Opinión

Reduflación

Dos mujeres hacen la compra en un mercado de Valladolid

Dos mujeres hacen la compra en un mercado de Valladolid

Si la palabra ‘rescate’, aplicada a términos financieros con su versión inglesa de bailout, dominó el lenguaje alrededor de la crisis financiera de 2008, llegando a dar título a aquel momento, de igual forma que el término ‘confinamiento’ reinó entre las expresiones más usadas durante la crisis sanitaria generada por el Coronavirus Covid-19, nuestra actualidad post-pandémica dominada por el incremento de precios, la falta de aprovisionamientos y materias primas, y los desajustes en el mercado energético, todo ello atravesado por una nueva guerra en el seno de Europa, ya ha encontrado el vocablo que mejor la explica y escenifica. Y ese no es otro que “Reduflación”.

Según la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE), su significado identifica la práctica, llevada a cabo por algunas empresas, de reducir el contenido de los productos manteniendo los precios, dicha expresión se forma por los sustantivos reducción e inflación, siguiendo el modelo del anglicismo shrinkflation, a partir de shrink (reducción) e inflation (inflación).

Muchos son los ejemplos que podemos utilizar, desde botes de aceitunas de 1 kilo que de repente dejan de llegar a las estanterías de las tiendas de alimentación, siendo sustituidos por envases mucho más pequeños pero proporcionalmente mucho más caros, a envases de crema bronceadora que este verano se siguen vendiendo como el año pasado a 5 euros, pero reduciendo su contenido a la mitad, desde los 500 gramos a los 250 gramos de esta temporada.

Aunque la reduflación no solo se desliza en la realidad de la venta de productos como los indicados, sino también de cualquier otro tipo de bienes e, incluso, de servicios, ¿qué es si no lo que sucede, por ejemplo, a la hora de adquirir un billete en una línea aérea?. Hoy, a partir de la adquisición del pasaje, se nos ofrecerán teóricos servicios complementarios que hace no demasiado tiempo formaban parte original del viaje, como la asignación del asiento o llevar equipaje de mano. Es decir por un lado se ha reducido el servicio que obtenemos y por otro se ha incrementado el precio, vía carestía: reduflación.

¿Recuerdan cuando se podía acudir a una oficina bancaria en el momento que a usted le viniera bien y podía plantear la cuestión que le fuera precisa, siendo atendido satisfactoriamente y en el momento?. Sí, ésto también formaba parte de la normalidad no hace demasiado, hoy, sin embargo, ese cliente será dirigido a solicitar una cita concreta, en determinado día y hora, dilatada en el tiempo y, a lo peor, ni así consigue lo que necesita, imagínense, por ejemplo, el duplicado de un recibo pagado por su cuenta bancaria hace más de un año. Nuevo ejemplo de reduflación, donde se ha reducido el servicio que obtenemos y por otro se ha incrementado el precio (comisiones de mantenimiento, servicios, etc…) a través del libro de tarifas.

Pero quizás el origen de estas prácticas y la palabra que las nombra, empezaron a germinarse en el momento en que los costes de producción de las empresas evolucionaron de fijos a variables, mientras que los beneficios lo hicieron de variables a fijos. Es decir, la cuenta de resultados se empezó a construir de abajo a arriba, a partir de la cifra de beneficios a obtener (cantidad fija y determinada).

Dos mercados concretos han demostrado tener la habilidad de trasladar al consumidor los precios variables para defender la cantidad fija de sus beneficios, éstos son el bancario o financiero, y el energético, ambos oligopolios.

La mayoría de las carteras de préstamos de los bancos en España son a tipo de interés variable, con lo que el diferencial sobre el índice de referencia, habitualmente el euribor, es margen cierto para las entidades, y por la parte de la remuneración del ahorro se deriva a los clientes a asumir riesgo, algo para lo que solo unos pocos están preparados.

En cuanto a las empresas eléctricas y aún dedicando tiempo e interés a comprender los farragosos recibos de cualquier distribuidora, es un hecho cierto que en ninguna de las páginas que nos brindan las compañías viene el precio exacto al que se nos factura el kwh (kilovatio por hora), en ninguno de sus tres periodos diarios (valle, meseta y punta), ya que varía constantemente y hay que acudir a una página web para consultarlo, pero aún así, para casarlo con nuestra factura, deberíamos ponderar el valor entre todos los días del periodo facturado, un proceso excesivamente complejo y frustrante desde el punto de vista del consumidor. Menos servicio por el precio que pagamos y más caro: reduflación.

Cada momento vital de la historia tiene sus hitos, sus formas de hacer y sus modas, y parece que nuestra contemporaneidad en este agitado siglo XXI donde las crisis parecen imponerse sobre los tiempos de bonanza, ya ha encontrado, en esta tercera década de la centuria, la palabra que mejor lo titula, que describe el arte de como dar menos producto por el mismo, o más, precio. Tiempos de Reduflación.