Castilla y León

Castilla y León

Región

La charca de las brujas de Peñaranda

26 octubre, 2018 09:58

Durante la Edad Media, los castillos y fortalezas manaban por doquier en el territorio que hoy conocemos como la provincia de Salamanca. La estratégica situación bélica en el avance de la reconquista cristiana, entre los reinos de León y Castilla, y junto a la convulsa Portugal, hacía de los campos charros una zona propicia para el establecimiento de torres de control. En ellas se alojaban seres despiadados en la mayoría de las ocasiones con el pueblo llano, tan ignorante como oprimido en aquella época. No es de extrañar, por tanto, que surgieron múltiples relatos transmitidos de generación en generación sobre las barbaridades que podía acontecer muros adentro de la fortaleza. Es el caso de la conocida como charca de las brujas en Peñaranda de Bracamonte, antes charco de las brujas y después laguna de San Juan, en un intento de la Iglesia por quitar misticismo a tan peculiar lugar.

Cuenta la leyenda que en la zona denominada actualmente como Las Pocillas se encontraba el castillo de los señores de la villa de Peñaranda. A mediados del siglo XV, el joven heredero comenzó a mostrar al pueblo una insaciable maldad satánica. Preocupado sólo de sacar el mayor partido a las pasiones humanas sin importarle lo demás, dilapidaba su fortuna con mujeres libertinas y falsos amigos salidos de la peor escoria de la sociedad. No escatimaba en gastos y su actitud era despótica.

Pero como todo en la vida, llega un final, porque el dinero tampoco es eterno. El joven señor estaba totalmente arruinado. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Cómo continuar con su ritmo desenfrenado? Y lo que era más preocupante para él, ¿cómo infundir temor a los habitantes de la villa sin monedas con las que comprar silencio y respeto? Por este motivo, decidió hacerse pasar por poderoso nigromante, un hábil hechicero capaz de dominar a las bestias. Los incautos pueblerinos cayeron en la trampa y el engaño. Viendo el exitoso resultado, el joven señor de Peñaranda fue a más, llegando a dirigir un esperpéntico séquito de duendes contoneándose con extrañas danzas y brujas que expulsaban fuego, una cohorte que bien podría hoy día despertar las envidias de los mejores directores de teatro ante tan singular escenario.

El pavor que inspiraba a los habitantes de la villa le permitía llevar a cabo numerosos raptos de doncellas y mujeres casadas para así continuar satisfaciendo sus pasiones. Así, se aprovechaba de la existencia de pasadizos y túneles hasta el castillo, un férreo refugio rodeado de un foso, de ahí que a la zona comenzara a conocérsela como el charco de las brujas, después denominada charca. No hay que olvidar que Peñaranda de Bracamonte posee pequeños acuíferos que rodean la localidad, denominados La Poza, El Reguero, El Padrohorno, San José, Las Pocillas y Los Adobes.

Un día, el insaciable señor raptó a una joven que era novia de un estudiante. Sabiendo de las artimañas palaciegas, el padre de la doncella se dirigió presto al castillo con sus criados y amigos para desafiar al señor de la villa, pero fue derrotado, o más bien atemorizado por el séquito infernal. Tras el fracaso de la hueste vecinal, y viendo que la doncella no regresaba a su hogar, el padre recurrió al novio de la joven, quien, enterado de los avatares que acontecen a su amor, decidió regresar de incógnito a Peñaranda. El valeroso estudiante intenta despojar a sus convecinos de la venda del temor, pero con ínfimo éxito. Por ello, traza un plan y se disfraza de trovador, logrando introducirse en el castillo. El señor, agradado con su música y sus versos, le invita a quedarse para continuar agradándole con sus composiciones. De esta forma, el estudiante logra ver a su amada, a quien pide paciencia antes de rescatarla.

El valeroso joven pudo descubrir los pasadizos y, con un sigilo directamente proporcional a su inteligencia, avisó a su padre, al padre de la doncella y todo un ejército de labradores dispuestos a acabar con el señor de la villa. Por sorpresa, asaltaron al castillo y, tras una épica contienda, el joven estudiante mató al cruel señor, dando pie a que el pueblo incendiara el castillo, encarcelara al falso séquito de duendes y brujas, y sesgara de una vez por todas el asfixiante yugo de la opresión.

Desde entonces, al lugar se le conocía como la charca de las brujas. De hecho, los más viejos del lugar aún recuerdan que a principios del pasado siglo todavía se percibía agua en la superficie de una zona que, ironías del destino, es el vertedero de basura de Peñaranda, una zona de despojos, como antaño, que pronto se transformará en zona verde cuando se selle el basurero, como el valeroso estudiante selló para siempre la ambición del señor de la villa.