Opinión

Dolor catalán es dolor español

Carles Puigdemont deposita su voto por la independencia bajo la mirada de Carme Forcadell

Carles Puigdemont deposita su voto por la independencia bajo la mirada de Carme Forcadell Efe

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España se levanta con dolor. Se trata de un dolor singular, extraño, como cuando oímos que las personas mayores, normalmente representadas por nuestras abuelas, dicen que cojamos el paraguas porque le duele la rodilla y va a llover, o que le duele la cabeza y va a cambiar el viento a levante. Y aunque todo esto parezca mentira, la experiencia me ha enseñado a tener que asimilar las insinuaciones de mis mayores convertidas en pronósticos climatológicos.

Hoy la sensación es comparable. Todos nos levantamos con dolor en el corazón. Nos duele Cataluña. Nos duele España.

Hemos presenciado el declive de una Democracia que entendíamos enferma, con patologías propias de cambios generacionales, con necesidad de ser curada con medicamentos revestidos en exigencias propias de una sociedad que ha evolucionado y se presenta como especialistas para sanarla. No ha sido así.

Cataluña ha sentenciado su final. Ha escrito una lápida en la que ha rubricado la falta del diálogo basada en la hipocresía y el cinismo de un grupo que ha puesto sus aspiraciones por encima del bien común e interés general de sus conciudadanos. El Govern ha engendrado en su figura la sombra de un pasado convertida en dictadura nacida para ser eliminada, pero en cuyo camino dejará el dolor, sufrimiento y la tolerancia de una sociedad civil convertida en inocentes del un conflicto acaecido en el seno de sus propias calles.

A las 17:00 horas, en el Parlament, se culminará la Declaración Unilateral de Independencia a sabiendas de un Estado español que aprobará las medidas del 155 y de inhabilitación el sábado. Menuda farsa.

Queremos diálogo, pero no lo quieren. Queremos que el pueblo sea oído, pero no convoco elecciones. Queremos independencia, pero no será reconocida. Parece que lo único que pretende es la sumisión de España y el hundimiento de la población catalana.

Esta fractura de la sociedad, que ha sido descubierta por una sublevación popular (programada y estudiada), no es más que la más grave de las enfermedades de un país que no acepta un pasado, que no convive en un presente, y que no alcanzará un futuro, al menos unido si continúa de este modo.

La verdad ha sido envuelta en un velo de incertidumbre. Mi confianza está puesta en el lado de nuestro Estado de Derecho que debe ser el antibiótico que permita calmar la situación para abrir paso a la palabra, y de ahí, a continuar cuidando a esa enferma Democracia que ya abre los ojos y quiere levantarse. Reformas, Leyes, entre otros procedimientos, eso serán la cura de nuestra sociedad para que el futuro acompañe nuestra evolución.