Opinión

La Inmersión

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès.

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès.

Era el inicio del siglo XXI, de cuya época, muchos, como aquel Quijote, no querrán acordarse. Existía una región española, llamada Cataluña, que lo tenía todo. Buen clima, alta montaña, hermosas costas, preciosas playas, con una gran industria hotelera, unos de los mejores puertos de Europa, la red de comunicaciones más moderna de la antigua España, un gran aeropuerto, habitantes inteligentes, emprendedores y activos, un cuadro magnífico de deportistas y una música popular, que emocionaba. 

Un día, por aquellas extrañas cosas de la política, se hizo con el poder unos iluminados, manejando un grupo de interesados visionarios, y crearon la Inmersión. Falseando la democracia, empezaron por quitarle al pueblo, parte de sus derechos, y, especialmente, a los más débiles, que son los niños. Se creían dioses, cuando solamente eran chulos inmisericordes, que, satisfaciendo su ego, explotaban a un pueblo, en parte, desinformado. Despreciando la ley, y el cumplimiento de las sentencias, su voluntad caprichosa, se convirtió en la única fuente del derecho.

Decidieron que la juventud de su país tenía que ser tan especial, como la imaginaria nación a la que pertenecían, y decidieron educarla, mediante el sistema de la Inmersión. No se trataba de sumergirlos en agua, y ver quién resistía más, con la cabeza fuera, sino que deberían andar con una sola pierna. Podían utilizar las dos, pero, solamente, durante una hora semanal, para poder justificar ante los opositores, que, al final, no sufría merma su capacidad vital.

Llegaron a ser únicos. Solo ellos podían moverse con semejante sistema. Ver a los niños corriendo con tanta fortaleza, era el orgullo nacional. Bailaban sardanas, -la más hermosa de las danzas – sobre un solo pie, entrelazadas, como siempre las manos, pero sin la elegancia y la armonía de la antigua danza. Hablando en su exclusivo idioma, y sobre una sola pierna, celebraron la aceptación del pueblo, haciendo una cadena, con las manos unidas, a lo largo del territorio autonómico. Organizaban la semana de la moda, exhibiendo la belleza de los ropajes, que utilizaban para sujetar su inactiva pierna. Las fábricas, antes competitivas, ahora habían llegado a una cota de especialización jamás soñada. Fabricaban unos botines de un solo pie, con tanta gracia, que servía igual para los zurdos que para los dextros, pero se cerraron la mayoría, porque solo tenían mercado interior. Crearon sus propias competiciones, así como tribunales especializados en las leyes, que regían tan audaz sistema.

Los niños procedentes de otros países, eran recibidos con gran alborozo, en cuanto aceptaban incorporarse a la Inmersión, pero, el Grupo, rechazaba a las familias, cuyos padres, exigían que sus hijos utilizaran las dos piernas, a pesar de que era motivo de conflicto, y para evitarlo, los engañaban, utilizando el falaz argumento, de que harían ejercicios en horas extras, hasta lograr el equilibrio total. El Iluminado y su grupo, consiguieron que una parte de la población considerara antipatriotas a los opositores, y que fueran objeto de menosprecio, en las reuniones de padres, que se organizaban en los colegios.

La sociedad se dividió entre los fundamentalistas y los que entendían que renunciar, o disminuir, la utilización de una pierna era una forma caprichosa de incapacitar a la juventud, incumpliendo la ley y sin beneficio alguno. Se enemistaron muchas familias, y su influencia llegó hasta las Islas Baleares del Mediterráneo, porque nunca falta un grupo de tontos, esperando el beneficio de una tómbola.  Se creó la casta de la Inmersión, que gozaba de privilegios, y logró acobardar a un pueblo, que se había distinguido por su sensatez, imponiendo su dictadura, hasta en la forma de ponerle nombre a los comercios.   

Los jóvenes habían competido, representando a España, con otras nacionalidades, siempre con gran éxito, pero, llegado el turno de los “Inmersos”, empezó el declive, y cuando volvían derrotados, el Grupo los recibía con coronas de laurel, porque era evidente que no perdían por la deficiente movilidad de una pierna, si no porque los contrarios odiaban su grandeza, y les robaban el triunfo. Los historiadores que estudian esta época de Cataluña la denominan “El siglo de los Malvados” porque incapacitaron a una juventud que siempre se había distinguido por su pujanza.