Opinión

Demasiada cobardía y demasiado tarde

REUTERS/Gonzalo Fuentes

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(Escribo este artículo pocas horas antes de que expire el ridículo segundo plazo que pondrá en marcha el 155, mientras Rajoy y su socio accidental rezan e imploran para que Puigdemont les permita rendirse, con la sola condición de que no se note).

Las sociedades infantilizadas, instaladas en el buenismo, en la certeza de que la libertad, la paz y las posibilidades vienen dadas de serie, quizás no las merezcan. Por eso dudo que sean demasiados los españoles que en este momento compartan esta mezcla de tristeza y de rabia ante lo inevitable, ante la culminación del Proceso Independentista contra España.

Sí, proceso. Me niego a denominarlo Golpe de Estado, porque éste no solo implica una ruptura a gran escala de las bases legales, de los principios y de los valores que configuran una Nación, un País y una Patria. Porque aunque esa ruptura se da en Cataluña con respecto a España, un Golpe de Estado también implica un acto muy acotado en el tiempo, y eso no ocurre en Cataluña, donde la ruptura de los valores y de los principios legales que regulan la convivencia en España se viene produciendo de forma continuada durante los últimos 40 años. El drama actual es consecuencia de un proyecto de diseño de una ideología única, de actos premeditados y de ilegalidades reiteradas por parte de todos los Gobiernos de la Generalitat. Proyecto, actos e ilegalidades permitidas, cuando no pactadas y auspiciadas, por todos los gobiernos de España desde 1978, por todos y cada uno de los expresidentes que ahora se escandalizan por lo que Rajoy no hace, aunque ellos tampoco lo hicieron.

¿O no es un Golpe de Estado la discriminación que durante años permite que un partido nacionalista necesite menos votos para obtener un escaño que los que necesita un partido de ámbito estatal?

¿Quizás no fueron Golpes de Estado las leyes que crearon el concepto de lengua propia y las sentencias que potenciaron la prevalencia de las mismas sobre el castellano, cuyo conocimiento obligatorio establece la Constitución?

¿No fueron golpes de estado las sentencias que avalaron la inmersión en la lengua propia, marginando al castellano en las aulas, en los patios o en los comedores escolares?

¿No fueron golpes de Estado los incumplimientos, sin consecuencias para los infractores, de las sentencias que obligaban a la tercera hora de castellano en las aulas?

¿No es un golpe de estado la paulatina disminución de Fuerzas de Seguridad del Estado a favor de la mayor presencia de Fuerzas de Seguridad Autonómicas en sus respectivos territorios para no molestar...?

¿No fue un golpe de Estado que un presidente de España definiera a su país, a nuestro país, como un “concepto discutido y discutible”, el mismo que estuvo dispuesto a “aceptar el Estatuto que viniese de Cataluña”, incluso contra España, antes de saber siquiera si el mismo era inconstitucional, como acabó ocurriendo?

¿O no ha sido un golpe de Estado este sistema educativo que genera desafección hacia España, que renuncia a enseñar y a transmitir los valores, la Historia y las historias, los hechos y las cosas que nos unen, pero que a cambio enseña el nombre del riachuelo más cercano a cada pueblo, que convierte las andanzas de cualquier pelagatos local en gestas heroicas y que transforma, por obra y gracia de un libro de texto, una guerra de sucesión en una heroica guerra de secesión?

España perderá este envite porque carece de convicción, de sentimiento de patria y de líderes capaces de convencer a nadie. España perderá porque los complejos le atenazan y le inmoviliza la cobardía. España perderá porque quienes deberían de defenderla se odian con ese odio ancestral de la España de pueblo, de la España de siempre.

Enfrente tiene a una minoría independentista que ha hecho sus deberes. Sólo a una minoría independentista, cínica, manipuladora y victimista, que maneja la mentira como un trilero maneja la bolita de papel bajo la cáscara de nuez. Una minoría que adoctrina desde hace años, que conoce y maneja los principios de la propaganda de Goebbels, que tiene claro su objetivo, y que no tiene enfrente a nadie.

Hace unas semanas leí las declaraciones de un catalán que decía: “España ha perdido a Cataluña, lo único que falta es el certificado. Queda la fuerza, quedan los tribunales y las prohibiciones, los registros y las sanciones, queda todo lo que aprieta y junta pero no une. Una gran parte de Cataluña ya no se siente española, ha desconectado emocional y simbólicamente de España”.

Yo voy más allá. Queda la fuerza pero no se empleará, quedan los tribunales pero no actuarán, quedan las prohibiciones pero no se cumplirán...

¿Solución? España necesitaría 40 años para deshacer los 40 educando en el odio. Para eso, harían falta unos políticos y una sociedad que no se atisba en el horizonte. Para Cataluña sólo cabe la independencia que permitirá la mayoría que calla.

Es decir, demasiada cobardía y demasiado tarde.