Alicante
Publicada

En el extremo sureste de La Alcúdia, donde se levantaba la antigua Ilici, el equipo de Alberto Lorrio, catedrático de prehistoria en la Universidad de Alicante y arqueólogo, acaba de sacar a la luz una puerta del siglo V a. C., perteneciente a la misma cronología que se atribuye a la Dama de Elche.

Esa puerta se abre en una muralla muy singular, construida con "cajones" de piedra y tierra, una arquitectura casi íntegra de adobe, pensada incluso para responder a problemas sísmicos, que delata la ambición urbana de la ciudad ibérica.

La nueva entrada no es solo un acceso: es la confirmación de que, en la época en que esculpieron a la Dama, Ilici era ya un gran centro urbano, con calles, viviendas y unas fortificaciones muy por encima de lo común.​

La Dama, bajo un bancal

Cuando la Dama de Elche apareció, no lo hizo en una sala de culto ni en un pedestal monumental, sino al pie de la loma, entre bancales modernos, volteada por un golpe de pico que hizo saltar lo que parecía una simple piedra.

El contexto arqueológico se perdió en aquel movimiento apresurado, pero todo indica que, de haberse documentado con rigor, habría sido un contexto de amortización, es decir, un hoyo donde se deposita algo que se retira de la vista, pero no del todo del mundo.

Lo que sí queda claro es que "no estaba donde le habría correspondido a una escultura de esa categoría si la hubiesen dejado seguir su vida pública normal", asegura Lorrio.

Esculturas rotas

Para entender por qué la Dama es distinta hay que mirar a su alrededor. En la Alcudia, prácticamente todas las esculturas monumentales están fragmentadas.

El “torso de guerrero” es solo eso, un tronco sin cabeza, sin brazos ni piernas; otra pieza es solo una pierna con espinillera, otra una cabeza de grifo, otra el cuerpo de un león sin cabeza ni patas, como si alguien hubiera ido a la caza sistemática de rostros, armas y símbolos.

Muchas de estas piezas aparecen reutilizadas como simple material de construcción, incrustadas en calles o cimentaciones, prueba de un gesto deliberado de destrucción semejante a los episodios contemporáneos en los que se derriban estatuas por lo que representan más que por lo que son.​

El gesto de ocultarla

En medio de ese paisaje de ruina selectiva, la Dama de Elche es una anomalía luminosa, está entera, no le falta un rodete, no tiene la nariz rota y conserva incluso restos de policromía, algo imposible si hubiera permanecido mucho tiempo a la intemperie.

Para Lorrio, el contraste es demasiado clamoroso como para atribuirlo al azar: en un contexto donde todo está fragmentado, lo lógico es pensar que la Dama se ocultó adrede, bajada de su lugar de exposición y enterrada con cuidado para sustraerla a la ola de destrucción que se abatía sobre las imágenes del pasado.

No se trata de que se refugiara en un templo prestigioso, sino de algo más íntimo y urgente. Un escondite, un hoyo pactado entre quienes decidieron que aquella figura no debía correr la misma suerte que los guerreros decapitados.​

Una protección que funcionó

El gesto funcionó mejor de lo que podían imaginar sus autores, la Dama permaneció siglos bajo tierra, a unos metros de la muralla y de la puerta que hoy empieza a dibujar el urbanismo de la Ilici del siglo V, esperando a que alguien la devolviera a la luz.

Mientras la ciudad cambiaba de manos, de dinastías y de religiones, mientras las inundaciones cubrían casas y obligaban a levantar nuevos suelos dos metros y medio por encima de las viviendas ibéricas, la escultura seguía allí, intacta en un paisaje de ruinas.

En una Alcudia donde los monumentos se rompen para borrar memorias, la Dama de Elche cuenta otra historia, la de una comunidad que, en un momento de crisis, elige proteger una imagen y, sin saberlo, garantizar que su rostro llegue intacto hasta el presente.​