Opinión

La educación en tiempos de confinamiento

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En época de crisis, como la actual, se pone en juego no sólo la viabilidad de las instituciones sino los mismos conceptos de persona y sociedad que habíamos asimilado y que informan los modos de organización política y económica. Es probable que estemos viviendo en estos momentos un punto de inflexión civilizatorio, un tiempo que marca un antes y un después.

Como todo momento de transición, máxime si es global y multidimensional, resulta oportuno reflexionar críticamente sobre muchos aspectos concernientes a nuestro desarrollo personal y social. No es que no lo hubiéramos hecho ya antes, pero las inercias de lo antiguo y de lo burocrático eran lo suficientemente fuertes como para que no se hubiera producido una reflexión serena y profunda en la sociedad. A veces es necesaria la disrupción, un paréntesis seco, para discernir.

La cuarentena obligatoria, el confinamiento forzoso de todas las familias en sus hogares, tanto a nivel nacional como internacional, supone desde luego ese punto determinante que nos permite hacer una reflexión de tal calibre. Porque la educación es un fenómeno social: nos educamos con los otros y su resultado tiene consecuencias sociales más allá de nosotros mismos. No hay educación como proceso de aprendizaje-enseñanza sin su dimensión pública. Es pues, momento de alumbrar alguna idea para contribuir a esta reflexión pública.

La crisis sanitaria global con la consiguiente suspensión del sistema económico de tantos países ha traído consigo la paralización de la vida social. Nadie estaba capacitado para prever esta situación tan grave hace apenas un mes. ¿La incipiente crisis económica supone necesariamente otra crisis educativa, la inmovilización y menoscabo de los procesos educativos? Esta no es una cuestión baladí porque nos obliga a repensar si la educación está o debe estar supeditada a otros criterios técnicos, o debe labrarse, incansablemente, desde uno mismo y su familia, como primeros actores de la educación, en un sentido humanista.

La crisis económica en ciernes podrá en cierto modo dificultar el desarrollo de la educación, sin duda, pero quizá ello nos sirva para darnos cuenta de que, como seres sociales, la educación debe estar por encima de criterios economicistas y que, junto con la familia, la salud y el bienestar físico y mental, debe ser la prioridad de todo sistema social. La cuarentena es pues un momento extraordinario para abrirnos a un genuino apetito por emprender o perseverar en el estudio. Un momento vital en el que nuestro deseo por saber, por descubrir el mundo y a nosotros mismos, nuestra cultura y su praxis, con sus claroscuros, sea lo primordial y no lo deje de ser nunca.

El ser humano es capaz de aprender de todo y en cada momento. De lo contrario, no hubiéramos podido adaptarnos evolutivamente a situaciones ecosistémicas incluso tan complejas como las que estamos viviendo actualmente. Esta pandemia y el colapso económico es una lección, una gran enseñanza a nivel civilizatorio que ningún ciudadano debe dejar pasar para analizar críticamente y extraer conclusiones valiosas, para sí mismo y para su entorno.

La actitud que adoptemos en estos tiempos de zozobra es el elemento diferenciador. La educación, como va descubriendo la neurociencia, no es sólo un proceso intelectivo, sino ante todo emocional y afectivo. Tal vez los autodidactas puedan tenerlo más fácil, pero al final la educación se hace en comunidad. Es la comunidad la que crea las condiciones para la construcción del conocimiento. Las herramientas tecnológicas que se están explorando estos días facilitan sorprendentemente la emergencia de comunidades virtuales. Resulta fascinante ser testigo de cómo a través de las relaciones telemáticas y cibernéticas se construyen redes de conocimiento compartido entre diversos grupos y ámbitos humanos.

El éxito en el aprovechamiento de esta situación, aparentemente desfavorable, dependerá de la voluntad, de mantener encendida la llama del ánimo por aprender y desarrollarse personalmente más allá del bombardeo mediático y de algunas dificultades técnicas o ambientales. Es aquí cuando resurge la gran importancia de la familia, no sólo como estructura básica de protección y sustento material de los hijos y de las personas más dependientes, sino como célula social de hábitos y virtudes personales y cívicas, como escuela de humanidad. Las familias con hijos en edad de estudio “obligatorio” que sepan reconvertir el hogar en una pequeña escuela podrán generar una experiencia productiva, única y también inolvidable.

Resulta por tanto muy lamentable constatar, retrospectivamente, cómo desde hace tantos años, y desde tantas instancias políticas e ideológicas, en el nombre de una falsaria idea de progreso, se fue legislando y actuando contra los valores culturales y tradicionales de las familias, perdiendo de vista que, cuando todo lo demás se agrieta y falla, al ser humano sólo le queda su familia, lo más importante y verdadero.