Aunque los Cuentos del Callejón han llegado a su término, no por eso deja una de ir a veces a los toros para presenciar algún prodigio. La semana pasada volví a pisar burladero en la llamativa compañía de Miguel Durán, el ciego más famoso de España (desde el del Lazarillo de Tormes). Le llevaba de la mano y de los ojos la periodista Esther Jaén, quien le iba retransmitiendo poco a poco la corrida al oído. Pero, ¿un ciego de nacimiento se imagina de verdad, de verdad puede concebir, lo que en la práctica es un toro? “Sí, yo sé porque lo he tocado… amansado y quieto, claro…Pero, aún así”. Pues eso. Que aún así.

No es que yo conozca a muchos ciegos. Pero desde luego nunca he conocido a ninguno tan capaz de hacer sin parar chistes y bromas sobre su condición como a Miguel Durán. Cuando la plaza rugía clamorosa, Durán con una sonrisa de oreja a oreja se quejaba: “¡Callad, que no veo!”. Claro. El estruendo le deslumbra como a nosotros la luz.

“¡Callad, que no veo!”… No deja de tener miga la frase en estos tiempos de ruido y furia. Entrando en Las Ventas del brazo de Miguel Durán me preguntaba yo si alguien le escupiría por ser el abogado defensor de Pablo Crespo, presunto número dos de la trama Gürtel. Lejos de eso, una señora casi le besa los pies, y desde luego de ahí no se fue sin sacarse con él un selfie, agradecida como estaba porque él la ayudó a recuperar un dinero perdido con las malditas preferentes.

Citaba yo antes al ciego del Lazarillo. Cómo olvidar aquella escena en que los dos comparten un racimo de uvas con el compromiso de picar sólo una cada vez. Hasta que el ciego empieza a picarlas de dos en dos. El Lazarillo primero queda atónito y opta por pasar él directamente a picar de tres en tres. Al final del escueto banquete, el ciego se lo afea. Y al preguntar el Lazarillo cómo se ha dado cuenta, con lógica aplastante le dice el otro: “Sé que tú las cogías de tres en tres, porque yo las cogía de dos en dos, y tú no has protestado”.

Todo un tratado de moral se resume en esa clarividentísima frase de un ciego. El día que a Miguel Durán le dé por contar todo lo que ha “visto” mientras otros estaban distraídos o a por uvas, quién sabe si no retemblarán los burladeros no de Las Ventas, sino del entero país. Ni España, ni la política, ni la corrupción, ni las mayores miserias humanas son de anteayer. Sólo lo parece porque a cada rato se nos olvida todo y hay que volverlo a aprender. Desde cero y a ciegas, ay...