Alicante

La afición del Hércules saldrá este domingo a las calles de Alicante, a partir de las 11 horas desde la Plaza de los Luceros y hasta el Ayuntamiento, para manifestarse contra la gestión de los actuales dirigentes del club y pedir su salida de la entidad.

Bajo el lema ‘Ahora o Nunca’, la hinchada blanquiazul entiende que ha llegado el momento de poner punto y final a una caída imparable a nivel deportivo, social e institucional que se inició hace más de dos décadas.

A excepción de momentos brillantes puntuales, como dos ascensos, uno de ellos bajo sospecha, la trayectoria deportiva del Hércules es infame. El empresario Enrique Ortiz, empujado por el entonces alcalde, Luis Díaz Alperi, tomó las riendas del club en diciembre de 1999.

Ortiz y la alcaldesa Sonia Castedo, celebrando el ascenso en 2010.

Por entonces, el Hércules estaba en ruina económica, víctima de la pésima gestión de sus primeros propietarios, testaferros del empresario catalán Antonio Asensio, ya como SAD.

En lo deportivo, el Hércules estaba en Segunda B, pero era líder de su grupo. Dos décadas después, el equipo no solo no se ha movido hacia adelante, sino que ha retrocedido una casilla. La próxima temporada militará en la Segunda División RFEF, la cuarta categoría del fútbol español. Nunca antes, en 99 años de historia, hubo tanta distancia entre la élite y el Hércules.

La ilusión inicial por la llegada del constructor alicantino, un cruce entre el rey Midas y Jesús Gil, al timón del Hércules pronto mutó en decepción por parte de la afición, que presenció cómo apenas seis meses después de su llegada planteó un órdago a los jugadores que a punto estuvo de mandar al club a Tercera. Obligó a los futbolistas, bajo la amenaza de desaparición, a retirar las denuncias presentadas en AFE y a negociar de forma independiente las cantidades adeudadas.

Ortiz en el banquillo de acusados de Gürtel. EFE

Durante unas horas, el Hércules estuvo con pie y medio en la fosa, pero un aplazamiento de madrugada evitó la debacle ante la angustia de un centenar de aficionados que velaron a su club en la puerta del estadio.

El fútbol

Bajo el control de Ortiz, al que no le gustaba el fútbol, el Hércules ha estado en tres categorías y dentro de unos meses probará una cuarta. Desde su llegada, el equipo suma doce temporadas en Segunda B, con récord de permanencia consecutiva, ocho en Segunda y una solo en Primera División.

Varios datos dejan en evidencia el proyecto deportivo del club desde su llegada. En 1999, el Hércules era, por ranking, el segundo mejor equipo de la Comunidad Valenciana, solo superado por el Valencia, en el histórico del fútbol español. En 2021, el club herculano es el quinto en su territorio, superado por Villarreal, Levante y Elche. No es que no haya crecido, es que ha ido a menos y entidades menores o iguales le han adelantado por la derecha y la izquierda.  

Denthre, el fichaje más mediático que ha hecho Ortiz en 20 años.

La gestión económica y deportiva ha dado bandazos según el criterio o motivación del máximo accionista, que tan pronto presentaba un concurso para construir un nuevo estadio o fichaba a futbolistas 'galácticos', como Drenthe, Valdez o Trezeguet, que dejaba varios meses sin cobrar a jugadores, empleados y técnicos del fútbol base.

Solo a mediados de la pasada década, y tras oler la Primera, el empresario pareció volcarse en el proyecto. Pero tras lograr el ascenso, el proyecto, basado solo en el hoy y ahora, desapareció de nuevo. Ejemplo de ello es el campo de entrenamiento de Fontcalent, actualmente abandonado.

Campo de entrenamiento de Fontcalent, hoy un erial.

Líos institucionales y económicos

El fútbol es un juego y, al final, tiene un componente de azar que marca la deriva de un equipo. El Hércules puede que no haya tenido excesiva suerte en este sentido, pero su menor problema está en el campo. Más allá de dos ascensos, y de aquella manera, no hay nada. Ni Ciudad Deportiva, ni fútbol base en condiciones, ni un estadio preparado para el futuro… Solo dudas e improvisación.

El club, bajo la influencia directa de Ortiz o a través de dirigentes de su confianza, ha sufrido tres procesos concursales y expedientes de regulación de empleo en la plantilla. También estuvo colgando del alambre ante una posible multa millonaria por parte de la Comisión Europea por presuntas ayudas del Estado que, de haber prosperado, hubiera provocado casi con seguridad la disolución de una entidad, que eso sí, todavía mantiene una deuda millonaria con la Agencia Tributaria.

Manifestación en Alicante contra los gestores del Hércules CF Miquel Hernandis Alicante

La imagen institucional tampoco ha sido la mejor, salvo etapas puntuales. La entidad ha contado con siete presidentes, el propio Ortiz incluido, y lleva ya un año sin contar con la máxima figura representativa. Tras la dimisión de Quique Hernández, que junto a Carlos Parodi se han ido alternando la presidencia, el club ha quedado descabezado en lo que se refiere a su máxima figura institucional.

De su mano, el estadio Rico Pérez regresó a la titularidad del Hércules, aunque a través de una empresa de la que también era máximo accionista Ortiz y que tras entrar en disolución dejó el recinto como garantía de pago de un préstamo de la Generalitat, por lo que la propiedad permanece ahora en un limbo legal.

El modelo del Hércules se ha sustentado básicamente en el poder económico de Ortiz, quien durante varias etapas ha contado con socios en la dirección del club, como Francisco Roig, Valentín Botella, Juan José Huerga o Juan Carlos Ramírez, su actual compañero de viaje.

Nadie puede negar que el empresario se ha gastado parte de su patrimonio en el club, pero lo ha hecho a ciegas y sin sentido. No ha sabido rodearse de los compañeros adecuados ni ha querido profesionalizar la entidad con dirigentes que entendieran el Hércules como una empresa. Manejó la entidad como un hobby familiar más. Y de ahí las consecuencias.

Cartel de la manifestación.

Además de lo mucho perdido en el campo y en los despachos, el Hércules de Ortiz también se ha dejado por el camino prestigio, credibilidad, músculo social y, lo que parecía increíble, el cariño de parte de la ciudad, que eligió volver la cara para no ver sufrir más a uno de los símbolos de Alicante. Aunque aún quedan muchos dispuestos a salir a la calle para decir “basta”.