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Las Autonomías y la Constitución

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La actual Constitución es la primera Constitución liberal democrática que más éxito ha tenido a partir de su implantación, en comparación con intentos anteriores similares. La gana todavía en duración la Constitución de la Restauración decimonónica. Pero dicha Constitución no se sostuvo más que con la compra del voto por los caciques oligarcas, como en su tiempo fue denunciado por Joaquín Costa, lo cual condujo a una crisis política que trajo como resultado la dictadura de Primo de Rivera. Aquella Constitución liberal fracasó a juicio de Ortega, expresado en La redención de las provincias, porque no era más que una imitación de la Constitución inglesa que no tenía en cuenta las características diferenciales  propias de la sociedad española. 

La Constitución Autonómica actual también es presentada por algunos como una imitación de la Constitución federal alemana, Pero no hay tal imitación. El autonomismo no es una imitación del federalismo. Es una vía nueva, inventada por un filósofo liberal español, Ortega y Gasset, que trata de evitar tanto el modelo de Constitución liberal centralista, a la inglesa o francesa, como el modelo liberal federalista de la vigente Constitución alemana de Bonn. 

La Constitución actual, en su rasgo más característico, el Titulo VIII, es única en tanto que ofrece una nueva solución en la organización territorial del Estado democrático. No es un federalismo capitidisminuido o vergonzante, pues el federalismo supone que las partes, los estados o Länder, son soberanas y se unen cediendo soberanía. Por el contrario, las Autonomías no pueden ceder soberanía sencillamente porque no la tienen. Sólo pueden pedir que el Estado central, que existe previamente a ellas, como producto de una larga historia, les traspase o no competencias, sin tocar la soberanía, que es indivisible. Además no todas las competencias se pueden traspasar sin poner en riesgo la existencia de la unión que garantiza el único soberano Estado central. Por ejemplo el mando del ejército, la política exterior, la justicia, educación, etc. Por ello autonomismo no es federalismo. Por supuesto tampoco es centralismo. Centralismo lo hubo en España, no tanto desde los Reyes Católicos, cuanto desde Felipe V, el primer Borbón, en la forma de una monarquía centralista absoluta. 

Con la Restauración decimonónica se ensayó una monarquía constitucional, aunque igualmente centralista, en la que se seguía decidiendo todo en Madrid, la cual condujo a los desastres del 98 y al enconamiento de las tendencias separatistas vasca y catalana. El actual modelo Autonómico, que algunos llaman displicentemente del “café para todos”, ignorando las discusiones y puntos de vista filosófico-políticos que están detrás, es un modelo que fue instaurado tras el largo paréntesis del centralismo bonapartista de Franco, por la propia monarquía en su segundo intento de adaptarse al régimen democrático-liberal. Pues el Rey apoyó a Torcuato y a Suárez, quien impulso la generalización del autonomismo, recomendada por Ortega. Los socialistas que asumieron y desarrollaron el autonomismo en los posteriores gobiernos de Felipe González, actuaron tendiendo a transformándolo en un federalismo. Y esto es lo grave del asunto.

La Constitución actual debería retomar, por ello, las Ideas de Ortega, del autonomismo frente al viejo centralismo y el federalismo o con-federalismo instaurado de hecho. Es, además, una Constitución con una fuerte base filosófica raciovitalista orteguiana. Podrán seguir desarrollándose aspectos particulares en función de lo experimentado hasta la fecha o introduciendo cambios sin tocar las paredes maestras que establece su filosofía. Pero lo que si sería muy peligroso y decepcionante es tratar de cambiar el modelo Autonómico por una copia o imitación del modelo federal alemán. Pues España es un país con una personalidad histórica y cultural tan fuerte que no le valen las imitaciones, como ya se comprobó con Felipe V y con la Restauración decimonónica.

Debía inventar su camino de modernización. En dicha línea se ha instaurado la Democracia Autonómica liberal actual. Pero es preciso recordar que como innovación histórica no la inventó el pueblo, ni fue producto del azar. Sólo alguien con conocimientos filosóficos, históricos, políticos, etc., como Ortega y Gasset, pudo pensar una nueva forma de Constitución que adecuándose, como el guante a la mano, a las peculiaridades hispanas, rivalizase con los modelos de Constitución política de Francia, Inglaterra o Alemania. Por eso Inglaterra, que ha demostrado en circunstancias difíciles ser un pueblo de una gran inteligencia política, está copiándonos el modelo, aunque no lo diga, con su descentralización de Gales, Escocia e Irlanda del Norte. Ojalá esta vez no triunfe de nuevo el odio a la inteligencia, para regocijo de nuestros colegas y a la vez rivales europeos, y se respete el acierto de nuestro gran legislador filosófico.