El verano todavía no ha llegado, pero las ganas de tomar el sol y atreverse a darse un chapuzón en el todavía fresco agua del Mediterráneo, sí.
En Alicante, son muchos los rincones en los que poder disfrutar de estos placeres que nos regala la vida, desde amplias playas de arena hasta calas pequeñas repletas de piedras y árboles.
Y es que Alicante no solo es una de las provincias más soleadas de España, sino también uno de los destinos costeros más codiciados del Mediterráneo. Con más de 200 kilómetros de litoral, esta joya levantina ofrece mucho más que playas de postal: es un mosaico de calas recónditas, acantilados salvajes y aguas cristalinas que compiten en belleza con cualquier rincón del Adriático.
Desde la cosmopolita Playa del Postiguet, bajo la silueta imponente del Castillo de Santa Bárbara, hasta las dunas naturales de Guardamar del Segura, la Costa Blanca despliega una variedad de paisajes marinos capaz de seducir tanto al viajero urbano como al amante de la naturaleza virgen. Pero es en las calas donde Alicante revela su rostro más íntimo.
Entre todas ellas, hay una que apenas aparece en las guías, una cala que se susurra entre locales como si fuera una contraseña: la Cala del Francés, en Jávea.
Un rincón escondido
Ubicada al norte del municipio, entre abruptos acantilados y vegetación mediterránea, la Cala del Francés permanece casi invisible para el ojo inexperto. No hay carteles, no hay caminos oficiales, y el acceso exige una pequeña aventura: primero tendrás que cruzar una finca privada, algo que debe hacerse con máximo respeto y discreción, y después descender por una ladera rocosa que no está exenta de riesgos.
El nombre, cuentan los vecinos, viene de un antiguo residente francés que se instaló en una casa cercana y cuidaba de esta cala como si fuera un jardín secreto. Desde entonces, los locales la conocen como "la cala del francés", aunque su verdadero valor no está en su historia, sino en su silencio. Aquí no llegan los vendedores ambulantes ni las aglomeraciones estivales. Solo el sonido de las olas rompiéndose en la orilla.
Es un sitio para quienes buscan desconectar del mundo, nadar en aguas transparentes sin más compañía que algún pez curioso, y sentir que, por un rato, poseen una pequeña porción de paraíso solo para ellos.
¿Debe mantenerse en secreto?
Esa es la pregunta que muchos se hacen. ¿Compartir o proteger? Cada verano, más viajeros descubren este rincón gracias al boca a boca y a las redes sociales. Pero hay una conciencia colectiva especialmente entre los vecinos de Jávea, de que su encanto depende precisamente de su invisibilidad.
Por eso, si decides buscarla, hazlo con cuidado. No dejes rastro. Y sobre todo, entiende que no es solo un lugar bonito: es un tesoro frágil que sobrevive gracias a quienes lo respetan.