desarrollo futuro les indica que podemos llegar a ser un peligro, entonces aparezcan con no muy buenas intenciones", agrega.

Fotograma de la película El juego de Ender Summit Entertainment (

"Como seres humanos somos curiosos por naturaleza. Nos sentimos parte del Universo y por tanto intentamos conocer si fenómenos como la vida o la inteligencia también aparecen en otras partes" afirma Vaquerizo, que añade: "La búsqueda de inteligencia es consustancial a nuestra propia existencia, y sólo nos separan de ella las gigantescas distancias a las que nos enfrentamos"

Por supuesto, la relación presa-depredador es algo presente también en nuestra naturaleza, por lo que siempre supondrá un riesgo cualquier encuentro con una especie más inteligente dotada además con mejores armas. Porque "incluso si se trata simplemente de visitantes espaciales curiosos, algo nada descartable si tenemos en cuenta los propios planes recreativos en el futuro del turismo espacial, también conlleva sus riesgos… piensa en Predator y sus safaris en busca de trofeos de caza" bromea Miguel Santander.

Cubierta de los discos de oro que viajan a bordo de las Voyager 1 y 2.

A pesar de todas las ventajas culturales, de conocimiento y tecnología que nos pueda ofrecer el contacto con una civilización avanzada, muchos siguen pensando que es mejor no mostrarse abiertamente y continuar siendo inadvertidos. Al fin y al cabo, hasta ahora nos ha ido bien.

Aunque tal vez ya sea demasiado tarde para pasar desapercibidos puesto que en estos momentos viajan por el espacio las dos sondas Voyager llevando a bordo sendos discos de oro que contienen saludos a sus posibles receptores, un buen resumen de nuestra historia y tecnología, así como detalladas instrucciones para localizarnos… un bonito gesto por nuestra parte, tan poético como quizá imprudente.

No obstante no parece ser un problema que tengamos que solucionar nosotros. "Las enormes distancias a las que tenemos que enfrentarnos hacen que nuestras emisiones de radio tarden mucho tiempo en alcanzar incluso los destinos más próximos" señala el astrofísico. "Sólo nuestra galaxia tiene un diámetro aproximado de 100.000 años luz; cualquier señal que enviemos o hayamos enviado tardará tanto en llegar a la civilización más próxima que, entre ida y vuelta, es seguro que ya no estaremos aquí… si alguna vez estamos en riesgo por las señales que enviamos, será un problema que habremos creado nosotros, pero definitivamente tendrán que resolverlo nuestros tataranietos".

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