alicante

Son las encargadas de fabricar los zapatos que llevamos puestos y, sin embargo, desconocemos su existencia. No en la provincia de Alicante, donde es popular este colectivo feminizado del que depende la industria del calzado, pero sí en el resto de España.  

Esto le pasó a Beatriz Lara Pascual, periodista que cuando llegó a Madrid procedente de Elche, se dio cuenta de que en la capital nadie había oído hablar de las aparadoras. Las que cobran una miseria por coser las piezas del zapato sin contrato ni seguridad social, y por tanto sin derecho a paro ni a jubilación, sin olvidar la ristra de enfermedades físicas y psicológicas que han venido padeciendo sin ser reconocidas como profesionales.  

Así que Beatriz decidió emprender en 2018, junto con la también periodista Gloria Molero Galvañ, la búsqueda de los testimonios más representativos del sector, algunos de ellos anónimos ante el temor de sufrir represalias, y que han aglutinado en el libro ‘Aparadoras. Las mujeres que fabrican tus zapatos’ que edita Libros.com.  

Son 21 mujeres de todas las edades que narran, en primera persona, cómo entraron en el mundo del aparado, qué secuelas físicas y psicológicas les ha dejado trabajar desde casa con sus inseparables máquinas de coser. A veces más de 14 horas al día, o clandestinamente en fábricas, y qué futuro le vaticinan a un oficio que algunas califican de “artesano”, otras de “creativo”.  

Fábricas

En unas de esas fábricas que ya no existen, recuerda Vicky, de 41 años, el empresario mandó instalar un sistema en el techo con unos indicadores para que sirviera de aviso a los trabajadores y trabajadoras –que no estaban dados de alta- con el fin de que salieran por la puerta de atrás. Sin ser vistos por el inspector laboral que acababa de entrar por la puerta principal: “Debíamos marcharnos rápidamente por detrás sin ser vistas, como ratas". 

En otra fábrica Paqui, de 52 años, cuenta que se quemó las manos tratando de apagar el fuego que se originó entre los botes de disolvente por el descuido de un compañero. "Me desmayé y me dejaron en la puerta del hospital, tirada allí". Era su tercer día de prueba y no estaba dada de alta. Estuvo dos años sin poder trabajar.  

En este entorno, el de las fábricas, varios testimonios aseguran que sufrieron episodios de acoso sexual por parte de los empresarios, como explicita por ejemplo Vicky o, como en el caso de Aurora, de acoso laboral. Hace una década, cuando las aparadoras mantenían en la invisibilidad los abusos del sector, Aurora dio el primer paso y se convirtió en la cara visible y reivindicativa de las mujeres del aparado.  

Abusos

A la denuncia judicial de esta última por abuso, hubo que sumar previamente otra por haber sido despedida tras solicitar ser dada de alta después de 13 años en la empresa. Al final logró que le pagaran el despido, le reconocieran los años trabajados para su jubilación y la fábrica tuvo que dar de alta a todas sus compañeras. Pero ella quedó marcada en las temidas listas negras y no ha vuelto a encontrar trabajo en el sector.  

Antes de caer en una larga depresión, Aurora trabajó como tantas otras aparadoras en casa con su máquina de coser. Desde el hogar, la conciliación se antojaba complicada. "Mi hija me ha echado en cara que no tuviera tiempo para ella ni para llevarla a ningún cumpleaños y yo le respondía que tenía que trabajar y trabajar", recuerda Marisol, de 61 años. "Solo te recuerdan en las máquinas, en esa misma postura", apostilla.  

Futuro  

Una de las preguntas que sobrevuela en el libro es si tiene futuro un oficio tan castigado como el de las aparadoras. La propia autora del libro, Beatriz, reconoce en conversaciones con este medio que ella se negó a continuar los pasos que había empezado su abuela y seguido su madre. También augura que el aparado domiciliado “no es sostenible y terminará por desaparecer”. 

A este respecto, en los últimos años han surgido varias asociaciones de aparadoras en Elche, Elda, Petrer y Orihuela que han ayudado a acabar con esa invisibilidad. Aunque con fuertes diferencias entre ellas, les une la pasión por lo que hacen y la preocupación por el devenir del sector, del que se ha ido saliendo buena parte de las cosedoras de zapatos y que la crisis de la pandemia no ha hecho más que empeorar.  

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