En las últimas semanas, los titulares de la prensa española no cesan de resumir una terrible realidad: "España arde". Actualmente, en nuestro país hay cerca de 40-50 incendios activos, principalmente concentrados en Galicia, Castilla y León, Extremadura y Asturias, con una situación crítica en Ourense, Zamora, León y Cáceres.
Cada verano, con la llegada del calor extremo, la preocupación por los incendios forestales vuelve a instalarse en las conversaciones. Sin embargo, este 2025 está siendo un año precisamente negro en cuanto a incendios forestales se refiere.
En total, hoy por hoy la superficie calcinada en España se aproxima a las 382.607 hectáreas en los 228 incendios detectados. Actualmente, el consorcio de bomberos de la provincia de Alicante trabaja en la extinción de un incendio en el municipio de Callosa d'En Sarrià, tras extinguir otro en Torremanzanas.
Dos incendios que se suman a un verano negro en España, que comenzó encogiendo el corazón de los alicantinos cuando las llamas arrasaron hace unas semanas gran parte del parque natural de la Font Roja.
Pero más allá de la desolación inmediata, surge la pregunta: ¿qué hay detrás de estos incendios? y, sobre todo, ¿cómo podemos evitar que sigan arrasando nuestros montes?
Para responder, EL ESPAÑOL de Alicante conversa con Jorge Mataix Solera, catedrático de Edafología en la Universidad Miguel Hernández, quien ofrece una visión tan clara como inquietante.
“No hay dos incendios iguales, ni dos impactos iguales”, explica el experto.
El daño depende de múltiples factores: la frecuencia con que una zona ha ardido, el tipo de suelo, la vegetación, la pendiente o incluso las lluvias posteriores. Y, aunque suele pasar desapercibido, el suelo es una pieza clave.
“El suelo cambia mucho en sus propiedades físicas, químicas y microbiológicas”, señala Mataix. “Algunos son más resilientes, otros muy vulnerables”.
Esa vulnerabilidad se agrava cuando, tras un incendio, quedan desnudos y expuestos a la erosión. El problema es mayúsculo si recordamos que el suelo es el segundo mayor reservorio de carbono del planeta, después de los océanos: su degradación libera carbono a la atmósfera en lugar de mantenerlo almacenado.
La asignatura pendiente
La clave para frenar estos gigantes de fuego está en la prevención, algo que, como subraya Mataix, los expertos llevan “décadas repitiendo”. Sin embargo, el abandono del medio rural en las últimas generaciones ha traído consigo una acumulación de combustible incontrolada con una gestión forestal insuficiente.
Los bosques han recuperado espacio, pero sin una intervención ordenada. “No podemos abandonar el monte sin gestionar esa recuperación”, afirma el catedrático, desmontando la falsa dicotomía entre conservación y gestión.
No se trata de “limpiar el monte” como si fuera basura, sino de reducir la acumulación de combustible en puntos estratégicos, sobre todo en áreas cercanas a urbanizaciones, caminos o zonas de actividad humana.
El gran reto es transformar un paisaje homogéneo —lo que más favorece la propagación del fuego— en un paisaje en mosaico, diverso y discontinuo, con distintos usos del suelo y estructuras de vegetación. Esto pasa por reactivar actividades rurales que rompan la continuidad del combustible o por aprovechar la biomasa forestal como fuente energética local.
Pero el diagnóstico de Mataix es tajante: “Llegamos tarde”. Las comunidades autónomas, competentes en la materia, “debieron haber actuado hace décadas”. La insuficiente gestión forestal ha convertido nuestros montes en una “bomba nuclear”, alimentada además por el cambio climático, que multiplica el riesgo hasta conformar una auténtica “tormenta perfecta”.
Después del incendio
La gestión no termina cuando se apagan las llamas. “El bosque que tendremos en unos años no podemos pretender que siga siendo el mismo que ahora”, advierte Mataix, recordando que gran parte de los pinares ya mueren por la sequía, lo que eleva el riesgo de un incendio catastrófico aún mayor.
Tras un fuego, el suelo queda como “una herida” que necesita cuidados. Equipos multidisciplinares deben evaluar cada caso, ya que no existe una fórmula única para toda el área afectada.
En ocasiones, la propia naturaleza inicia la recuperación gracias a la aparición de una “costra biológica” de cianobacterias, algas, musgos y líquenes que protege el suelo, conserva los nutrientes y la biodiversidad que existe en el suelo. En otras, sin embargo, es imprescindible actuar.
Un ejemplo de lo que no debe hacerse está en algunas zonas de la sierra de Mariola en Alicante. Tras el incendio de 2012, la extracción de madera quemada con maquinaria pesada sobre un suelo muy frágil, unida a una lluvia torrencial, provocó un daño al suelo “mucho más grave que el propio fuego”. Aunque la vegetación se ha regenerado, “la calidad de ese suelo es hoy muy inferior”.
En este sentido, los expertos se convierten en auténticos “médicos del suelo”: diagnostican y deciden cómo favorecer la recuperación, ya sea protegiendo contra la erosión, aplicando materiales orgánicos o, en ocasiones, simplemente vigilando y dejando que la naturaleza actúe.
Convivir con el fuego
La conclusión para Mataix es inequívoca: debemos aprender a convivir con el fuego, porque forma parte del ciclo natural mediterráneo. Pero eso no significa resignarse a los incendios catastróficos que ponen en riesgo nuestro entorno y nuestras vidas.
La única vía posible es un cambio profundo de mentalidad y acción: "apostar por la prevención y la gestión activa de nuestros montes", sentencia el experto. Solo así podremos desactivar esa “bomba nuclear” que, como advierte, se nos ha ido de las manos.
