Opinión

Mi breve semblanza de Gregorio Marañón

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Gregorio Marañón (19 mayo 1887 / 27 marzo 1960) . Se cumplen, pues, 62 años de su muerte en este 27 de marzo. He escrito en el título “MI” porque lo que estoy redactando es el fruto personal de lo leído y reflexionado sobre el médico-historiador durante años. No voy a recalcar lo repetido hasta la saciedad: que fue un humanista, etc. Nada nuevo aportaría.

Creo que Marañón está hoy muy olvidado, porque desde su muerte hasta nuestra actualidad se ha operado un cambio de vértigo, no sólo en las condiciones materiales de España, sino en la mentalidad de los propios españoles, de manera que muchos de sus postulados pueden sonar a monsergas de un tiempo felizmente superado. Él mismo afirmó que cada época tiene su espíritu y, desde luego, el de la nuestra es muy distinto.

Considero correcta, pero poco profunda, la incidencia en su evolución desde partero intelectual de la II República (junto a Ortega y Gasset y Pérez de Ayala) hasta su relativa conversión al Nuevo Estado (franquismo). Digo “relativa”, sí.

Donde se ve al Marañón más actual, más progresista, es en el ámbito de la enseñanza: la diferencia que establece entre maestro y profesor, favorable al primero, su crítica a las oposiciones y al examen, su noción del deportista de la buenas notas, su afirmación de que en los claustros universitarios se asienta “el ultimo reducto del clásico cacique español”. También en su elogio del viaje y su desdén por el turismo, el deporte como actitud estéril ante la vida, el dolor como incómodo, supremo pedagogo, el resentimiento como pasión que afecta a tres cuartas partes de la humanidad y que aflora con trágicas consecuencias en los momentos de toma del poder por los resentidos.

Quiso una aristocracia del espíritu para España y, durante algún tiempo, creyó que esa minoría selecta podría representar un papel pedagógico de preparación del pueblo para la asunción de sus responsabilidades cívicas. Ya desde la quema de conventos e iglesias del 11 de mayo de 1931, con la II República casi recién nacida y, sobre todo, con la orgía de sangre desatada en 1936, se le cambió el semblante al médico-historiador. No pudo ser.

A partir de 1937, sus tremendos artículos y cartas que sintonizan con la España de Franco deben ser contextualizados en aquella trágica circunstancia. Creo que, a pesar de disponer en mis notas de abundante material donde se constata lo que denomino “giro marañoniano”, dicha sintonía no llegó a estratos profundos del medicus Hispaniae. Mi misión en este artículo no es “justificar” a Marañón. Ni él lo necesita. Todos los pliegues de su alma, hasta donde puede llegar la palabra escrita, él mismo lo dejó impreso, están al descubierto en su monumental obra.

Pero considero necesario, porque ahora el tiempo corre desbocado, que el que le tocó en “suerte” vivir fue muy otro. Y que la España que salió victoriosa de la Guerra Civil no fue la que a su talante flexible le habría gustado. Confió en una regeneración del país maltrecho de la mano de la generosidad. Pronto comprendió que no fue así. La formación y mentalidad embalsamada de los nuevos gobernantes distaba mil leguas del sentimiento del doctor.

Otra cosa es el hecho de su posibilismo, que lo llevó a aceptar el franquismo. Aquí entraría su idea de la expiación de culpas colectivas, de claros ecos orteguianos. Creo que Marañón pensaba que la dura experiencia de la tragedia española fue pago a los errores anteriores. Y que prefirió la realidad de una España disciplinada al espectáculo de disolución en que se precipitó, en su opinión, aquella II República que tanto contribuyó a traer.

Por último, y en relación con lo que llamo “liberalismo aristocrático”, tenemos sus ideas acerca de la democracia. Su lenguaje es en ocasiones contundente y antipático para la mentalidad actual: creencia en el papel decisivo de las minorías actuantes, resolución del conflicto entre el criterio eugenésico y el democrático a favor del primero (al menos para España, por el alto porcentaje de niños muertos), su idea de la minoría de edad de las mayorías, etc.

Otras veces habla del deporte de los derechos humanos, del rito democrático, de la democracia absoluta (contradictio in terminis), de la democracia que levanta sus fachadas barrocas sobre la irresponsabilidad de las muchedumbres, del ojo democrático acostumbrado a los fuegos artificiales, del aflojamiento de los deberes fundamentales que caracteriza a las democracias, y de que suelen ser antidisciplinarias, irresponsables. Advierte también acerca del espejismo democrático y sobre el mito de las excelencias del sufragio universal.

Una persona a quien he mostrado estas líneas me dice que es lo más duro que ha leído en su vida sobre Marañón. Quedo sorprendido. No las he escrito como crítica peyorativa. Intento comprender al más hondo espectador de su actualidad inmediata y psicohistoriador de España.