“Buenos días señor, buenos días señora” resuena por la Avenida mañanera. Haga frío o calor, sol o sombra, entre bicicletas y patinetes, allí se encuentra diariamente junto al naranjo Margarita regalando sonrisas. No le ofrecen garrapiñada recién hecha, ajena a veladores, manzanas caramelizadas, manteros, mimos callejeros en resbalón eterno o puestos de castaña, está ya unida a la memoria de mi Avenida, tanto como los escalones de las Gradas de la Catedral, los leones del Archivo de Indias o los buzones del edificio de Correos.

Desde hace muchos años es como un ancla sonora amarrada a la esquina de García de Vinuesa. No es Octavia Spencer, pero se le parece bastante. A diferencia del papel de aquella actriz en ‘The Help’ (‘Criadas y señoras’ en España o ‘Cruce de caminos’ en Hispanoamérica’, que lo de la traducción de los títulos de las películas a veces se convierte en algo engorroso) no ofrece a los paseantes pasteles ‘misteriosos’, sino simples pañuelos envueltos de maravillosas sonrisas.

Incluso cuando la pandemia nos lo permitió se podía intuir al cruzarnos con ella la misma expresión tras la mascarilla. Allí, de pie, junto a las imágenes de Vírgenes dibujadas a tiza sobre las losetas. Siempre amable, amistosa y sonriente. Se puede decir tanto de su gesto como de su mirada. Y es que una bonita sonrisa siempre se agradece y alegra el día. Además, es gratis y aumenta el archivo de buenos momentos de nuestra memoria.

Siempre recordamos los saludos bonitos. Personalizamos las sonrisas en nuestro disco duro. Los más alegres siempre los ofrecen los niños, los sinceros, los familiares cercanos y los amigos. Nunca olvidaré aquel “buenos días” entrañable que siempre regalaba don Luka por los pasillos de la UNAV. El simpático recibimiento de aquel equipo de la televisión japonesa a los que acompañé como ayudante de producción en la Expo, cuando se inauguró aquel cine cuyos asientos se movían.

También el saludo cómplice de Carmen, desde aquella sillita en la garita del decano de la prensa sevillana cuando se editaba desde la Carretera Amarilla. Fundado por el Cardenal Spínola. De nuevo siento su saludo desde el azulejo de la iglesia de San Lorenzo. Antes, cuando estaba colocado en la rotativa del periódico que fundó, sobre la máquina de café, fue testigo de las ilusiones de jóvenes periodistas y hoy, décadas después, anima a nuevas generaciones desde la fachada del templo que da a la calle Hernán Cortés.

Qué decir de los buenos días de los compañeros: los de Jesús en la agencia; Valle, Raquel o Reyes, en la UIMP; los saludos de alegría prejubilada de los conserjes del Círculo tras toda una vida detrás del mostrador; las ya eternas risas de Elvira, en la mesa de al lado de Supercable; la de los alumnos universitarios al entrar en clase o más recientes, los encuentros con Fabiola al acceder a la redacción de la Cartuja.

En los últimos tiempos recibo con cariño los buenos días de #BdygaD y tantos otros en Twitter (ahora ‘X’). Son como ‘pósteres’ que presagian una feliz jornada (no utilizo el término ‘carteles’ para no poner más esta semana el dedo en la llaga). Es lo que tienen las redes sociales, en las que afortunadamente no todo es malo. El encontrarse con un saludo feliz, ya sea un texto, vídeo o fotografía, ayuda a alegrar la jornada.

No hay nada mejor para comenzar el día que un gesto generoso. Y todavía siguen los “buenos días” de Margarita, que acumulo al pasar las semanas. Desde aquí rindo homenaje a todos los que ofrecen buenos días felices. Los guardo como un tesoro. En estos tiempos en los que hasta los famosos venden saludos personalizados por Internet me quedo con los de siempre. Espero que a partir de ahora podamos saludarnos durante muchos domingos a través de esta nueva ventana que ahora me abre El Español. La vida sigue.