Atacar París es atacar lo que uno es y a lo que uno se debe, que no es otra cosa que ser libre y escribir como tal. Atacar París es ir y quemar con sangre un momento histórico en el que el bicho viviente que les escribe tuvo conciencia, por fin, de ciudadano. Y el viernes nos golpearon donde más duele: "do más pecado hubiere", que diría el poeta. París, de nuevo, como mártir altiva de nuestros valores.

Fue el viernes, y yo andaba tomando un albariño en el Compostela; compartía botella con mi primo Juanito y con un batasuno que se llevaba las manos a los ojos cuando le dije que estaban atentando contra Occidente entero. Iba subiendo el contador de muertos, y en Madrid hacía un calor inopinado, y todo el mundo solemnizaba las muertes con la retranca de quien ha amanecido con una ambulancia, con un teniente muerto por la nuca. Con cosas peores.

Tuve en la noche de viernes la sensación de que me llamaban a filas, de que había que sacar una bayoneta y defender esa cosa vaga e íntegra que es la civilización, y a Occidente, y a mi madre, y hasta a un senador senil. Me vi, lo confieso, como alférez de una unidad que velaba por la Libertad allá, por los desmontes de los Vosgos. Pero es que ellos fueron contra nosotros. De repente me brotaron las lágrimas y vi más enana la pequeñez catalana y el ridículo de Rajoy, y vi más fea a Arrimadas, y me la trajeron al pairo las estadísticas: hasta el Madrid de Carmena me pareció menos guarro.

Dios mío, mataron de nuevo en París, de donde por oídas nos hemos hecho demócratas en este bendito país del café para todos. Vi la tele en el bar y sentí que un vago rumor de conciencia me llevaba los frentes de la Alsacia a luchar, de nuevo, por la poltrona de un cunero. Y merecía la pena.

Quieren borrarnos la condición de ciudadanos. Quieren el medievo unos barbados tuiteros. Ésos que desean atemorizar todo lo que somos por aburrimiento, por sed de sangre, por épater le bourgeois. Los que tuvieron hasta una rociera comprometida con el Profeta. No lo sé. Habrá intereses oscuros a los que el inocente ciudadano pone la carne viva y el lirio de sangre.

La muerte viene de nuevo a golpear la Libertad. Pero somos más y creemos aún en el Hombre.

A ser libre se aprende muriendo. Y tampoco es eso.