Hostal de Ipiés es uno de esos pequeños pueblos del Pirineo oscense que pasa desapercibido. Apenas roza la treintena de habitantes, pero guarda un secreto irresistible.
Una chocolatería en mitad de la carretera que sube al Pirineo se ha convertido en parada obligatoria para quienes viajan dirección a Jaca. Justo después de la famosa panadería de La Nave, se encuentra Chocolates de la Abuela, un pequeño templo del chocolate que sorprende a cualquiera que cruza su puerta.
La empresa familiar, fundada por los Suárez Delgado, aterrizó desde Argentina en 2004 con una misión clara: convertir este recóndito rincón de Huesca en un paraíso para los amantes del cacao. Y lo lograron.
"Llevamos ya 25 años viviendo en España", recuerda Camila, hija del matrimonio fundador y hoy al frente del negocio. "Mis padres hacían esto en Argentina, de donde venimos, una ciudad de montaña donde el chocolate es algo muy típico".
La familia procede de San Carlos de Bariloche, cuna chocolatera de la Patagonia. Allí elaboraban licores, mermeladas y chocolate artesanal. Al llegar a España decidieron seguir haciendo lo que mejor sabían. "Yo me sumé al proyecto y soy como el primer relevo generacional", cuenta Camila.
Variedad de sabores en la tienda de Chocolates de la Abuela.
En la pequeña tienda a pie de carretera todo lo que se vende es de "elaboración artesanal, casera, a baja escala", y por el escaparate y el olor, es imposible salir sin nada entre las manos.
Chocolates de la Abuela ocupa la antigua casa del médico de Hostal de Ipiés, un edificio construido por los propios vecinos para asegurar la presencia de un facultativo permanente. Pero al jubilarse el último médico, nadie quiso ocupar la plaza y la vivienda quedó abandonada.
"El ayuntamiento de Sabiñánigo abrió una licitación para recuperar la casa y asentar población. Presentamos nuestro proyecto… y fuimos los únicos", explica Camila.
Los argentinos buscaban una casa en la montaña, pero "no encontraron nada que se ajustara a su presupuesto", la licitación del ayuntamiento les abrió el cielo.
La familia rehabilitó la vivienda: la planta baja se convirtió en tienda y obrador; la superior, en su hogar. "El 9 de julio de 2004 abrimos. Ya llevamos 21 años aquí", dice con orgullo.
Buscaron durante meses un pueblo pequeño y de montaña, pero la opción económica no aparecía. Hasta que descubrieron Hostal de Ipiés. "En zonas como el Valle de Echo o Borau miramos varias casas, pero lo que encontrábamos no estaba a nuestro alcance. Esta casa, en cambio, era perfecta para empezar", reconoce.
La chocolatería, aunque pequeña y en mitad de la carretera, se ha hecho famosa por su variedad. Más de 60 sabores de chocolate llenan sus vitrinas: desde los clásicos con frutos secos hasta combinaciones atrevidas con rellenos de mermeladas artesanas elaboradas por ellos mismos. Frutas de temporada como fresa o mora conviven con propuestas poco habituales, como la mermelada de escaramujo.
Una taza de chocolate de Chocolates de la Abuela.
Uno de sus productos más demandados es el chocolate a la taza. "A la gente le encanta, y hace un tiempo decidimos envasar nuestro propio preparado para que puedan llevárselo a casa", explica Camila. También triunfan los surtidos de chocolates y las mermeladas de 19 sabores distintos, y sus característicos licores dulces.
“Lo que más sorprende es la variedad: la gente entra y se queda mirando, como sin saber por dónde empezar”, dice entre risas.
Hoy Chocolates de la Abuela es una razón para para hacer una breve parada a mitad de viaje, no hay ni que desviarse, y delante cuenta con un pequeño espacio en el que caben unos 6 u 8 coches. A fuerza de cacao, creatividad y trabajo, estos argentinos han fijado población en un pueblo diminuto y han puesto a Hostal de Ipiés en el mapa de los amantes del chocolate.
