Adela, en el interior de su restaurante
Adela, dueña de un restaurante dentro de su propia casa: "Doy un menú de 5 platos por 20 euros y no quiero cobrar más"
Se trata de uno de los negocios más sorprendentes de España y es que se come en el propio salón y habitaciones de esta casa familiar, en un pueblo que apenas ronda los 100 habitantes.
Más información: Ni Astorga ni Madrid: uno de los mejores cocidos de España se come en Zamora y este es su secreto
Hay restaurantes singulares y luego está La Pacheca. En Malva, un pequeño pueblo zamorano que ronda el centenar de habitantes según el INE de 2024, existe uno de los restaurantes más sorprendentes de España.
Su principal peculiaridad es que se come dentro de la propia casa de sus propietarios. En el salón, las habitaciones y en todas sus estancias. Así lleva una vida haciéndolo, Adela Calleja Álvarez, su incansable dueña, que es todo dulzura, amabilidad y devoción por sus clientes.
La Pacheca no nació con el concepto que es ahora. El negocio abrió sus puertas el 2 de enero de 1979 y lo puso en marcha Gumersindo, el padre de Adela. Ella tenía entonces 14 años. "Me quité de estudiar y me quedé aquí para siempre". Desde esa edad se metió en la cocina. Y de ahí no ha salido.
Gumersindo y Josefa, padres de Adela
En aquellos primeros años, la familia vivía en la casa y daba de comer en el bar. No había comedor como tal, así que la gente llegaba y se acomodaba como podía. Pero, con el tiempo, cada vez acudían más comensales, el espacio empezó a quedarse pequeño y la casa empezó a transformarse en negocio sin dejar de ser su hogar.
El punto de inflexión llegó en 2006, con la muerte de Gumersindo y momento en el que Adela tomó las riendas del negocio. A partir de ahí, La Pacheca dio el paso definitivo. La gerente empezó a "meter a la gente" en la que había sido la casa familiar. No por originalidad, sino por necesidad, porque "cada vez había más clientes que querían venir a comer".
Hoy, el restaurante cuenta con cinco comedores repartidos por las estancias de la vivienda. No son salas creadas ex profeso. Son antiguas habitaciones adaptadas. Hay un comedor grande, pensado para familias numerosas. "Si no son de la misma familia, no puedes meterlos juntos", explica. Hay otros más pequeños, de diez, doce u ocho personas.
Para cumplir con las exigencias sanitarias, todas las estancias se han adaptado. "Se le ha puesto azulejo alrededor de todas las habitaciones". Un azulejo que sube un poco más arriba de las sillas para "poder pasar una bayeta y que quede todo limpio", detalla la hostelera.
"Como comer en casa de tu abuela"
La reacción de quienes entran por primera vez y no conocen La Pacheca es siempre la misma: sorpresa. Pero una vez pasado ese sentimiento, Adela reconoce que están "encantados", que el hecho de comer en el salón o en una antigua habitación no incomoda, sino todo lo contrario genera cercanía y se recuerda para siempre.
De hecho, las reseñas más populares de este restaurante en Google o TripAdvisor, donde su puntuación es excelente, destacan que es "como comer en casa de tu abuela". Y no solo por el peculiar espacio, sino por el mimo y el cariño que Adela derrocha en su cocina casera.
En La Pacheca no hay carta. Hay un menú único de cinco platos. "No se elige", explica Adela, y si alguien no puede o no quiere comer algo, se le prepara otra cosa. Un detalle que deja claro la dedicación de esta hostelera por lo que hace.
El servicio comienza a la misma hora. Sobre las dos y media entre semana. Algo antes los sábados y domingos. Primero sale el arroz con bogavante. Después, un bol de patatas con pata para que cada uno coma lo que quiera. Luego llegan dos fuentes al centro: carrilleras y bacalao, acompañadas siempre con ensalada. Al final, tarta, helado y natillas.
Todo eso cuesta hoy 20 euros e incluye vino, casera y pan. "En su tiempo se empezó cobrando diez euros", recuerda Adela. Y en más de cuatro décadas, el precio solo ha subido diez euros. "He subido lo justo, no quiero cobrar más porque yo no hago esto para hacerme rica, sino porque me gusta y es mi vida", asegura.
"Yo por la gente me desvivo", confiesa y añade que no trabaja por egoísmo, "porque si lo fuera cobraría, lo que quisiera". Mantiene el precio para que la gente "quede conforme".
La Pacheca funciona con reservas. Sobre todo los domingos. Entre semana también hay gente, aunque menos. En verano el ritmo cambia. "Hay todos los días y bastante". El pueblo se llena y la casa vuelve a quedarse pequeña.
En los días fuertes pueden dar hasta setenta comidas. Treinta en el bar. Unas cuarenta dentro de la casa. Todo organizado por comedores, por grupos, por familias. Sin prisas. Sin turnos imposibles.
Pura dedicación
Adela lleva más de cuatro décadas sin cerrar. "Yo no he tenido vacaciones en mi vida", asegura. Nunca ha cerrado el bar. Ni siquiera cuando murió su padre. Incluso en aquel día explica que "a la gente no la quería dejar sin comer", así que encargó a un familiar que abriera el restaurante.
Y por si todo esto fuera poco, además de hostelera, Adela es la alcaldesa de Malva. Esta mujer es un auténtico todoterreno y asegura que se presentó a las elecciones porque "no quiero que el pueblo muera".
Compagina ambas responsabilidades como puede. Cuando hay fiestas, cierra el restaurante, pero no el bar. "Porque hay más gente que se pueda hacer cargo", detalla. Las gestiones municipales se adaptan a su realidad y el teniente de alcalde, que se da la casualidad de que es su hijo, se ocupa de los temas administrativos a los que no puede atender.