Alicante
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En Dolores, un pequeño municipio de la Vega Baja del Segura, hay una calle cuyo nombre desconcierta a quien no conozca su historia: "Calle 60076".

Para los vecinos más mayores, ese número no es una sucesión aleatoria de cifras, sino un símbolo de una jornada inolvidable: el día en que la Lotería de Navidad de 1980 repartió el "Gordo tardón y alicantino".

Así lo recogía el diario El País en 1980:

A las doce menos cuarto del 22 de diciembre de aquel año, las voces infantiles de San Ildefonso cantaron el número 60076.

En ese instante, el premio mayor del sorteo —250 millones de pesetas por serie— caía íntegro sobre tierras alicantinas. La administración número 1 de Almoradí lo había vendido casi todo, aunque paradójicamente ninguna serie completa se quedó en el pueblo.

Las papeletas se desperdigaron por la comarca: Dolores, Elche, Benejúzar o Crevillente se llenaron de agraciados, de brindis y de titulares.

En Dolores, el Club Deportivo local había comprado trece series y las repartió entre socios y amigos. En cuestión de minutos, vecinos humildes se convirtieron en millonarios, en pesetas claro, y los bares cerraron no por falta de trabajo, sino por exceso de felicidad.

Hasta el presidente del club, Joaquín García Marco, recordaba entre risas cómo había vendido los últimos décimos horas antes, sin imaginar que cada uno escondería un trocito de fortuna.

La prensa nacional habló del "milagro de la Vega Baja", con personajes entrañables como Julio Pérez, "el Peña", un repartidor de agua en camión que se llevó 200 millones de pesetas y que, pese a la lluvia de billetes, decidió seguir repartiendo agua como si nada hubiera pasado.

"Después de saberlo todavía he echado tres o cuatro viajes", contó entonces con una calma que solo dan los años de trabajo al sol.

En Benejúzar, incluso la agrupación local del Partido Comunista repartió suerte y risas: habían vendido participaciones del 60076, beneficiando tanto a sus militantes como a algún vecino de UCD, en una escena que hoy parecería casi de guion cinematográfico.

Desde entonces, el número 60076 quedó grabado en la memoria colectiva de la comarca. Rojales decidió rendirle homenaje bautizando con él una calle. Para muchos, fue una forma de atar la suerte al suelo, de recordar que, al menos una vez, la fortuna miró hacia Alicante y decidió quedarse allí un rato.

Y así, más de cuarenta años después, quienes pasan por la Calle 60076 no solo pisan adoquines numerados, sino que pisan una historia de euforia compartida, vecindad y esperanza.

Un trocito de aquella España que, cada diciembre, vuelve a soñar con que los niños de San Ildefonso repitan la magia del "Gordo tardón y alicantino".