Opinión

El país más saludable del mundo

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Cuando escuché que Netflix iba a dejar de emitir en Rusia, lo primero que pensé fue: "¡Ah!, ¿pero es que el Kremlin permitía esa emisión? ¡Qué imprudencia!"

Me considero un entusiasta de la libertad, enemigo de prohibiciones y censuras. Creo en el libre mercado y, en principio, soy partidario de que todo el mundo tenga acceso a los bienes y servicios que quiera y pueda; y esto pese a que, en general, la capacidad de la gente para elegir lo que más le conviene suele dejar mucho que desear. Pero, en fin, si alguien elige ver determinado canal o contenido online, pues que lo vea.

Ahora bien, cuando pienso en Netflix (o HBO, Amazon Video, Disney Channel, DW, etc.), confieso que mi creencia en la libertad flaquea un poco, y dejo de estar seguro de hasta qué punto la antepongo a cualquier otra consideración. No porque las producciones de esos proveedores sean peores que cualquier otra, sino porque todas están cortadas por el mismo patrón.

Se trata de herramientas de adoctrinamiento en masa, y al igual que los gobiernos regulan y restringen el acceso a ciertas drogas para minimizar el riesgo de intoxicación u otras consecuencias graves, quizá deberían hacer otro tanto con los contenidos altamente dañinos que dichas plataformas multimedia suministran a una sociedad no educada para defenderse de ellos, pues han sido creados intencionadamente para moldear, cuando no manipular, de manera sutil pero muy eficaz, nuestra mente para que todos pensemos igual, compartamos los mismos valores y tengamos idénticas opiniones.

Hablo, por supuesto, de la ideología de género, el femin(az)ismo, el multiculturalismo, la política identitaria, la teología queer (LGBTIQ), la calentología planetaria, el veganoanimalismo, la cultura de la muerte (aborto y eutanasia), el indigenismo, el welcome refugees...

Todas estas ideas son así sembradas por todo el mundo, de manera bien efectiva, mediante dichas plataformas; y cualquier nación que tenga sentimientos patrióticos, una conciencia de sus propios valores o un lozano instinto de supervivencia; que no quiera seguir acrítica y ciegamente la senda ideológica preparada por la agenda globalista y otros poderes supranacionales a los que nunca hemos elegido ni legitimado conscientemente, debería quizá plantearse prohibir Netflix y asimilados para proteger las mentes de sus ciudadanos de los insidiosos y adoctrinantes contenidos multimedia que nos proporcionan.

Por eso me sorprendió saber que Netflix y otros caballos de Troya estaban permitidos en Rusia, un país al que creí más preocupado que la media por la salud mental de sus ciudadanos. Veo que me equivocaba.

Algo similar podría decirse respecto a multinacionales como McDonald's, Starbucks o Coca-Cola. Teniendo, como tienen, muchos países sus propias cocinas nacionales, ricas y originales, más sanas, sostenibles y dede luego rentables localmente, parece una lástima que sus habitantes sucumban a la colonización cultural y empiecen a preferir la comida rápida. También aquí sería quizá deseable que la libertad de elección viniera acompañada por una información adecuada, promovida por los poderes públicos, respecto a nutrición y hábitos de alimentación, así como, ¿por qué no?, por un poco de patriotismo o, si lo prefieren, de chovinismo, que en dosis moderadas tal vez sea hasta algo sano, como creo que lo es tener presente cierta oposición a la colonización cultural.

En cualquier caso, estos días tenebrosos que vivimos no puedo sino reírme de todas esas multinacionales en su afán por intentar "castigar" a la población rusa cerrando sus franquicias y servicios y privándola así de sus productos, sean películas o hamburguesas. (Por cierto, aquí simulo creer que, tras dichas decisiones comerciales, subyace un ideal de "justicia para Ucrania" en lugar de un frío cálculo sobre cómo rentabilizar mejor la ira occidental hacia Rusia).

Para empezar, tales medidas son tan despreciables como ridículas, pues van encaminadas a "dañar" a una nación entera que no tiene la culpa alguna de las decisiones de su gobierno, y para colmo la popularidad nacional de Vladimir Putin no ha hecho más que aumentar desde que EUSA (European Union States of America) comenzó a imponer sus oleadas de sanciones; pero además son irrisorias porque, clausurando esos negocios y servicios, me parece a mí que dichas multinacionales están haciéndole un gran favor a los rusos, no sólo porque dejan huecos en el mercado que podrán ser ocupados por otras tantas alternativas nacionales, sino sobre todo porque, sin Netflix ni McDonalds, sin Amazon Video ni Coca-Cola, Russia es ahora mismo quizá el país del mundo más saludable, mental y corporalmente, para vivir.