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En 1984 el Hércules ascendía a Primera División con su entrenador Carlos Jurado y de su abuelo tomó el nombre Don Carlos, el bar que al año siguiente abría pegado a La Rambla de la ciudad de Alicante. El viaje de hacer menús de mediodía a ser un recomendado por la Guía Michelin lo cuenta su sobrino Jorge, que celebra las cuatro décadas de historia del ahora restaurante. 

Sentado junto a las fotos de su padre, familiares y otros trabajadores, Jorge Jurado toma un mate mientras repasa todo lo vivido en este local que nacía unos años antes de que lo tomara su padre a mediados de los 80 y bajo otro nombre, Akra Leuka.

Aquel niño de cinco años que jugueteaba por el mostrador y la cocina recuerda a "la señora Mari, una cocinera que en paz descanse, que fue mi primera maestra". Y le dedica tan emotivas palabras porque "fue una de las trabajadoras más grandes que he visto yo en mi vida, en toda mi carrera profesional y quien me enseñó la base".

Con una carrera internacional en la que ha estado con nombres como Gordon Ramsay o Alain Ducasse, Jorge valora la entrega de aquella cocinera que pasó veinte años en esta cafetería familiar que abría a las 7:30 de la mañana para empezar a atender a los clientes que buscaban "una carta de cocina casera familiar". 

Jorge fue creciendo y siguió aprendiendo mientras fregaba los platos y descubría con Mari desde cómo hacer un flan en sus inicios hasta las elaboraciones necesarias en el día a día. Así hasta que llegó el momento de volar, literalmente, por medio mundo.

"Estuve trabajando durante más de una década en el extranjero en cinco países", cuenta. Un recorrido que decidió terminar para "tomar el relevo, porque ya mi padre se iba a jubilar y mis hermanos no querían continuar, era volvía yo o se vendía, blanco o negro. Y yo siempre quise volver, siempre".

Orgulloso de sus raíces uruguayas, Jorge quiso que la nueva etapa que abriera lo tuviera en cuenta. "Tenía que buscar un nombre que respetase a mi abuelo Carlos y para que la gente supiese que yo venía con un cambio, que no iba a seguir haciendo lo mismo", explica.

Así nació Celeste y Don Carlos "porque pasábamos de un bar a un restaurante: de una cocina familiar de olla, tortillas de patata, un entrecote, una croqueta, una ensaladilla rusa, algo sencillo y popular".

El salto a la alta cocina venía a presentar lo aprendido en cocinas como las del Ritz en París, en Shangái, Dublín o Noruega. "Muchos decían que estaba loco, que eso no iba a salir", recuerda cuando les presentaba el proyecto mientras aún ofrecía menús a 9,5 euros.

Y eso que cuando arrancó fue en parte conservador al dividir el amplio local en dos partes, que como la bicefalia que auguraba el nombre, reflejaba su funcionamiento: la cafetería en la entrada y la alta cocina para la sala. "Era demasiado radical", le decían, en cambio, los que le escuchaban.

Pronto encontró el apoyo de la prestigiosa Guía Michelin, en la que lleva presente ya nueve ediciones, y el público con gran presencia de extranjeros le ha ido acompañando en ese camino. "No es fácil para gente que empezó con pocos recursos", afirma al echar la vista atrás.